miércoles, 30 de diciembre de 2015

ENCANTO DE LA VEJEZ (Y 4)



        Leo un artículo de un señor que fue presidente de la banca. Ya el título me pone en guardia. “La jubilación como una escalada”.

        La vida del escalador, del montañista, es así, siempre forzada y sufriendo en la escalada y mientras escala hasta llegar a la cima.
        La vida de un paseante vitalista, como yo, naturalmente que no es así.

        Escalada, escala, escalera.

        Si alguien ve la vida como una escalera, tendrá que escalar, al vivir. La escalera siempre es un lugar de paso, nunca una morada en la que residir.
        Y escalar, recorrer la escalera, siempre es sacrificio, menos para bajar, más para subir. La ley de la gravedad es la ley de la gravedad.
        El premio de la escalera es el rellano, cuando se llega.
        El premio de la escalada es la cima, cuando se llega.
        El premio del paseo es el pasear mismo, mientras se va, porque no hay llegada obligatoria.

        Considerar la vida como una escala implica un reto, llegar, implica una aventura. Y la aventura puede terminar en bienaventuranza o malaventura, en tragedia, incluso.

        Yo ahora soy pensionista, pero no jubilado del trabajo. Yo ahora trabajo mucho, más que antes, pero de otra manera. Un trabajo jovial y libre, no forzado ni obligatorio. Un trabajo “no trabajoso”.

        Sin embargo todos Uds. saben que hay muchas personas que sufren “el síndrome de las vacaciones” y, que, precisamente en vacaciones, aparecen las grietas de la convivencia matrimonial y comienza a hervir el agua del divorcio o la separación.

        ¡Qué despropósito¡. ¡Cuando más tiempo hay para estar juntos y convivir más intensamente, se tambalea la convivencia¡.

        ¿Santifica el trabajo?. ¿Es el ocio una incubación de vicios?.

        ¡Qué diferentes la mentalidad religiosa cristiana y la mentalidad laica griega¡.

        “El ocio (no la vagancia), el tiempo libre, es el punto cardinal alrededor del cual gira todo” –dice Aristóteles.

        Yo soy aristotélico.

        No estoy de acuerdo  con el refrán: “el ave nace PARA volar y el hombre PARA trabajar”.
        Ese PARA me pone malo, porque adultera el sentido de las frases.
        Una silla es un mueble hecho por el hombre PARA…
        Igualmente, una cama ha sido hecha por el hombre PARA…Pero, ¿para qué es la montaña?. ¿Para qué son los ríos?. ¿Para qué es el sol?.

        El sol no ha sido hecho PARA alumbrar y calentar; sino que alumbra y calienta PORQUE es sol.
        El ave no ha sido hecha PARA volar, sino que vuela PORQUE tiene alas.
        El ojo no está hecho PARA ver, sino que vemos PORQUE tenemos ojos.

        El hombre no está hecho PARA trabajar, sino que no tiene más remedio que trabajar PORQUE, de lo contrario, no tendría para comer y moriría de hambre.

        ¡Qué error de categoría¡. ¿Confundir seres naturales con seres  artificiales¡.

        Si pudiéramos vivir sin trabajar…

        Pues nosotros, ahora, los jubilados, podemos hacerlo, podemos no trabajar en lo que no nos gusta y podemos hacerlo en lo que sí nos apetece.

        Éste es el encanto que tiene el ser mayor. Es el encanto que tiene la jubilación.

        No el trabajar para ser feliz, sino ser felices trabajando o sin trabajar.

        Pero “la felicidad” no es sólo “mi felicidad”, ésta es la “felicidad privada”. ¿Pero puedes tú decir que eres feliz si tu pareja, si tus hijos, si tus padres, si tus seres más queridos no lo son?.

        La felicidad nunca está en el bolsillo de una persona individual. La felicidad es/tiene que ser altruista, implica a otros. La felicidad no se arruga ni encoge, la felicidad es elástica, es expansiva, difusiva, invasiva. La felicidad da de sí, se derrama, se difunde o no es felicidad.

        Alguien, no sé quién (pero me da igual, porque las verdades siempre tienen autor, pero nunca tienen propietario), no son propiedad de nadie.
El teorema de Pitágoras, no es de Pitágoras, es de todos los que nos lo hemos apropiado y lo usamos).

Dicen que alguien dijo: “como siga cumpliendo años, llegaré a ser pensionista, pero jubilado, jamás”.

        Pues aquí tienen a uno que piensa lo mismo y lo dice ante Uds.
        A fines o a primeros de mes voy al banco, como todos Uds. para ver si me han ingresado la pensión. Porque yo, como algunos de Uds., soy pensionista.

Pero yo no estoy jubilado. La prueba de lo que digo es que estoy aquí, dando cuenta de mi trabajo.

        Solemos confundir las palabras. Nosotros, ahora, estamos ociosos. Pero el ocio no es no hacer nada. Eso es la pereza, la madre de todos los vicios (como decía la enseñanza de la Iglesia).
        El ocio es no tener que trabajar para ganar un salario (que eso sería el neg-ocio, la negación del ocio, el tener que trabajar para comer).
El ocio es lo que te permite destinar todo el tiempo a actividades saludables, placenteras, beneficiosas.
Cuando vamos de senderismo con un guía, él y nosotros hacemos lo mismo, pero él está neg-ociando, nosotros estamos ociando. Lo hacemos porque nos da la gana, porque nos gusta y porque nos apetece. A él, a lo mejor no, pero lo tiene que hacer.

        El hombre productivo, trabajador, tiene sus paréntesis de ocio: los fines de semana, las fiestas, las vacaciones,… en los que puede destinar el tiempo a actividades que le gustan (jugar al fútbol en la urbanización, cortar el césped, montar en bicicleta,….), cosa que no puede hacer en las jornadas laborales.
        Para éstos el ocio es una pausa en su trabajo, para recuperar el aliento, para reponer fuerzas, para poder seguir trabajando al menos al mismo ritmo.
       
        Nosotros no. Nuestro ocio ya no es pasajero. Nuestro ocio ya es un estado.

“Estamos ociosos”, no es que tengamos ocio, no, vivimos en el ocio, es decir, sin tener que trabajar en lo que, seguramente, no te apetecía pero que tenías que hacerlo. Ahora, en el ocio, puedes hacer, porque te gusta, lo que no pudiste hacer cuando trabajabas.

¡Qué suerte, poder hacer lo que quieres y porque quieres y cuando quieres¡. Algo que a todos os deseo.

        Tanto el tener que trabajar como el no poder trabajar, tanto el trabajo obligatorio como el paro obligatorio, son los dos polos opuestos de una existencia humana sin salida. Unos porque tienen que hacerlo, otros porque no pueden hacerlo.
Nosotros, los pensionistas, somos superiores, podemos hacerlo, podemos no hacerlo, todo depende de si nos apetece o no.

        ¡Bienaventurados, nosotros¡. ¡Qué envidia les damos¡.

        Déjenme que filosofe un poco. ¿Por qué trabaja el hombre? (Dejo aparte la motivación religiosa del Génesis de que es un mandato de Dios, como contrapartida o castigo por haberlo desobedecido al comer la manzana y pecar de nuestros primeros padres. Yo no sé, ya, quién puede creerse eso).

        Filosofo. Por tres motivos fundamentales trabaja el hombre. Tres son las motivaciones del trabajo, del trabajar:
       
        1.-Por motivos externos, motivaciones externas. Por cobrar un salario para poder comprar lo necesario para vivir, o para conseguir un premio, o para evitar un castigo.
        La fuerza que me impulsa a trabajar está fuera del trabajo (el salario, el premio o el castigo, las vacaciones, los incentivos, subir de categoría, pagar la hipoteca, la luz, el gas,…) por todas esas cosas trabajo. Por motivos externos.

        2.- Por motivos internos o intrínsecos. Trabajar por el placer que produce el trabajo, por la satisfacción que conlleva el trabajar, por el orgullo de sentirse agente o realizador, autor de esa obra. Trabajar por el placer de trabajar en sí, no por algo externo al trabajo.
¿Uds. creen que Picasso trabajaba por o para ganar dinero?, ¿por motivaciones externas al arte?. Picasso no podía no crear. Esa era su vida. El placer de crear, además obras geniales.
        Le preguntaron a Nietzsche: “Y, ¿Ud. por qué escribe?”. Y decía Nietzsche: “Pero Ud. cree que yo puedo no escribir?. Escribo porque no tengo más remedio, me lo pide el cuerpo, disfruto, hay una fuerza dentro de mí que me impulsa a escribir, al tiempo que gozo escribiendo. No, pues, por motivos externos.

        Pero también hay otro tipo de motivaciones, ya no en relación con uno mismo (porque cobro, porque me gusta), sino por los otros. Son las

        3.- Motivaciones trascendentes o transcendentales. Las que trascienden al sujeto trabajador, las que están más allá de él.
        Trabajar por las consecuencias de su trabajo para otras personas. Para satisfacer no ya sus necesidades, sino las necesidades de otras personas distintas a él. Esas otras personas pueden ser sus familiares pero también pueden ser gente no familiar, personas anónimas.

        Todos somos testigos de compañeros que trabajan con ancianos, con inválidos, con niños que padecen cáncer, con mujeres maltratadas, con personas que viven solas,…..
        Trabajan, gratis, por ellos, para ellos, no para uno. Son motivaciones transcendentes.

        Nosotros, los pensionistas, por motivaciones externas ya, gracias a Dios y a la Seguridad Social, NO. Pero ¿trabajar por motivaciones internas y transcendentales?. Más que nadie.
        Tus hobbys y tu compañía.

        Los nuevos aprendizajes, queridos, por placenteros, sin motivaciones de dinero, por una satisfacción intelectual o sentimental, para sacarte esa espinita que tenías ahí clavada y que ahora te la arrancas, por el placer que ello te produce.
        O ese trabajar prestando servicios a la comunidad, a los colectivos necesitados, sin ánimo de lucro, por solidaridad con los que sufren, y que te llena, que te plenifica.
       
¡Dios, qué grandeza la de muchos pensionistas¡.
 Esa actividad de voluntariado que da un nuevo sentido, esta vez transcendente, a su vida, orgullosos, con la autoestima al alza, viéndose mayores pero considerándose útiles socialmente.

        Dicen que una vez, una persona, se acercó a una cantera y se encontró allí a muchos hombres trabajando. Le preguntó a uno; “¿Qué está Ud. Haciendo?” a lo que el cantero le respondió: “Pues ya lo ve Ud. picando piedra”.
        Se acercó al segundo y le hizo la misma pregunta: “¿qué está Ud. haciendo?”. Pues ya lo ve Ud. ganándome el jornal para poder comer yo y mi familia.
        Preguntado, igualmente, un tercer cantero, éste respondió, orgulloso, “estoy haciendo una catedral”.

        Los tres hacían lo mismo. Los motivos, sin embargo, eran distintos.

        Esto es lo que me gusta de la tercera edad, que podemos hacer lo mismo que los trabajadores adultos, pero sin cobrar, y por motivos superiores, por ayudar, por solidaridad.


        ¡Bienaventurada edad, la nuestra¡

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