Leo un artículo de un señor que fue presidente de la banca.
Ya el título me pone en guardia. “La jubilación como una escalada”.
La vida del escalador, del montañista, es así, siempre forzada
y sufriendo en la escalada y mientras escala hasta llegar a la cima.
La vida de un paseante vitalista, como yo, naturalmente que
no es así.
Escalada, escala, escalera.
Si alguien ve la vida como una escalera, tendrá que escalar,
al vivir. La escalera siempre es un lugar de paso, nunca una morada en la que
residir.
Y escalar, recorrer la escalera, siempre es sacrificio, menos
para bajar, más para subir. La ley de la gravedad es la ley de la gravedad.
El premio de la escalera es el rellano, cuando se llega.
El premio de la escalada es la cima, cuando se llega.
El premio del paseo es el pasear mismo, mientras se va,
porque no hay llegada obligatoria.
Considerar la vida como una escala implica un reto, llegar,
implica una aventura. Y la aventura puede terminar en bienaventuranza o
malaventura, en tragedia, incluso.
Yo ahora soy pensionista, pero no jubilado del trabajo. Yo
ahora trabajo mucho, más que antes, pero de otra manera. Un trabajo jovial y
libre, no forzado ni obligatorio. Un trabajo “no trabajoso”.
Sin embargo todos Uds. saben que hay muchas personas que
sufren “el síndrome de las vacaciones” y, que, precisamente en vacaciones,
aparecen las grietas de la convivencia matrimonial y comienza a hervir el agua
del divorcio o la separación.
¡Qué despropósito¡. ¡Cuando más tiempo hay para estar juntos
y convivir más intensamente, se tambalea la convivencia¡.
¿Santifica el trabajo?. ¿Es el ocio una incubación de
vicios?.
¡Qué diferentes la mentalidad religiosa cristiana y la
mentalidad laica griega¡.
“El ocio (no la vagancia), el tiempo libre, es el punto
cardinal alrededor del cual gira todo” –dice Aristóteles.
Yo soy aristotélico.
No estoy de acuerdo
con el refrán: “el ave nace PARA volar y el hombre PARA trabajar”.
Ese PARA me pone malo, porque adultera el sentido de las
frases.
Una silla es un mueble hecho por el hombre PARA…
Igualmente, una cama ha sido hecha por el hombre PARA…Pero,
¿para qué es la montaña?. ¿Para qué son los ríos?. ¿Para qué es el sol?.
El sol no ha sido hecho PARA alumbrar y calentar; sino que
alumbra y calienta PORQUE es sol.
El ave no ha sido hecha PARA volar, sino que vuela PORQUE
tiene alas.
El ojo no está hecho PARA ver, sino que vemos PORQUE tenemos
ojos.
El hombre no está hecho PARA trabajar, sino que no tiene más
remedio que trabajar PORQUE, de lo contrario, no tendría para comer y moriría
de hambre.
¡Qué error de categoría¡. ¿Confundir seres naturales con
seres artificiales¡.
Si pudiéramos vivir sin trabajar…
Pues nosotros, ahora, los jubilados, podemos hacerlo, podemos
no trabajar en lo que no nos gusta y podemos hacerlo en lo que sí nos apetece.
Éste es el encanto que tiene el ser mayor. Es el encanto que
tiene la jubilación.
No el trabajar para ser feliz, sino ser felices trabajando o
sin trabajar.
Pero “la felicidad” no es sólo “mi felicidad”, ésta es la
“felicidad privada”. ¿Pero puedes tú decir que eres feliz si tu pareja, si tus
hijos, si tus padres, si tus seres más queridos no lo son?.
La felicidad nunca está en el bolsillo de una persona
individual. La felicidad es/tiene que ser altruista, implica a otros. La
felicidad no se arruga ni encoge, la felicidad es elástica, es expansiva,
difusiva, invasiva. La felicidad da de sí, se derrama, se difunde o no es
felicidad.
Alguien, no sé quién (pero me da igual, porque las verdades
siempre tienen autor, pero nunca tienen propietario), no son propiedad de
nadie.
El teorema de Pitágoras, no
es de Pitágoras, es de todos los que nos lo hemos apropiado y lo usamos).
Dicen que alguien dijo: “como
siga cumpliendo años, llegaré a ser pensionista, pero jubilado, jamás”.
Pues aquí tienen a uno que piensa lo mismo y lo dice ante
Uds.
A fines o a primeros de mes voy al banco, como todos Uds.
para ver si me han ingresado la pensión. Porque yo, como algunos de Uds., soy
pensionista.
Pero yo no estoy jubilado. La
prueba de lo que digo es que estoy aquí, dando cuenta de mi trabajo.
Solemos confundir las palabras. Nosotros, ahora, estamos
ociosos. Pero el ocio no es no hacer nada. Eso es la pereza, la madre de todos
los vicios (como decía la enseñanza de la Iglesia).
El ocio es no tener que trabajar para ganar un salario (que
eso sería el neg-ocio, la negación del ocio, el tener que trabajar para comer).
El ocio es lo que te permite
destinar todo el tiempo a actividades saludables, placenteras, beneficiosas.
Cuando vamos de senderismo
con un guía, él y nosotros hacemos lo mismo, pero él está neg-ociando, nosotros
estamos ociando. Lo hacemos porque nos da la gana, porque nos gusta y porque
nos apetece. A él, a lo mejor no, pero lo tiene que hacer.
El hombre productivo, trabajador, tiene sus paréntesis de
ocio: los fines de semana, las fiestas, las vacaciones,… en los que puede
destinar el tiempo a actividades que le gustan (jugar al fútbol en la
urbanización, cortar el césped, montar en bicicleta,….), cosa que no puede
hacer en las jornadas laborales.
Para éstos el ocio es una pausa en su trabajo, para recuperar
el aliento, para reponer fuerzas, para poder seguir trabajando al menos al
mismo ritmo.
Nosotros no. Nuestro ocio ya no es pasajero. Nuestro ocio ya
es un estado.
“Estamos ociosos”, no es que
tengamos ocio, no, vivimos en el ocio, es decir, sin tener que trabajar en lo
que, seguramente, no te apetecía pero que tenías que hacerlo. Ahora, en el
ocio, puedes hacer, porque te gusta, lo que no pudiste hacer cuando trabajabas.
¡Qué suerte, poder hacer lo
que quieres y porque quieres y cuando quieres¡. Algo que a todos os deseo.
Tanto el tener que trabajar como el no poder trabajar, tanto
el trabajo obligatorio como el paro obligatorio, son los dos polos opuestos de
una existencia humana sin salida. Unos porque tienen que hacerlo, otros porque
no pueden hacerlo.
Nosotros, los pensionistas,
somos superiores, podemos hacerlo, podemos no hacerlo, todo depende de si nos
apetece o no.
¡Bienaventurados, nosotros¡. ¡Qué envidia les damos¡.
Déjenme que filosofe un poco. ¿Por qué trabaja el hombre?
(Dejo aparte la motivación religiosa del Génesis de que es un mandato de Dios,
como contrapartida o castigo por haberlo desobedecido al comer la manzana y
pecar de nuestros primeros padres. Yo no sé, ya, quién puede creerse eso).
Filosofo. Por tres motivos fundamentales trabaja el hombre.
Tres son las motivaciones del trabajo, del trabajar:
1.-Por motivos externos, motivaciones externas. Por cobrar un
salario para poder comprar lo necesario para vivir, o para conseguir un premio,
o para evitar un castigo.
La fuerza que me impulsa a trabajar está fuera del trabajo
(el salario, el premio o el castigo, las vacaciones, los incentivos, subir de
categoría, pagar la hipoteca, la luz, el gas,…) por todas esas cosas trabajo.
Por motivos externos.
2.- Por motivos internos o intrínsecos. Trabajar por el
placer que produce el trabajo, por la satisfacción que conlleva el trabajar,
por el orgullo de sentirse agente o realizador, autor de esa obra. Trabajar por
el placer de trabajar en sí, no por algo externo al trabajo.
¿Uds. creen que Picasso
trabajaba por o para ganar dinero?, ¿por motivaciones externas al arte?.
Picasso no podía no crear. Esa era su vida. El placer de crear, además obras
geniales.
Le preguntaron a Nietzsche: “Y, ¿Ud. por qué escribe?”. Y
decía Nietzsche: “Pero Ud. cree que yo puedo no escribir?. Escribo porque no
tengo más remedio, me lo pide el cuerpo, disfruto, hay una fuerza dentro de mí
que me impulsa a escribir, al tiempo que gozo escribiendo. No, pues, por
motivos externos.
Pero también hay otro tipo de motivaciones, ya no en relación
con uno mismo (porque cobro, porque me gusta), sino por los otros. Son las
3.- Motivaciones trascendentes o transcendentales. Las que
trascienden al sujeto trabajador, las que están más allá de él.
Trabajar por las consecuencias de su trabajo para otras
personas. Para satisfacer no ya sus necesidades, sino las necesidades de otras
personas distintas a él. Esas otras personas pueden ser sus familiares pero
también pueden ser gente no familiar, personas anónimas.
Todos somos testigos de compañeros que trabajan con ancianos,
con inválidos, con niños que padecen cáncer, con mujeres maltratadas, con
personas que viven solas,…..
Trabajan, gratis, por ellos, para ellos, no para uno. Son
motivaciones transcendentes.
Nosotros, los pensionistas, por motivaciones externas ya,
gracias a Dios y a la Seguridad Social, NO. Pero ¿trabajar por motivaciones
internas y transcendentales?. Más que nadie.
Tus hobbys y tu compañía.
Los nuevos aprendizajes, queridos, por placenteros, sin
motivaciones de dinero, por una satisfacción intelectual o sentimental, para
sacarte esa espinita que tenías ahí clavada y que ahora te la arrancas, por el
placer que ello te produce.
O ese trabajar prestando servicios a la comunidad, a los
colectivos necesitados, sin ánimo de lucro, por solidaridad con los que sufren,
y que te llena, que te plenifica.
¡Dios, qué grandeza la de
muchos pensionistas¡.
Esa actividad de voluntariado que da un nuevo
sentido, esta vez transcendente, a su vida, orgullosos, con la autoestima al alza,
viéndose mayores pero considerándose útiles socialmente.
Dicen que una vez, una persona, se acercó a una cantera y se
encontró allí a muchos hombres trabajando. Le preguntó a uno; “¿Qué está Ud.
Haciendo?” a lo que el cantero le respondió: “Pues ya lo ve Ud. picando
piedra”.
Se acercó al segundo y le hizo la misma pregunta: “¿qué está
Ud. haciendo?”. Pues ya lo ve Ud. ganándome el jornal para poder comer yo y mi
familia.
Preguntado, igualmente, un tercer cantero, éste respondió,
orgulloso, “estoy haciendo una catedral”.
Los tres hacían lo mismo. Los motivos, sin embargo, eran
distintos.
Esto es lo que me gusta de la tercera edad, que podemos hacer
lo mismo que los trabajadores adultos, pero sin cobrar, y por motivos
superiores, por ayudar, por solidaridad.
¡Bienaventurada edad, la nuestra¡
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