Hablamos de
Jesucristo y de Marx. Uno creyó que el amor podía cambiar el mundo y el otro
que era viable una sociedad perfecta, sin clases.
Woody Allen afirma:
“Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo no gozo de buena salud”.
Me gusta más la
sentencia-graffiti de aquel estudiante del Mayo del 68 francés, que aparecía en
una de las fachadas parisinas: “Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo no me
encuentro muy bien”.
También yo podría
decir lo mismo al afirmar: “Nietzsche vive, Marx ha muerto y aquí estoy yo,
intentando vivir”.
Todos sabemos que la
sentencia “Dios ha muerto” es de Nietzsche (y esa proposición significa muchas
cosas (ver en www.tomasmorales.es,
“Dios ha muerto”).
Nietzsche echa mano
de Zaratustra -un profeta del año 1.000 (a.C.)- que fue uno de los principales
responsables del engaño de los filósofos idealistas y de las religiones
dogmáticas, que envenenaron los espíritus con la promesa de otros mundos
imaginarios o paraísos, terrenales o celestiales.
Ese mismo
Zaratustra, reconvertido, es el que va a deshacer la farsa, predicando la buena
nueva de la Muerte
de Dios.
También Feuerbach
había sentenciado que los hombres “crean” a los dioses según sus necesidades
(el hombre pobre “crea” un Dios rico, el enfermo un Dios sano, el temporal un
Dios eterno, el ignorante un Dios sabio,….) y, luego, posteriormente, “creen”
en ellos, como si existiesen realmente, cuando sólo han sido y son “ideas”.
Para Feuerbach no es
que “Dios haya muerto”, es que nunca ha existido, a no ser en la mente de los
hombres.
Para Nietzsche,
“Dios ha muerto” porque era hostil a la vida, porque los valores que predica y
propone son antivitales y, además, la fe en Él es un signo de debilidad, de
cobardía, de decadencia.
El Cristianismo,
predicando la resignación (metáfora del “camello”) como una virtud, incapacita
al hombre para el desarrollo del espíritu libre. “Bienaventurados los pobres,
los enfermos, los hambrientos….”. Si, ya, son unos afortunados ¿cómo van a
querer salir de su situación?.
Una vez, pues,
fenecidos los falsos valores celestiales, el hombre debe crear los nuevos
valores terrenales, placenteros, dionisíacos, vitales, ascendentes,…
“Dios ha muerto”,
¡Viva el hombre”.
Marx, como analista
social y económico, nadie lo pone en duda. La mejor radiografía del capitalismo
salvaje fue “El Capital”, pero como adivino y profeta fue un desastre (quizá no
tanto él como los que intentaron llevar a la práctica sus ideas).
Por si fuera poco,
su teoría social (que estaba ideada para una sociedad capitalista imparable, en
expansión) va a ser ensayada en una Rusia medieval, agrícola (no industria), de
zares (no de burguesía), de Patriarcas (no laica)….
Tras muchos años de
esconder el régimen y sus pretendidos logros, la caída del muro de Berlín, en
1.989, tras 28 años (desde 1.961) dejó ver las vergüenzas y desnudeces, las
miserias del pueblo que había seguido a los líderes marxistas.
Las dos mayores
utopías del mundo Occidental, el cristianismo y el comunismo, se han
desmoronado, se han diluido.
La utopía en el “más
allá” del tiempo, en la eternidad, y la utopía del “más acá”, en el tiempo
futuro.
La utopía celestial
y la utopía terrenal.
Marx, como Jesús de
Nazaret, estaban condenados, de antemano, al fracaso más absoluto, porque ambos
predicaban dos grandes ingenuidades: uno creía que el amor podía cambiar el
mundo, el otro creía en la sociedad perfecta sin clases.
Uno murió en la
cruz, al otro lo ha matado la historia.
El altruismo, como
cualidad humana general, sólo sería posible si todos, genéticamente, viniésemos
programados o fuéramos ángeles. De ahí que sólo anida en el corazón de algunos.
Al ser, todos,
individuos necesitados tenemos que pelearnos por conseguir los recursos,
siempre precarios, que nos mantengan con vida y en la vida. En nuestra
naturaleza anida el egoísmo o, al menos, el egocentrismo.
¿Cómo van a
encontrarse bien, el estudiante parisino o el humorista judío-americano?
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