Si Hobbes había afirmado que “el hombre es un lobo para el
hombre”, el ateo materialista Feuerbach afirma que “el hombre es un dios para el hombre”
Los fenomenólogos del hecho religioso suponían, en su
teoría, que las distintas tradiciones religiosas sólo eran fenómenos exponentes
de una misma y sola esencia de la religiosidad, connatural al hombre, por lo
que escarbando y buscando bajo ellos darían con el núcleo único y común a
todas.
Igualmente los ilustrados al abogar por una religión natural
dentro de los límites de la razón y al ser, naturaleza y razón, las mismas para
todos los hombres, podían desembocar en el mismo cuerpo religioso tras o bajo
todos los distintos ropajes que lo envuelven.
Si las religiones, hasta ahora, se basaban en la autoridad
de los distintos dioses, al ser, ahora, la razón (la Diosa Razón ) la única
autoridad, caerían por su base todas las religiones actuales positivas e
institucionales.
No es igual abordar la religión desde dentro, desde la fe y
la creencia, que hasta se ve evidente, que desde fuera, desde la razón.
Para FEUERBACH la teología no es más que una antropología
idealizada y Dios un reflejo idealizado de los hombres.
Y no es que Dios haya creado al hombre a su imagen y
semejanza, es el hombre el que ha creado a los dioses a imagen y semejanza suya
pero, luego, idealizados.
Los dioses no son sino creaciones humanas.
Han sido “creados” por los hombres y, luego “creídos” por
ellos como existentes, con su fe, su creencia o, más bien, su credulidad.
Los hombres han creado a sus dioses poniendo en ellos lo
mejor de sí mismos y elevarlos al infinito.
Que el hombre es temporal, pues Dios es eterno.
Que el hombre sabe algo, pues Dios es omnisciente.
Que el hombre puede algo, pues Dios es omnipotente.
Y así con todas las cualidades humanas (naturalmente,
defectos ninguno).
El hombre religioso afirma, en figuras sobrenaturales, valores
ideales que no se atreve a afirmar de sí mismo.
Al humillarse él, creador, ensalza a Dios, lo por él creado.
Es un desdoble de personalidad.
El creador se considera criatura y la criatura es
considerada la creadora.
El hombre ha relegado sus funciones creativas y las ha
puesto en su criatura, Dios, el creador.
El hombre proyecta en las divinidades sus cualidades más
excelentes.
La religión, pues, es enajenación, “alienación”.
Finge dioses excelsos a costa de empobrecerse y empobrecer a
todos los hombres, arrebatándoles lo suyo y trasfiriéndoselo a los dioses,
además elevándolo al infinito.
La religión es una creación fantástica del ser humano.
MARX retomará esta interpretación de la religión de
Feuerbach de que “los dioses son sublimaciones de la esencia de los hombres”
“La religión es el opio del pueblo”, adormidera que le
impide ser consciente de su situación.
La religión es, pues, una ideología que, una vez creada,
condiciona el conocimiento de todo lo demás.
Como quien se pone unas gafas de un color determinado.
Las ideologías, como conjunto de representaciones y
actitudes mentales que, en una sociedad, se ordenan a legitimar las relaciones
de producción en ella vigentes.
En el sistema de producción, en este caso el capitalista, es
el que determina todas las ideologías (Derecho, Filosofía, Religión, Sociedad,
Familia,..)
El modo de producción material determina el modo de
producción mental.
La base o estructura o infraestructura condiciona y
determina todas las superestructuras.
No intentemos, pues, cambiar las superestructuras para que
cambie la infraestructura económica sino al revés, cambiemos ésta y caerán por
su propio peso todas las superestructuras sobre ella levantadas.
Y como este cambio no se consigue con reformas o evoluciones
progresivas es necesaria la revolución.
¿Revolución por parte de quiénes?
Por los trabajadores, la clase proletaria, que es la que
sufre todas las consecuencias.
La religión es ideología, determinada por el modo de
producción y además es conciencia ilusoria, engañada y engañosa.
La religión proclamará al sufrido trabajador que cuanto más
sufra aquí abajo, en esta vida, más méritos acumula para, allí arriba, gozar de
la vida eterna, tras la muerte.
“La religión es la realización fantástica de la esencia
humana, y la lucha contra la religión es, por tanto, indirectamente, la lucha
contra el mundo del que la religión es el aroma espiritual”.
La miseria religiosa expresa tanto la miseria real como la
protesta contra esta miseria real.
La religión es el gemido del oprimido, el sentimiento de un
mundo sin corazón y, al mismo tiempo, el espíritu de una condición privada de
espiritualidad.
La religión, como antes hemos afirmado, es el opio del
pueblo.
La supresión de la religión, en cuanto felicidad ilusoria
del pueblo, es el presupuesto de su verdadera felicidad.
La necesidad de renunciar a las ilusiones sobre la propia
condición es la necesidad de renunciar a una condición que necesita de
ilusiones.
La crítica de la religión es, por consiguiente, el germen de
la crítica del valle de lágrimas del que la religión es la aureola”
(Marx.
Introducción a la Crítica
de la Filosofía
del Derecho, de Hegel).
FREUD.
Para él, también, la religión es una ilusión en el sentido
psicosomático de este término, como concepto o juicio en cuya formación el
deseo es el cómplice.
El deseo más o menos consciente de omnipotencia, vinculado a
la fase mágica del pensamiento infantil, interviene en la formación de las
ideas religiosas que, además, producen un sentimiento de culpabilidad por el
supuesto asesinato de un padre primitivo (lo que genera la etapa del Complejo
de Edipo que resulta de la conjunción del deseo libidinoso respecto a la madre
y de la agresividad a muerte hacia el padre)
El padre, ladrón de la madre que deja de ser posesión única
del niño y cuyo ladrón, intencionalmente, merece la muerte e, intencionalmente,
se comete el parricidio.
El hombre religioso es un neurótico que no ha resuelto,
adecuadamente, el Complejo de Edipo.
La neurosis es una forma individual de religión y que, para
liberarse de la angustia que la neurosis ocasiona, como todo neurótico cumplirá
puntillosamente unos rituales.
La religión es, pues, “una neurosis colectiva”.
DURKHEIM
Durkheim y la escuela sociológica afirman que lo sagrado
constituye la representación simbólica de lo colectivo, por eso se halla
institucionalizado como “intocable” y sustraído a la libre disposición de los
individuos.
La religión es la materialización simbólica de la conciencia
que la sociedad tiene de sí misma como entidad irreductible.
Lo sagrado y lo religioso se definen por sus funciones
sociales y no por su substancia.
No es que no haya, es que no puede haber, no es concebible
una sociedad sin religión.
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