8.- 38 LA
RELIGIÓN HOY Y MAÑANA.
Sacando conclusiones tanto de la teoría freudiana como de la
marxista el futuro de la religión es poco halagüeño.
En “El porvenir de una ilusión” Freud manifiesta la
esperanza de que el hombre, frente al ilusorio consuelo que le deparan las
creencias religiosas, termine por aceptar, realista y racionalmente, la dura
necesidad de su condición limitada y mortal.
De ahí esa ilusión.
Del marxismo se concluye que, en una sociedad sin clases, al
hacerse diáfanas las relaciones sociales, desaparecerá/se diluirá,
espontáneamente, el espejismo religioso, históricamente resultante de la
personificación en imaginarios seres superiores de unos poderes nada
sobrenaturales, sino bien naturales y sociales que oprimen a los hombres.
De Marx y de Freud se concluye, pues, el diagnóstico de que
la sociedad occidental tiende a estar, y a ser, secularizada.
El destino de la religión es desaparecer, primero en el
Occidente racional y, después, en toda la humanidad.
Nietzsche, como el tercero en cuestión y formando el trío de
“los filósofos de la sospecha”, también proclamó que “Dios ha muerto” o, mejor,
“lo hemos matado nosotros, los hombres, entre todos”.
Somos/seremos deicidas.
Pero más de 100 años después Dios sigue igual de vivo o
igual de muerto que cuando Nietzsche lo proclamó.
En la antigua URSS, la dictadura estalinista, por medios
policiales, consiguió reducir la práctica religiosa, pero no porque la sociedad
se concienciase.
Y hoy sabemos que la Iglesia Ortodoxa
Rusa ha resucitado, sin haber, nunca, estado muerta.
En la
Polonia comunista el movimiento obrero y sindical más fuerte,
con Lech Walesa a la cabeza y con un papa polaco la nación (hasta en las fábricas) se llenó de
iglesias, de imágenes de vírgenes (sobre todo la polaca) y del papa Juan Pablo
II (ayer mismo canonizado) y uno de los que más empujaron para que se derribase
el muro de Berlín o coto privado del comunismo satélite ruso.
Polonia fue la imagen de cómo, a pesar de los regímenes
políticos y económicos, la religión y sus prácticas no se diluían.
Y en los países industrializados reaparece una religiosidad
extrainstitucional y extraeclesiástica.
Dios se resiste a desaparecer a las invectivas y al
descrédito del clero.
Suele llamársele “lo sagrado salvaje”, no domesticado ni
administrado por instituciones religiosas reguladoras del mismo, como una
revancha de lo sagrado en el seno mismo de la cultura profana” – en palabras
del filósofo marxista Kolakowski.
Lo sagrado se define, entonces, no por sus contenidos sino
por sus funciones sociales, sean los movimientos pacifistas y de la no
violencia, sean los ecologistas y su respeto y retorno a la naturaleza, sean
las nuevas experiencias en jóvenes agrupados mediante drogas alucinógenas.
Los procesos de urbanización e industrialización y
tecnología no han eliminado (ni parece que vayan a hacerlo) automáticamente la
religión, aunque tiendan a confinarla al ámbito privado o de pequeño grupo,
defendiéndose del anonimato y la soledad de la gran urbe.
Así se explica que, en países altamente industrializados
como EEUU y Japón, aparezcan, hoy, una eclosión de sectas religiosas, sobre
todo de orientación carismática, encaminadas a procurar una liberación por el
espíritu.
Igualmente, la ciencia está empujando y queriendo derribar
de su pedestal a la religión.
Si, en sus comienzos, la ciencia se consideró incompatible
con la religión, después pareció firmarse entre ellas un pacto de no agresión
al considerarse Ciencia y Religión, científicos y creyentes, como dos niveles
diferentes de acercarse a y de tratar la realidad.
La ciencia, avanzando a su aire, no polemiza con la
religión, sencillamente la obvia. Lo que no quiere decir que la apoye sino que,
sin querer ni proponérselo, está como mimando a la religión.
El modo de proceder de una y otra, de unos y otros, son
totalmente distintos.
Los nuevos movimientos religiosos tienen tintes laicos
aunque busquen, como la religión tradicional, un sentido a su vida.
Hoy surgen, por doquier, los nuevos “gnósticos”, que por la
senda del conocimiento (y no de la práctica religiosa ni de los cambios
sociales) buscan la realización del hombre.
Sus monasterios no están aislados en el campo, lejos de la
ciudad, sino que son las universidades y los laboratorios, incluso de
investigación avanzada.
(Se denomina a este fenómeno como “la gnosis de Princeton”)
Sus creencias religiosas se integran en una cosmogonía, en
una teoría de la realidad y del funcionamiento del cosmos, inclinándose hacia
un deísmo, o panteísmo, o politeísmo cosmogónico y nada mitológico, y creyendo
en alguna realidad reguladora.
Sería un principio regulador universal, divino, pero nada
que ver con los dioses personales de las religiones.
Sería una relación del hombre adulto con una divinidad
adulta que no requiere ni intimidad mística ni culto halagador, ni se interesa
por las virtudes morales de los hombres.
Es el reconocimiento implícito, en su tarea científica e
investigadora, de la ciencia en un principio regulador de todo y que encaja y
armoniza su creencia con su ciencia.
Einstein ya lo había proclamado mucho antes ante la pregunta
directa si era creyente o ateo: “creo en el Dios de Spinoza”.
Pero también hay creyentes fundamentalistas que, bajo capa
de cientifismo, están intentando colar (y lo grave y triste es que lo están consiguiendo)
el “creacionismo” como teoría alternativa al “evolucionismo” por lo que,
abogando por ello, está cayendo en el olvido la existencia real de un Dios
“arregla-lo-todo”, incluso desdiciéndose de lo que Él dijo (las leyes
naturales) y que imprimió en la naturaleza, con la capacidad de hacer milagros.
No es igual creer en un “principio regulador de todo”
(puesto que todo funciona regularmente) que creer en un Dios personal, allá
arriba, premiador de los que han sido buenos en este mundo y castigador de los
malos, con un premio o un castigo eterno.
El “evolucionismo” es una teoría científica, por lo tanto
falsable, el “creacionismo” es una creencia religiosa, por lo tanto, ni
verificable ni falsable.
“Creer” es desear y/o temer.
Desear que el cielo eterno exista y que el creyente vaya a
él y creer que el infierno existe y temer ir a él.
El científico, en cuanto científico, ni desea ni teme,
comprueba, constata, verifica, falsa la pretendida verdad de un conocimiento,
pero ni desea ni teme que el agua se componga de dos moléculas de Hidrógeno y
una de Oxígeno.
Y, respecto a lo no científico, a lo meta-físico, a lo ni
verificable ni falsable, abstenerse de juicio alguno.
Puede dar el salto a la creencia o no pero siempre es/debe
ser agnóstico, que no es negar el objeto sino sólo la posibilidad de su
conocimiento.
Pero esta nueva ola estadounidense, sobre todo,
fundamentalista, quiere considerar verdadero lo incognoscible y, por lo tanto,
presentarlo y explicarlo en las escuelas como una teoría a la par que el
evolucionismo.
Aunque lo verificable posible y que, con el aparataje actual
no pueda ser verificado, permanece en el terreno científico, algo que no puede
ser con aparataje alguno lo meta-físico.
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