Se vence con la fuerza, sea la fuerza de las armas o la
fuerza física. Se convence con la fuerza de las razones.
Hay abiertos tantos campos del conocimiento que, ya, es
imposible ni siquiera asomarse a muchos de ellos. Y lo digo por experiencia. Me
imagino, yo, en un simposium de físicos nucleares o de bioquímica o de
astronomía teórica o de matemáticas o de resistencia de materiales,….o…..o….
Más perdido que Adán el día de la madre. Levitando en el caos de un lenguaje
sin sentido.
Soy lego en tantos campos…
Y lo normal es que un lego se fíe de los expertos en esos
campos.
Pero para poder, yo, asomarme a las ventanas de esos campos
necesito que el experto abandone su jerga terminológica y me hable “en
castellano”, aunque no sé si la traducción puede ser idónea.
El hambre de saber del hambriento hace que tome y trague el
primer pan que se le ofrezca, sin esperar a analizar si pueda haber otro más
nutritivo.
Eso es lo que ocurre en el campo del conocimiento
científico. La fuerza de sus argumentos desarmaría mis débiles defensas.
Pero hay otros campos ya no científicos o tan científicos en
los que no nos convencen porque no nos dejamos vencer. Me refiero a campos como
la Política, la Moral. La Educación, la Sanidad, el Fútbol, la Conducción,… En
éstos cada uno se considera un experto y dará su opinión convencido de que sus
razones tienen tanto peso como las del contrincante
.- ¡A mí vas
tú a decírmelo¡
.- ¡Esto lo
arreglaba yo en cuatro días¡
.-¿No estarás
intentando convencerme?
Y quien quiera proponerse como la autoridad experta y
pontifique en sus opiniones será visto como un creído, un vanidoso, que sólo
quiere deslumbrar, como si los demás no tuvieran, también, lumbre que mostrar.
En cuestiones prácticas cada uno se considera una autoridad.
En el fútbol cada uno se considera mejor entrenador que
Helenio Herrera (que afirmaba que se jugaba mejor con 10 que con 11) y cada
domingo él confecciona la mejor alineación de su equipo, adelantando a éste,
cambiando de posición al otro, hacer jugar de falso delantero a fulano y de
pivote a mengano. Y…como intentes demostrarle que está equivocado, ya tienes la
trifulca.
Y en conducción ¿quién es Fernando Alonso?, porque él no se
habría equivocado al coger aquella curva y el coche no habría derrapado y
tendría que haber entrado tres vueltas antes a cambiar neumáticos,…..
En cuestiones científicas no. Aquí no se puede decir: “Ud.
no es quien para darme lecciones”
El peso de los argumentos no se decide democráticamente.
¿Quién no ha usado, más de una vez, la autoridad de Newton o
de Einstein o de Stephen Hawking….para reforzar los argumentos propios?
Recuerdo una festividad del Patrón de la Enseñanza, mi
tocayo Santo Tomás de Aquino, en la que se me invitó a dar una conferencia
(naturalmente para ensalzarlo, si no ¡vaya Patrón¡)
Tras loar algunos de sus méritos (la Summa Theologica (esa
enorme catedral cultural de la Edad Media, aunque construida con materiales
ajenos) y otros, comencé a criticar su cortedad de miras respecto a la
consideración de la mujer como “ser defectuoso”, “incompleto”, “endeble”, “mal
nacida” “porque el poder activo de la semilla masculina tiende a la producción
de un ser perfecto parecido, en el sexo masculino. Que nazca mujer se debe a la
debilidad de la potencia activa o a la mala disposición de la materia o por el
viento austral…” O sea que se nace mujer por defecto.
O como cuando afirma cómo la vida sale de la no vida y
propone, como prueba, que se meta la mano en el agua de una charca y se saque
un puñado de lodo, en el que se verá cómo, de la no vida del lodo surgen
“bichitos” con vida.
Hoy, también, recurrimos a la autoridad, ya no sólo a la
autoridad científica sino a la autoridad sociológica = la mayoría, la opinión
pública.
:-
¡Dice/piensa la mayoría que….”
Como si por ser mayoría estuviese en posesión de la verdad.
Supremacía de “la masa” cuantitativa. Como si…. ¿Qué decía
Galileo?
Pero sentirse acogido y arropado, encajado, bajo el paraguas
de la mayoría, tiene tirón.
Y como alguien defienda una opinión contraria a la de la
mayoría se encontrará con un:
.- ¿No estará
Ud. intentando convencerme de….”?
A lo que el interlocutor, independientemente de la fuerza de
su argumentación, para poder seguir hablando o dialogando, casi pedirá perdón:
.- “No, no
pretendo convencerle, pero….”
.- “Sin ánimo
de polémica. ¿Ud. no cree que….”
Pero es que luchar contra un prejuicio….De poco sirven, en
materias prácticas, los juicios razonados, chocarían contra el prejuicio y
saldrían rebotados.
Y es que ese prejuicio se ampara en la acogida que tiene en
la mayoría.
Incluso puede ser considerado como “intolerante” por
intentar seguir dando razones.
¿No puede pedírsele a alguien que renuncie a sus ideas, si
éstas son falsas, amparándose en la libertad
de pensamiento y de expresión?
A veces será la autoridad del interlocutor, pero la mayoría
de las veces serán la firmeza, el peso, de las razones las que intenten….
Pero como su interlocutor se cierre en banda y no quiera
poner a prueba sus ideas, no vaya a ser que salgan derrotadas….
Los prejuicios son inmunes a la persuasión, y esto sí que es
peligroso.
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