Cuando yo era un adolescente
y, como todo adolescente, a veces, me masturbaba, para calmar mi mala y
acusadora conciencia acudía a confesarme.
El cura me ponía de vuelta y
media porque ese debía de ser el pecado más grande y más grave del mundo, ya
que estaba “desviando de su función natural” el semen expelido.
Me decía que debía guardarlo
para cuando me casara y poder tener hijos. Esa, y no otra, era la “función
natural” del semen. De la semilla, sembrada, saldría el fruto.
Como todo adolescente
volvería “a caer” y volvería “a levantarme”.
Hasta que llegué a comprender
lo de “la naturaleza de las cosas”, cuál era la “función natural” de las cosas,
y de esa cosa llamada sexo.
Imaginaos que venís de la
ferretería en la que habéis comprado un martillo y un destornillador.
Y todos sabemos cuáles son
“las funciones naturales” de ambos, “clavar” y “atornillar/desatornillar”.
Imaginaos, a continuación,
que entráis en un cajero automático, a sacar dinero. E imaginaos que, al salir,
un “chorizo” intenta atracaros. En ese momento, vais a hacer uso del martillo y
del destornillador, pero…
-
¿Qué va a hacer UD?
–os dice el atracador.
-
Defenderme
–replicáis.
-
¿Con un martillo
y un destornillador?
-
Sí.
-
¿Pero Ud. no sabe
cuál es la “función natural” de esos instrumentos? Ud. no puede desviar su
“función natural”, yo no soy una punta que clavar ni un tornillo que atornillar
o desatornillar.
-
…. (podéis seguir
este ficticio diálogo).
“La función natural”, “la
naturaleza de las cosas”.
¿Yo no puedo usar el martillo
como “arma defensiva”, como “palanca”, como “partidor de piñones y avellanas”,
como “instrumento para una cacerolada por la pretendida reestructuración del
sector público andaluz”, como…?. Las cosas ¿sólo tienen una “función natural”?.
Aunque fueran diseñadas “para eso”, ¿no pueden ser utilizadas para “otra”
función distinta?
La “naturaleza de las cosas”,
lo que ellas sean, viene dada por el “uso” que de ellas hacemos. Y podemos
“usarlas” para otras muchas cosas, además de para su “función natural”.
También la sexualidad y el
sexo.
Aunque sin él, hasta hace
poco, era imposible el nacimiento de un niño, (esa era “su función natural”),
hoy hemos descubierto que también “sirve” y se “usa” como medio de comunicación
con otra persona, como instrumento de placer, como el abrazo más intenso entre
dos cuerpos, como solaz, como entretenimiento erótico, como… y todo, sin “la
función natural”.
El sexo y la sexualidad, la
más perfecta com-penetración entre esos dos accidentes geográficos corporales
masculino y femenino, cabo y golfo.
¿Habrá algo más natural que
ese abrazo tan íntimo, tan personal y tan placentero, sin la “función natural”
de la reproducción?
Ese con-cordato entre dos
miradas, frente a frente, esos ojos que miran al ser mirados y que, en el momento
cumbre, se les nubla la vista.
¿Qué dirán los ateos, además
del consabido “ay”, “ay”, “ay”, (¿dirán "Dios", "Dios", "Dios") cuando está pisándose la cumbre placentera de
los 8.000?
¡OH, Dios! ¿Cuántos
“ochomiles” hemos hecho, todos y cada uno, sin ser montañeros deportistas?
Cabo y golfo, golfo y cabo, o
istmo y cueva, cueva e istmo, la postura de estos accidentes geográficos
corporales no altera el producto placentero, ¿O sí?
¡OH, Dios¡ ¡La geografía
erótica corporal¡
¡Qué mala suerte que, con los
años, uno deje de ser un desafiante y aventurero explorador y tener que
conformarse con ser un mero y simple geógrafo narrativo!
Y todo ello sin “la función
natural”, más allá de “la naturaleza de las cosas”.
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