En otros lugares he dejado escrito que “vulgarizar” es una manera distinta pero no necesariamente opuesta a “divulgar”.
Porque “vulgarizar” puede entenderse, también, como poner a nivel del vulgo, o sea, del pueblo, de la gente normal y corriente, no instruida, (y menos en filosofía) uno saberes vitales que incumben a toda persona.
Como la verdad desnuda siempre es vergonzosa para quien no está acostumbrado a los desnudos, no es mala idea semivestirla, (que no quiere decir taparla y esconderla) sino dosificarla.
No es, del todo, condenable ponerle un poco de aliño a un producto exquisito, con tal de que el no experto en sabores lo saboree. Tiempo habrá para saborearlo en sí mismo.
Pero, en los últimos tiempos, el gremio de los filósofos oficiales se ha especializado tanto que ha empujado a la filosofía a expresarse en un lenguaje cifrado, tan oscuro que sólo los del gremio (y cada vez menos) lo entienden, alejando aún más, si cabe, a la filosofía de las mentes del común de los mortales.
Si alguien te pregunta cuál es tu profesión y respondes que “profesor” automáticamente surge la segunda pregunta: “y de qué”. Si respondes que “de filosofía” (como yo he hecho toda mi vida) podían ocurrir dos cosas: 1.- que surgiera la tercera pregunta clave: “y eso qué es” o 2ª que se compadecieran de ti y pensaran, para sus adentros, lo que decía el torero El Guerra: “aquí hay gente “pa tó”.
La filosofía, desde mediados del siglo XX, parece que la han enclaustrado y hablar de ella es como hablar en arameo.
Muchos de los filósofos oficiales parecen disfrutar con la práctica del oscurantismo, con la incomprensibilidad, con el uso y abuso de un lenguaje críptico (“la nada nadea”), alejado de la vida y sus problemas, convirtiendo el don preciado de la filosofía en un somnífero masoquista preñado de aburrimiento.
“Lo que puede decirse debe ser dicho claramente y, si no, lo mejor es callarse”.
No es el caso de filósofos como Fernando Savater o José Antonio Marina, muy criticados por el gremio, pero a los que se le entiende todo lo que dicen.
Cumplen el consejo de Ortega: “la claridad es la cortesía del filósofo”.
Quien ha llegado ahí tiene que ser capaz de mostrar claramente el camino.
Es verdad que el hombre es un animal, porque es un viviente sensible, pero también es verdad que la filosofía ayuda a desanimalizarse, a superar el nivel meramente animal, porque siembra curiosidad, extrañeza, asombro,… que, desde Aristóteles, es la condición del filosofar, del querer saber.
Pero filosofar supone estar, siempre, abierto al diálogo y nunca dogmatizar.
“Filosofía” y “dogmatismo” son dos conceptos incompatibles.
El filósofo ilustra, echa luz en los problemas de la vida y espera que los demás también los iluminen para salir, todos, bien parados de ellos.
La filosofía invita a la amistad, a la cooperación, y prepara mejor para los momentos infelices que toda vida trae consigo
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