domingo, 20 de febrero de 2011

CONFESIÓN

Una confesión total es un desnudo psíquico y sentimental integral. Nada que ver con el otro desnudo, mucho más atractivo, siempre que el o la desnudante pueda enseñorearse de encarnar belleza corporal envidiada, por su proporción de formas.
El desnudo psíquico es voluntario. Los demás podrán arrancarte jirones, expoliarte, pero nunca desnudarte.

Si la vida surgió de la combinación de elementos inorgánicos, igualmente mis reflexiones filosóficas provienen de varias y variadas fuentes. La creación pura es un mito. Hasta Dios creó de la nada.

¿Mis fuentes?: lo que oigo en las tertulias radiofónicas; lo que oigo y veo en los debates televisivos; los libros que leo, releo y consulto y que los tengo todos requetesubrayados (yo no sé por qué lo hago, pero lo hago. Ya en clase, cuando veía a un alumno con el libro inmaculado, me entraban ganas de hacerle un garabato); los pensadores con los que sintonizo en ideas; retazos de mi biografía actual y hasta ahora (riquísima); productos de mi imaginación; Internet (¿qué sería de mí sin las numerosísimas revistas de filosofía que puedo consultar?) (por supuesto, con editoriales y columnistas de la prensa); mis libretillas de notas que siempre me acompañan (podéis verme en plena Cll/ Larios, parado escribiendo, con el lápiz de Ikea (¿quién no tiene un lápiz de Ikea en su casa?) ocurrencias que, si no, se volatilizan, se van según llegan, y se me olvidan); hasta mis cuadernos de cuando era estudiante; de mis proyectos personales; de mis ideales sociales; de la situación política, social, económica, moral, religiosa, laboral,… que respiro (un filón de ocurrencias); de las redes sociales y de los blogs de mis amigos y favoritos;…

De todo eso, y más y mucho más, sale lo que sale, y el cómo sale lo pongo yo. Y no hay más misterio.

Pero os voy a decir una cosa, aunque no la creáis (¿o sí?, ¿por qué no?): jamás escribo para enseñar, siempre que escribo es para aprender. Y si lo hago es para que no se me volatilicen las reflexiones, prefiero dejarlas clavadas en palabras, y, como si fueran mi museo, poder revisitarlo, a discreción, constantemente.

Soy un ratón de librerías, más que de bibliotecas. Me encanta la silla de Ikea y el silencio de mi hogar.

Cuando un libro me llama la atención, tras leer el título y ver quién es el autor, voy a la contraportada, luego a la solapa, y termino en el índice. ¿Luego? lo suelto o lo compro.

No siento pavor ante el folio en blanco, siempre tengo el recurso de volver a mi niñez y adolescencia, preñadas de vivencias, en unas circunstancias variopintas de muchos conocidas y padecidas, a continuación, todo lo demás fluye y se dispara mi crítica contra todo lo que se menee, tanto pronosticando como diagnosticando.

Suelo autocalificarme de radiólogo cultural de la realidad y no cirujano (habría intentado entrar en política), pero mis remedios, mis recetas, a esas radiografías son mías, personales, me sirven a mí, apenas tienen relevancia social.

Nunca inicio con la pantalla del ordenador. Prefiero el cuaderno, en el que voy metiendo morcillas, constantemente, antes de teclear.

Mi situación personal de hijo-padre-abuelo-hermano en la distancia (a mucha distancia) me da para pasear (escuchando la radio), leer, tomar notas, escribir y visitar el gimnasio tres días a la semana para competir con el azúcar, ella empeñada en subir y yo empeñado en que baje.

Soy un gran trasnochador y bastante madrugador, así que soy un siestero impenitente e incorregible, pero no de sofá, como vosotros, sino de pijama y cama, aunque sólo sea media hora (que a las 17 horas hay que estar en El Ejido).

Si, además, me facilitan poder dar alguna clase y poder recibir más todavía, ¡mejor que mejor¡

Cuando un tema me atrae, porque lo he oído, leído, imaginado,… se me clava en la mente y se pone en movimiento. Me entrego a él en cuerpo y alma, y a tiempo completo, hasta que lo concluyo.
Como soy tan inseguro, vuelvo a abrir el documento una y otra vez, suprimiendo, incrementando, corrigiendo,… lo que me hace sufrir. Así que he tomado la decisión de colgarlo, en la web o en el blog, así logro que no me ronde más. Y a otra cosa.

¿Temas?. Como diría el filósofo: “nada humano me es ajeno”. Puede ser cualquier tema. Para los demás estará regular o será una mierda, pero para mí es buenísimo, entre otras cosas porque soy el padre de la criatura, y no está bien que se reniegue de un hijo. Me siento satisfecho.

Suelo enviarlos, muchos de ellos, a amigos, a los que le recuerdo las 4 opciones: 1.- Eliminar (¡el pesado de Tomás¡), 2.- Leerlo, 3.- Guardarlo. 4.- reenviarlo. Lo que más me satisface son los comentarios. ¡No os podéis imaginar lo provechosa que es la crítica, tanto para rectificar, como para reafirmarme, aún más, en mi argumento¡).

No me gustan las descalificaciones morales (suelen retratar al que las hace), soy amigo de los argumentos, de las razones, no de los motivos.

¿Qué se puede esperar de un tipo así?.
Eso mismo me pregunto yo.

Ahora me ronda por la cabeza el tema de “las brujas”. ¿Quiénes eran?, ¿qué hacían para que fueran calificadas así?, ¿por qué se las quemaba?.
De todo lo que estoy leyendo me repugna la injusticia que la Institución Eclesiástica, por motivos ideológicos, no religiosos, cometió con ellas, como los cometió con los reformadores religiosos varios. Y todo, para que nadie le disputase el monopolio del poder. No vayan a creer que las brujas follaban como leonas con el diablo, y se desplazaban en escobas voladoras, etc, etc, etc… Eran mujeres “libres”, que no necesitaban tutores. El ejemplo ponía en peligro la clientela.

Hay dos maneras de acabar con la competencia: absorberla o destruirla.

Amenazo con antelación.

El inmovilismo eclesiástico (no digo “religioso”, aunque….) siempre fue y sigue siendo muy significativo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario