Decía S. Agustín, ese hombre siempre excesivo; excesivo a la hora de ser crápula y a la hora de ser santo, excesivo a la hora de la ociosidad y a la hora de no poder dejar de escribir, excesivo ante la indiferencia religiosa y a la hora de orar a Dios, que afirmaba, rotundamente: "cree para entender y entiende para creer" y que "nuestra verdadera filosofía es nuestra verdadera religión", identificando ambos campos, el campo de la fe (religión) y el campo de la razón (filosofía).
Cuando hablaba de la "creencia" distinguía entre "creer a" y "creer en".
Si llegan ante mí dos personas desconocidas, contándome dos versiones distintas sobre un mismo hecho que acaban de presenciar, yo puedo "creer a" una y no a la otra, o al revés.
Pero si quien llega es mi hija y alguién desconocido contándome esas dos distintas versiones, yo "creo a mi hija" porque "creo en ella".
"Creer a" es dar crédito a la palabra de uno.
"Creer en" es dar crédito, fiarte, confiar, en la persona, no sólo en su palabra.
¿Que seguramente mi hija estaba equivocada y yo he caído en el error?. Quizás sí, pero la persona de mi hija me da más garantía de verdad (aunque luego, objetivamente, sea una falsa garantía).
"Creer en Dios", fiarte de Él, confiar en Él, es algo infinitamente superior a "creer su palabra", la revelación, la biblia, lo que dicen que dijo.
"El ser" y "el decir".
Él, San Agustín, también, como diría muchos siglos después un hombre de la Ilustración, Lessing: "haz, Señor, que busque para encontrar y que encuentre para seguir buscando".
La verdad es bienvenida, venga de donde venga.
Por eso (y esto lo digo yo): "no des crédito a las palabras porque provengan de una autoridad, pero tampoco las rechaces". Yo, como Galileo soy de los que afirman que el "argumento de autoridad" es un endeble argumento.
De la autoridad pueden provenir tanto verdades como falsedades, (aunque sólo sea por falta de perspectiva) como puños.
De ahí la prevención.
Ante el argumento: "Lo ha dicho Einstein, Galileo, Santo Tomás,...", ¡prevención¡. Porque todos han dicho falsedades como puños. Comprensibles y explicables, pero falsedades.
Pero, igualmente, te digo: "nunca rechaces las palabras que provengan de una persona ignorante, pero tampoco le des crédito".
¡Prevención¡.
El ignorante, aun sin saberlo, puede tener "más razón que un santo" (aunque, ahora me pregunto yo: "¿qué tendrá que ver "un santo" con "la razón". Si un santo es santo es por la fe (por eso será santo) no por la razón. Nadie es santo por tener razón. A lo más que llega es a ser filósofo, pero ¿santo?)
Todo enunciado que provenga de fuera de tí debe ser cribado, debe ser pasado, por el cedazo de tu razón. Y, con todo y con eso, creerás que es o no es verdad, pero quizá estés equivocado y vivas en el error.
Habitamos en la casa de la creencia, "creemos que es verdadero" o "creemos que es falso", nunca lo sabremos.
"Creemos en nosotros" más que "a los otros". Nos fiamos más de nosotros que de cualquie otro, pero eso te da confianza, no verdad; te da seguridad, pero no, necesariamente, verdad.
¿Entonces?....
Eso mismo me pregunto yo: ¿"entonces...."?
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