miércoles, 20 de mayo de 2020

GIORDANO BRUNO ( 3 )



En mayo de 1592 el filósofo decidió volver a Fráncfort para supervisar la impresión de sus obras.
Mocénigo insistió en que se quedara y, tras una larga discusión, Bruno accedió a posponer su viaje hasta el día siguiente.

Mocénigo quería que le enseñara la “magia memorística” pero cuando Bruno le dijo que no había tal magia sino que era una técnica del pensamiento organizado, no se lo creyó, por lo que la decepción lo llevó al paso siguiente.

(Quien esto escribe, yo, recuerdo unas charlas sobre la memoria de un señor que lo que quería era hacer publicidad de su libro pero que nos demostraba su memoria.
Si asistimos unas 25 personas nos ordenó que, en la pizarra, escribiéremos cada uno una palabra mientras él estaba de espaldas a la pizarra. Escribimos 25 palabras que nada tenían que ver entre sí.
Cuando le dijimos que ya estaban escritas, se volvió, las miró, las leyó y, de espaldas otra vez a la pizarra, y frente a nosotros, fue diciendo las 25  palabras en orden y, a continuación, de atrás a adelante.
Le preguntamos por el truco o si era un genio de la memoria, a lo que nos respondió que ni había truco ni él era un genio y que eso lo podríamos hacer cualquiera de nosotros porque sólo era la técnica memorística, la que aparece en su libro)

Fueron sus últimos momentos en libertad.

El 23 de mayo, al amanecer, Mocénigo entró en la habitación de Bruno con algunos gondoleros, que sacaron al filósofo de la cama y lo encerraron en un sótano oscuro. 

Al día siguiente llegó un capitán con un grupo de soldados y una orden de la Inquisición Veneciana para arrestar a Bruno y confiscar todos sus bienes y libros.

Mocénigo estaba asustado por sus atrevidas doctrinas y lo denunció por herejía ante la Inquisición de Venecia.

Tres días más tarde dio comienzo el juicio. 

El primero en hablar fue el acusador, Mocénigo, que trabajaba desde hacía algunos años para la Inquisición.

Tras declarar que, efectivamente, había tendido una trampa a Bruno, proporcionó una larga lista de ideas heréticas que había oído del acusado, muchas distorsionadas y algunas de su propia invención.

Entre otras cosas, dijo que el acusado se burlaba de los sacerdotes y que sostenía que los frailes eran unos asnos y que Cristo utilizaba la magia.

Cuando fue interrogado, Bruno explicó que sus obras eran filosóficas y en ellas sólo sostenía que "el pensamiento debería ser libre de investigar con tal de que no dispute la autoridad divina".

Bruno fue trasladado a una cárcel romana e interrogado constantemente.

Giordano Bruno pasó siete años en la cárcel de la Inquisición en Roma, junto al palacio del Vaticano.
Sus mazmorras eran famosas y temidas.
Se encerraba a los prisioneros en celdas oscuras y húmedas, desde las cuales se podían oír los gritos de los prisioneros torturados y donde el olor a cloaca era insoportable.

Cuando compareció ante el tribunal, en enero de 1599, era un hombre delgado y demacrado, pero que no había perdido un ápice de su determinación: se negó a retractarse y los inquisidores le ofrecieron cuarenta días para reflexionar.
Estos cuarenta días se convirtieron en nueve meses más de encarcelamiento.

El 21 de diciembre de 1599 fue llamado otra vez ante la Inquisición, pero él se mantuvo firme en su negativa a retractarse.

El 4 de febrero de 1600 se leyó la sentencia. Giordano Bruno fue declarado hereje y se ordenó que sus libros fueran quemados en la plaza de San Pedro e incluidos en el Índice de Libros Prohibidos.

Pudo haber negado todo aquello en lo que creía y salvar su vida, pero no lo hizo: prefirió ser fiel a sus principios y esperar una sentencia favorable.

Después de pasar ocho años encarcelado, el papa Clemente VIII le condenó a perecer en la hoguera el 17 de febrero de 1600.

Al mismo tiempo, la Inquisición transfirió al reo al tribunal secular de Roma para que castigara su delito de herejía "sin derramamiento de sangre".
Esto significaba que debía ser quemado vivo.

Tras oír la sentencia Bruno dijo: "El miedo que sentís al imponerme esta sentencia tal vez sea mayor que el que siento yo al aceptarla".

El 19 de febrero, a las cinco y media de la mañana, Bruno fue llevado al lugar de la ejecución, el Campo dei Fiore.

Los prisioneros eran conducidos en mula, pues muchos no podían mantenerse en pie a causa de las torturas por lo que algunos eran previamente ejecutados para evitarles el sufrimiento de las llamas, pero Bruno no gozó de este privilegio. 

Para que no hablara a los espectadores le paralizaron la lengua con una brida de cuero, o quizá con un clavo.

Cuando ya estaba atado al poste, un monje se inclinó y le mostró un crucifijo, pero Bruno lo rechazó volviendo la cabeza.

Las llamas consumieron su cuerpo y sus cenizas fueron arrojadas al Tíber

Pero antes de morir, sin embargo, tuvo tiempo de desafiar al tribunal inquisidor que lo condenaba: “Tal vez dictáis contra mí una sentencia con mayor temor del que tengo yo al recibirla”.

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