viernes, 29 de mayo de 2020

FLORILEGIO 12 ( 4 ) LOS FILÓSOFOS DE LA SOSPECHA: EL HOMBRE COMO ANIMAL ENFERMO



Pero tenemos que acostumbrarnos a vivir a la intemperie de seguridades, evidencias y certezas porque todo cada vez nos es más inseguro, menos evidente y menos cierto,
Y tendremos que aprender a vivir en la cuerda floja, en el filo, siempre en la duda, en la ambigüedad.

Actualmente sentimos, cada vez más, cierta alergia a todo tipo de soberanías absolutas (ni verdades, ni bienes, ni conocimientos, ni comportamientos, ni…ni….

En el REALISMO se tenía la convicción de que el mundo y las cosas que hay en el mundo eran seguros y fuentes de verdad y de certeza, lo que fue problematizado por Descartes y su escuela que desplazaron la certeza realista a la certeza y evidencia de la conciencia.
Sólo estoy seguro de que Dudo por lo que también estoy seguro de que Existo porque ¿cómo podría dudar si no existiera?
Pero esa es mi única certeza: Dudo Existiendo o Existo dudando.
Y como dudar es pensar: “Cogito, ergo sum”
¿Y después qué?
Pienso pensamientos.
¿Qué tipo de pensamientos?
Ideas adventicias, ficticias e innatas.
¿Y?
Puedo estar seguro de que pienso, pero ¿y de lo pensado en esos pensamientos?
Si pienso en una mesa, es verdad que pienso en una mesa pero ¿es verdad que es real la mesa pensada en ese pensamiento?

Al final será Dios quien garantice que…
Para hacer ese viaje ¿hacían falta tantas alforjas?

La certeza es subjetiva pero la verdad tiene que ser objetiva, a lo que no puedo llegar a no ser por el aval de Dios.

De la duda del mundo que nos rodea pasamos a la duda de la conciencia misma, a la que se le acusa de “mala conciencia”

Marx, Nietzsche y Freud  son los desenmascaradotes de esa mala conciencia o conciencia falsa.
Los “filósofos o maestros de la sospecha”

Pretenden demostrar que la conciencia no es una categoría inmediata y primaria sino un producto de otros elementos previos y determinantes. De tal modo que la conciencia hay que verla, analizarla e interpretarla según el binomio relacional ausencia-presencia, oculto-mostrado, simulado-manifiesto.

Es “reflejo de las relaciones sociales de producción” o “es interpretada a la luz de la voluntad de poder y que implica un trastrueque de todos los valores vigentes” o es “un producto derivado de una arqueología anterior, como son los niveles inconsciente y preconsciente que determinan lo consciente.

La conciencia deja de ser lo evidente y lo cierto, para convertirse en problemático.
Lo inconsciente es prioritario frente a lo consciente, no sólo en el orden lógico, sino también en el orden ontológico y axiológico.

Los tres, cada uno a su manera, interpretan al hombre en términos de enfermedad y en una referencia, más o menos implícita, a la nostalgia de un paraíso perdido y revestido de la esperanza de un paraíso futuro.

Enfermedad, para uno, en el orden político-económico, y su nombre se llama “alienación”, individual o colectiva y cuya Jerusalén celeste, en la que ya no haya alienaciones será “la sociedad sin clases”.

“Enfermedad llamada “hombre” –escribe Nietzsche en La Genealogía de la Moral.
Su estado normal es el “estado mórbido”, tal vez porque el hombre está cansado de sí mismo.
La santidad “paradisíaca” se realiza en el “superhombre” y en la superación de todos los valores, la “transvaloración axiológica”,

“Animal neurótico” lo denomina Freud, que vive en un conflicto permanente entre “deseo” y “realidad”
Sólo a través de la liberación del eros reprimido alcanzará el “paraíso perdido”, que es el de la “infancia”

Los tres “filósofos de la sospecha” coinciden en que el hombre es un “enfermo”, un “enfermo ontológico” para uno, un “enfermo socio-económico” para otro o un “enfermo como ser-en-el-mundo” para el tercero.

El hombre se presenta como la “enfermedad del ser, del tener y del hacer”
Pero esta enfermedad se nos presenta como la pérdida de una santidad original y la pre-convalecencia de un estado nuevo.

El hombre aparece, siempre, como una decadencia y referido, siempre, hacia un ideal y a un paraíso perdido y ahora anhelado.

Este animal enfermo puede curarse, pero sólo podrá salvarlo la esperanza.
Así el hombre necesita ir más allá del yo actual para lograr un yo posible que sea la salvación y superación de ese yo decadente.

Pero la tarea destructiva de estos tres pensadores está en función de un empeño constructivo, porque creen en el hombre y esperan en él.

La persona humana no para de replantearse su identidad y siempre queda insatisfecha de las respuestas que se le ofrecen, que se da o se las dan.

Tanto el dualismo como el monismo, sea materialista o espiritualista, se suceden históricamente como respuestas al problema permanente de la cuestión humana y nunca se ve totalmente representado en ninguna de esas respuestas, soluciones parciales y convencionales.

El yo humano es una realidad estructurada de materia y espíritu, de cuerpo y alma, pero es, también, historia, misión y proyecto.
Una realidad singular inacabada que puede hacerse o deshacerse.

Nunca podrá entenderse sólo desde sí mismo sino en la relación a todo aquello sobre lo que se vuelca, de ahí que toda vida verdadera sea un “encuentro”.

Una antropología individualista que no se ocupe más que de la relación del yo consigo mismo y se limite al análisis de los elementos que lo componen nunca podrá ofrecernos un conocimiento completo de lo que es el hombre, un “yo” y un “nosotros”, un yo concreto y sus relaciones.
El yo no es un yo “desnudo”, sino un yo “relacionado” con las otras realidades que le reclaman y le configuran.

El hombre, pues, necesita superar la soledad yoísta sin caer en las redes del peligro contrario y despersonalizador, como es el colectivismo, donde el hombre no tiene rostro humano y se transforma en un ser anónimo.

El individualismo es inhóspito, pero el colectivismo es masificador, por eso necesita habérselas con ambos.

El hombre vive siempre en una circunstancia, de la que jamás puede prescindir (es el “yo circunstanciado” de Ortega)

Y la circunstancia no es una cosa o un conjunto de cosas sino un escenario, un contexto, un horizonte en donde acontece la vida personal, que es también comunitaria.

El yo humano no es reducible a cosa, pues es subjetividad, pero tampoco puede reducirse a subjetividad, porque también es apertura a un mundo con el que está implicado y complicado.

“La vida humana es una realidad extraña –afirma Ortega- de la cual lo primero que conviene decir es que es la realidad radical, en el sentido de que a ella tenemos que referir todas las demás, ya que las demás realidades, efectivas o presuntas, tienen de uno u otro modo que aparecer en ella”

El yo concreto tiene una condición vectorial y de gravitación que le vuelca fuera de sí y le vincula a otras realidades extrañas, pero necesarias para su ser y su hacer, tanto en el orden ontológico, como en el psicológico y ético.

El hombre necesita asentarse en la circunstancia, instalarse en ella pero, al mismo tiempo, ha de trascenderla y rebasarla.

El hombre es un centro emisor y receptor de relaciones, de experiencias, de vivencias y de convivencias.

Se presenta a nivel ontológico, biológico y psicológico como foco de relación intencional que se relaciona, se vincula y se comunica con diversos polos referenciales de interés, de simpatía, de valor y de vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario