viernes, 8 de mayo de 2020

FLORILEGIO 10 ( 6 ) PROFESORES Y ALUMNOS, EDUCACIÓN ( 2 )


Pretender aplicar el principio de igualdad democrática a la enseñanza es hacer que ésta sea imposible.

La diferencia de edad y la acumulación de conocimiento y experiencia son factores que explican esa desigualdad (aunque no totalmente) porque el puro paso de los años no garantiza que una persona pueda poseer el tipo de desigualdad que se le debe exigir a un maestro.
Porque no por ser viejo se es mejor.

La desigualdad debe venir fundamentada en el conocimiento teórico, la capacidad de actuar de manera ponderada y el adecuado equilibrio.
No es, por lo tanto, una desigualdad temporal.

Del hecho de que el maestro, en tanto que maestro, “sea más” que el alumno, nada tiene que ver con la condición de “amo”, como tampoco el alumno guarda ningún parecido con el “esclavo” (nada que ver con el modelo hegeliano de la dialéctica amo-esclavo).

Si la relación maestro-alumno fuera la del amo-esclavo ya no existiría la relación pedagógica sino la relación de sumisión.

El proceso educativo debe conducir a la superación, al menos parcial, de la desigualdad.

¿Quién no recuerda el “sólo sé que no sé nada” de Sócrates?
Todos sabemos que reconocer la ignorancia, para espolear al discípulo, era un recurso irónico para disparar el proceso del descubrimiento.

Sócrates, con la pregunta concreta y adecuada y en el momento adecuado hace que el alumno descubra el Teorema de Pitágoras.
Lo que nunca habría ocurrido si no hubiera existido ese desnivel entre maestro-discípulo, como los de la caverna no habrían salido de ella si no los hubiera espoleado el maestro para dejar las sombras y salir a la luz.

La relación del tutor con Emilio (Rousseau) es un nítido ejercicio de la autoridad, llegando a una especie de violencia pedagógica.
Igualmente Kant al afirmar que la disciplina (en el sentido de “obediencia y esfuerzo”) es el núcleo central de la educación, llegando a definir la escuela como “cultura coercitiva”.

Se resalta, por tanto, en ambos el papel liberador de la autoridad al enseñar al niño a ganarse la autonomía, a hacer uso de la libertad, a convivir en una sociedad y a romper con los particularismos que proceden de sus padres o del gobierno.

Reivindicar la autoridad y la asimetría para no llegar al autoritarismo, como se veía en la legislación platónica y en el despotismo ilustrado de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo” (en el que había más despotismo que ilustración) o sea, en nuestro caso “todo para el niño, pero sin el niño”

En el otro polo estaría Tolstoi, defensor de que la “libertad sólo se aprende siendo libres”, con un mayor protagonismo de los niños, como otros y dentro de la tradición libertaria.

El maestro no sólo “es más” que el alumno en una asimetría por su saber pero acompañado por la amistad y el cariño al alumno.

Pablo Freire añade la importancia que, en la educación, tienen los propios compañeros.

Dewey recalcará que el mundo del adulto  no es lo único que debe tenerse en cuenta para orientar la educación.
No es la meta la que determina la calidad del acto educativo, sino el mismo proceso.

Relación asimétrica sí, pero no descargar sobre las espaldas de los niños toda la fuerza del mundo de los adultos.

La educación debe ser un proceso de formación permanente en el que están embarcados tanto los niños como los adultos cumpliéndose lo que se dice: “nadie educa a nadie sino que los seres humanos se educan en comunidad”.

Reconocimiento por parte del alumno y solicitud por parte del maestro.
Es esa capacidad de reconocimiento de la desigualdad por parte del alumno lo que permite al maestro no sentir su superioridad como una superioridad opresiva o autoritaria.
Como el hijo ve a su padre como alguien superior que “es más” y sabe más, pero también lo ve y es un amigo.
Sólo así se integra la desigualdad como elemento imprescindible de su propio crecimiento.

El alumno, con el reconocimiento de la superioridad del maestro, y el maestro con la solicitud y cuidado.

Reconocer al alumno como otro al que hay que respetar, y no manipularlo, es la norma común del maestro (y lo digo con 36 años de experiencia en la práctica educativa).

Al alumno se le llega a querer, no a enamorarse de él, pero sí a quererlo, queriendo lo mejor para él.

Sin renunciar a la desigualdad y a la autoridad que le acompaña el maestro deja de ver en el niño como un ser inmaduro o incompleto que sólo debe ser troquelado de acuerdo con las pautas impuestas por la sociedad establecida.

Rousseau y Kant subrayan el lado del reconocimiento, sin recoger adecuadamente la solicitud por eso terminaban hablando de disciplina y obediencia como esencias del acto educativo.

Tolstoi al revés, llegando a equiparar la relación pedagógica a la amistad.

Gadamer ha insistido en la misma línea y ha desmontado la falsa oposición entre el ejercicio de autoridad del maestro y la autonomía racional del alumno.

El reconocimiento nunca es un acto ciego de sumisión irracional.

Igual que la planta sólo puede crecer porque hunde sus raíces en el suelo que le viene dado previamente, el discípulo sólo crece porque se apoya en una autoridad solícita que él mismo reconoce racional y afectivamente porque, como seres históricos que somos no podemos negar el peso de la tradición y la autoridad so pena de que queramos convertirnos en entes abstractos, como con síndrome cartesiano: el deseo infantil de partir de cero.

Es lo que Freire llamaba “el educador-facilitador del proceso de concientización”

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