lunes, 25 de mayo de 2020

FLORILEGIO 11 ( y 9 ) FILOSOFÍA AGUSTINIANA.



¿Puede hacerse filosofía desde una situación personal creyente o cristiana?
La pregunta eterna: ¿puede haber una “filosofía” (razón) desde la “creencia” (revelación)? O ¿no son dos términos contradictorios “filosofía” y “cristiana”?

Durante toda mi vida he defendido la posibilidad de “filósofos cristianos” o “cristianos filósofos” siempre que dejen en la puerta, antes de entrar en la filosofía, su creencia en la revelación.

Apenas convertido escribe San Agustín el “Contra Académicos” (una de las primeras seis obras en que predomina el tema filosófico y en las que intervienen la Razón y la Fe).
Y no es que las confundiera y las considerara caminos de acceso a la verdad, pero no le preocupaba el problema de establecer fronteras.

Los tres pasos de: 1.- “Intellige ut credas” (razones para creer), 2.- “Crede ut intelligas” (creer para entender), y 3.- Intellige ut credas” (entender lo creído para asentar la creencia).

Con el “Contra Academicos”, una vez superado el materialismo maniqueo, el escepticismo y el neoplatonismo, aviva aún más su inquietud investigadora y “busca para encontrar y encuentra para seguir buscando”.

En realidad, todas sus obras (y son, no muchas, muchísimas) constituyen una invitación a la búsqueda: “El que lea mis libros, que avance conmigo cuando vea que estamos de acuerdo; investigue conmigo si tiene dudas; pase a mi campo si reconoce su error, y corríjame si advierte el mío”

La fe cristiana, para él, no supone una cortapisa, sino un impulso, una ampliación de su campo de investigación.
No temía que la razón rectamente dirigida le condujera al error.

En 410, en una carta a un joven, le dice que no debemos amar la verdad porque la conocieron otros filósofos, sino “porque es la verdad, aunque ninguno de ellos la hubiera conocido”
Lo que considero una verdadera actitud filosófica, no aceptar el argumento de autoridad, lo que supone un abrirse, sin condiciones, a la verdad en toda su amplitud, porque la filosofía habita en el reino de la verdad.

En nuestro mundo, transido de escepticismo y de utilitarismo, podría avivar las brasas de las inquietudes humanas hasta despertar la valentía o coraje de la verdad y la fe en el poder del espíritu humano, de nuestra inteligencia, para abordarla y encontrarla.

En el fondo de su conversión anida un sentimiento dichoso de haber encontrado la Verdad, con mayúsculas.

Su pensamiento intuitivo y afectivo, síntesis de inteligencia y corazón, de interioridad y objetivismo, de humanismo y teocentrismo, irradia un mensaje, siempre actual, para la perenne búsqueda del hombre.

“Fecisti nos, Domine ad Te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in Te” (“Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”)

“Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé”

El espíritu del hombre, atenazado por la angustia y desconcertado, pero hambriento de felicidad, sólo se aquieta en Dios (ecos de Platón y Plotino)

La filosofía agustiniana es “antropocéntrica”  siendo, a la vez “teocéntrica”, pues Dios habita en el hombre interior.

Su preocupación por el hombre concreto, tan intensa como la de Sartre o Unamuno, le lleva a ver en la felicidad la única causa humana del filosofar (“nulla est homini causa philosophandi nisi ut beatus sit”) – que ya l había afirmado Aristóteles - lo que no le impide situar en Dios el centro de su filosofía.

En Dios está la causa de todas las naturalezas, la luz de la verdad, y la fuente de la felicidad.

Muchos contemporáneos han filosofado, y filosofan, desde una situación personal atea o agnóstica.

¿Por qué desde una situación personal cristiana no se puede hacer filosofía y desde la otra situación sí? – se preguntan los cristianos.

Y como he expuesto en otro lugar, siempre que se deje en la puerta, antes de entrar, la creencia en la verdad revelada para no tener que echar mano de ella en ningún momento

VALORAR.

Es difícil y raro “Valorar”, fría y neutralmente, un libro, un artículo, un autor,…

En general “Supravaloramos”, lo que sea, poniéndolo por las nubes, o lo “Desvaloramos o Infravaloramos”, poniéndolo a los pies de los caballos.

Nos pasó con Ortega y Gasset, al que se “supravaloró” su originalidad, sobre todo su discípulo, Julián Marías, hasta que, en primer lugar, Ciriaco Morón Arroyo, en “El sistema de Ortega y Gasset”, obra amplia y profunda y que planteó la cuestión de las fuentes en que Ortega bebió, y  después, Nelson Orringer, en “Ortega y sus fuentes germánicas” por lo que al descubrir las fuentes (que Ortega había silenciado) decayó la “originalidad” de Ortega, pero no su sistema filosófico.

Desde entonces se “valora” a Ortega, ni “supra”, ni “Infra”.

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