lunes, 31 de julio de 2017

ABELARDO Y ELOÍSA (8). SU CONCEPTO DE AMOR (3)



Pero, por la castración, no podía darle una relación normal de pareja, lo que hundía más su autoestima, porque es sabido que, históricamente, la hombría yace en la potencia sexual,

“Si tu tío, al castrarme, me hubiera quitado también el deseo de amarte, pero tanto más violentos son mis deseos cuando menos satisfechos pueden ser”.

“¿Qué no hice para olvidarte?, pero la ausencia, la distancia, los ayunos, los estudios, el silencio y la plegaria de nada sirvieron más que para proporcionarme el placer de ser amoroso mártir tuyo…”

“Siempre te encuentro entre Dios y yo”.

Le confiesa Abelardo que por celos, no siendo que ella, al no poder él darle lo que todo hombre da a su mujer, se enamore de otros hombres, “preferí perderte más que dividieses con otro tu afecto. Así dejé de profesar hasta que lo hicieras tú, no siendo que, si no lo hacías, podía seguirte dondequiera que fueres…o ser tu verdugo si me hubieses sido infiel”

Un anti-Agustín.

Un librepensador que apela siempre a la conciencia personal, adelantándose a Lutero.

Amar por amar, sin otra meta, sin ningún interés, y para eso no hacen falta ni juras ni jueces con  sus matrimonios.
Es la mística del “amor cortés”, un amor altamente sexualizado y, a la vez, altamente espiritual.

Eloísa prefiere el amor al matrimonio, la libertad a la alianza, y para ello no hacen falta papeles.

“Cortesana a tu lado, antes que emperatriz al lado de Augusto”

Eloísa entiende que el matrimonio esclaviza al filósofo y le impide entregarse a las tareas intelectuales, por eso lo rechaza, pero sigue amándolo igual, incluso se pregunta si puede existir un amor verdadero entre personas casadas, es la “erótica cortés”

“Bien lo sabe Dios, nunca he buscado en ti más que a ti mismo. Sólo a ti te deseaba, no lo que te pertenecía o representas”

“Temo más ofenderte que irritar a Dios” porque no cree en un Dios que…como Floria Emilia, un Dios que no pide sacrificios porque no los necesita.
¿No dice Dios: “misericordia quiero y no sacrificios”?
¿Es que Dios no es Amor y se define como Dios del amor?

“Dios no puede suplir el amor que te tengo, amado mío”, “Nunca abjuraré del amor que te profeso. Soy tu mujer y lo que Dios ha unido…”

Abelardo muere a los 60 años.

Cementerio.

“A su lado otra tumba se excavará –dice Eloísa- para albergar mi cuerpo, una lápida en la que diga: “Aquí yacen sepultados dos amantes, a los cuales el infortunio y la gloria aparejaron igualmente”


La lápida que cubre la tumba de los dos amantes tiene esculpidas dos imágenes yacentes, la de Eloísa y la de Abelardo, la mano derecha de él se extiende hacia la mano izquierda de ella, tienen los rostros vueltos el uno hacia el otro, mirándose.

domingo, 30 de julio de 2017

ABELARDO Y ELOÍSA (7), SU CONCEPCIÓN DEL AMOR (2)







Nadie puede amar a todo el mundo, el corazón humano es limitado y puede amar, y ama de verdad, cuando lo hace concretamente.

En carta a una íntima amiga le comunica que está embarazada y que pronto se notará su vientre crecer y que, por ella, iría cantando por las montañas, como María, la madre de Jesús exultante de alegría.
Y, ante la típica pregunta de la amiga, le responde que Abelardo sí quiere casarse pero que ella lo ha convencido para no casarse porque “hacerlo sería deshacer su vida, tendría que renunciar a la gloria que le espera y yo no podría soportar que por mi culpa…él está dispuesto, pero yo no quiero ser la causa de su desdicha. Él es un tesoro que pertenece al mundo entero…lo califica como el pensador más eminente de hoy día, el Aristóteles del siglo, el ídolo de los estudiantes, y si se casara…”espero que, al final, me saldré con la mía” 

Inmensa generosidad la suya, y también la de Abelardo.
Ambos están dispuestos a renunciar a aquello que más aman por amor, un amor que no tiene en cuenta el sacrificio personal, sino que cada uno cree que es lo mejor para el otro.

Una noche, ausente su tío, se la llevó de su casa y la condujo a casa de su hermana, hasta que llegó el niño, al que le puso el nombre de Astrolabi (“vigía de astros”)

Cuando regresó su tío (es fácil imaginarse el cabreo).

Para calmarlo, le promete casarse con ella (teme represalias del tío contra ella), sólo le pidió hacerlo en secreto, para no perjudicar su reputación. Y esa promesa la hace sin contar con Eloísa y ella, como sabemos, no quería casarse porque…además de que su amor iba mucho más allá de su conveniencia social. Y, todo ello, estando ya cada uno en un convento.

Y, es verdad que el Derecho Canónico no prohibía que un clérigo sin órdenes –como Abelardo- pudiera contraer matrimonio pero sí impedía que un clérigo casado pudiera percibir ningún “beneficio” ligado a un “oficio”, y Abelardo no está dispuesto a renunciar a una carrera eclesiástica basada en su oficio de “magíster scholarum”, ni siquiera dar catequesis, nada que tenga que ver con Dios (que venía de los Santos Padres del siglo IV.

Eloísa insiste y persiste de las nefastas consecuencias para él (lo que le ocurra a ella no le importa) y él insiste y persiste en que es lo mejor para ella, aunque él…

Todo lo que él hace es por ella y pensando en ella.
Todo lo que ella hace es por él y pensando en él.
Ninguno mira para sí, sólo por y para el otro.

“Ahora sólo falta una cosa en la perdición que a los dos nos espera: que el dolor que seguirá no sea superior al amor que lo ha precedido” – dice Eloísa.

Pero no lo convenció y aceptó el casamiento a disgusto, por el peligro del futuro de su amado.

De mantenerlo en secreto, nada de nada, porque el tío le daba toda la posible publicidad aunque Eloísa juraba y perjuraba que no se había casado.
La situación se hizo insostenible entre tío y sobrina y obligó a Abelardo a llevar a Eloísa al convento de Argenteuil, donde se había educado de niña.

El tío lo interpreta como que Abelardo quiere que se haga monja para liberarse de ella y trama la “castración”.

Él, una vez castrado, quedaba incapacitado para ejercer de clérigo.

El ensañamiento contra la sexualidad proviene de los Padres de la Iglesia, ochocientos años antes.

Los eunucos tienen hasta prohibido entrar en la iglesia, como si fuesen inmundos, como los animales: “No ofrezcáis al Señor ningún animal con los testículos machacados, mutilados o amputados, no serán admitidos en la Iglesia del Señor”
¡Cuánto menos los hombres¡

Pero los discípulos no quieren perder la sabiduría de Abelardo por lo que volvieron los triunfos y la fama, pero también la envidia y el deseo de venganza porque los alumnos abandonaban a los otros maestros para irse a escuchar al novedoso, original, dinámico, de mente clara que, partiendo de la observación de la vida, les enseñaba a pensar con libertad.

“Algún día Dios me pedirá cuentas de cómo he usado mi talento”

El odio y la envidia de los otros maestros lo persiguen tenazmente, hasta denunciarlo como hereje, poniéndole trampas, pero les contesta que: “lo que yo pretendo es que mis alumnos se atrevan a pensar y evitar que se instalen en esta letargia invernal donde vegetáis vosotros”

Siglos después Kant, en su “¿Qué es la Ilustración?” lanzará ese grito desafiante: SAPERE AUDE (atrévete a pensar por ti mismo, sin tutores,…)

“Moriré solo, en medio del bosque, eso sí, como el búho, con los ojos abiertos de par en par escrutando los secretos de la noche”.

Eloísa, siguiendo sus instrucciones, tomó el hábito y entró en el monasterio de Argenteuil y él en la abadía de Saint-Denis, pero ella, en realidad no quería hacerlo y si lo hizo fue porque…”no hice los votos a Dios sino a mi amado Abelardo”, “juré morir antes que dejar de amarte”.

“Por orden tuya tomé los hábitos, no por vocación divina. Ya ves, pues, qué infortunada vida es la mía, miserable donde las haya, arrastrando un sacrificio sin valor alguno y sin ninguna recompensa futura”.

“Olvídate de tus adversarios, pues todos están de acuerdo en decir que nada ignoras de todo lo que el entendimiento humano puede saber”

“No digas que quieres evitarme las lágrimas, porque no son menos copiosas las que me hace derramar tu silencio”

“No puedo ya vivir si no me dices que me amas”


“Y ya que fue sin límites el excesivo amor que te tuve…para mostrarte más amor vine hasta aquí para perderme y dejarte vivir sin preocupaciones”

sábado, 29 de julio de 2017

ABELARDO Y ELOÍSA (6) SU CONCEPCIÓN DEL AMOR (1)




Abelardo concebía una doctrina del amor puro de Dios.
Hay que amar a Dios porque es Dios y no para obtener nada de Él, llegando hasta la renuncia a las bienaventuranzas que Él nos ha prometido.

Pero esta descripción del amor desinteresado que propone el Abelardo teólogo es la misma que Eloísa le había reprochado amargamente no haber entendido en los tiempos que él pretendía amarla.

Es decir, no se ha de amar a Dios como Abelardo había amado a Eloísa en los tiempos que él pretendía amarla, sino como Eloísa amaba a Abelardo, hasta aceptar perderse a sí misma por amor, en el sentido de la obediencia de Eloísa a Abelardo.

Abelardo siempre fue un adelantado y novedoso, como cuando se atrevió a afirmar, nada menos que en el siglo XII, que la moral no dependía tanto de la importancia de los pecados como de la intención del pecador, negando la existencia de un orden moral objetivo.

El mérito y el demérito de las acciones dependen únicamente de la intención con que se hacen, adelantándose a Lutero.

Como varón completo, sentía la necesidad de una presencia femenina en su vida, de amar y de ser amado, pero con una vida  tan repleta de actividad intelectual, teniendo que dedicar tantas horas al estudio y a la reflexión, no habría lugar ni tiempo para formar una familia al estilo tradicional, la pareja, los hijos (que, entonces, eran numerosos, tener que mantenerlos y dedicarle tiempo a su educación…)
La vida familiar requería un tiempo y unas energías que él necesitaba para dedicar a su trabajo y que, también, comportaba tener que viajar a menudo con largas estancias fuera del hogar.

Pero no se resignó a no disfrutar del amor por el amor mismo, sin otra finalidad.
Y se puso a buscar en su entorno a ver qué mujer podría entender y aceptar un amor de este calibre, lo que es la esencia del “amor cortés”

Tenía, entonces, 36 ó 37 años cuando hizo esta decisión y fue cuando conoció a Eloísa, de sólo 17 años.

Y este amor que surgió entre profesor y alumna, entre alumna y profesor, que empezó casi por pura conveniencia, muy pronto se convirtió en una hoguera, a pesar o con atracciones intelectuales, con amor a la verdad, con espiritualidad,…

A Abelardo, descubrir el amor de verdad, le trastocó profundamente, se entregó con tanta pasión a Eloísa y a esta relación que, prácticamente, no hacía más que vivirla, y sus alumnos se daban cuenta de que no era como antes.

Vivir el amor de noche y dar clases durante le día no le dejaba tiempo para el estudio y la reflexión.

“Con el pretexto del estudio nos entregábamos completamente al amor; y la dedicación a la lección nos ofrecía el retiro más secreto que el amor deseaba.
Una vez abiertos los libros, proferíamos más palabras de amor que de estudio, había más besos que tesis, las manos se dirigían a los pechos más que a los libros….y como éramos inexpertos, estos goces nos eran tan nuevos y los disfrutábamos tan ardientemente que nunca sentíamos hastío… En la lección era negligente y desganado, todo lo emprendía empujado por la rutina, y no por mi talento, no hacía más que repetir cosas antiguas, y si componía algo nuevo eran poemas amorosos, no alguna aportación importante a la filosofía…..Todos se daban cuenta de lo que pasaba, menos el que más amenazado estaba de perder el honor, el tío de la joven…..así que cuando se enteró….Ninguno de nosotros dos se quejaba de los propios infortunios, sino de los del otro”

Eloísa percibe al verdadero Dios como el Dios de la Vida y el Dios del Amor, y cree que es ese mismo Dios quien le está diciendo que disfrute con la máxima plenitud del amor y de la vida, que implican el cuerpo, el alma, el corazón, el ser entero y no hacerlo así lo vería como un pecado.
Nada que ver con el Dios de los Padres de la Iglesia y su concepción estoica y gnóstica de la sexualidad y del amor.

Eloísa es como Flora Emilia cuando, en carta dirigida a Agustín le dice: “En el Dios que tú me presentas no creo”

Cuando la gente considera a Eloísa una desvergonzada y que ha echado por tierra su honor, le contesta a Abelardo, en carta, que “eso no me preocupa mientras no perjudique tu fama científica”.
A lo que Abelardo, también en carta, le contesta: “Déjales. No les hagas caso. Les consume la envidia que me tienen, ahora aumentada por un motivo nuevo. Son como lechos de un río sin agua, y les corroe ver cómo yo me baño en tu correntío”.

Ahora sabe lo que es amar y entregarse a una persona concreta una mujer y ser amado por ella.
Conocer el amor en primera persona, que es cuando entra el amor en la vida en vivo y en directo, un amor personal, no abstracto ni vago.

Nadie puede amar a todo el mundo, el corazón humano es limitado y puede amar, y ama de verdad, cuando lo hace concretamente.

En carta a una íntima amiga le comunica que está embarazada y que pronto se notará su vientre crecer y que, por ella, iría cantando por las montañas, como María, la madre de Jesús exultante de alegría.

Y, ante la típica pregunta de la amiga, le responde que Abelardo sí quiere casarse pero que ella lo ha convencido para no casarse porque “hacerlo sería deshacer su vida, tendría que renunciar a la gloria que le espera y yo no podría soportar que por mi culpa…él está dispuesto, pero yo no quiero ser la causa de su desdicha. Él es un tesoro que pertenece al mundo entero…lo califica como el pensador más eminente de hoy día, el Aristóteles del siglo, el ídolo de los estudiantes, y si se casara…”espero que, al final, me saldré con la mía”

viernes, 28 de julio de 2017

ABELARDO Y ELOÍSA (5)

Las dudas de Abelardo sobre su fidelidad aún la mortifican ya que su amor es incondicional y se lo dice claramente: “Me he aborrecido a mí misma por mostrarte mi amor y he venido aquí a perderme por que vivas tranquilo”.

Y así Eloísa vive para Abelardo fingiendo que vive para Dios.

Abelardo reconoce que su amor por ella también sigue vivo y llega incluso a decir que agradecería la crueldad de Fulberto si al menos cuando le puso en la imposibilidad de satisfacer su pasión, al menos le hubiera permitido dejar de amarla pero los deseos que no pueden contentarse son más violentos: “soy más culpable abrasándome por ti debajo del saco y de la ceniza consagrada a los altares, que lo era por los crímenes que me han acarreado mis desdichas”, reconociendo así que su pasión por ella es ahora incluso más ardiente que antes.

El deseo de Eloísa no se cumplirá.

Abelardo moriría en 1142 y su cuerpo sería enterrado en la Iglesia de San Marcelo (debió pedir ayuda al Abad de Cluny, Pedro el Venerable, para que los restos de Abelardo fueran trasladados al Paracleto, tal cómo el filósofo deseaba y una vez allí Eloísa, veneró sus restos y rogó por su alma hasta su muerte veinte años después (1163).

Y cuenta la leyenda que cuando abrieron la tumba de Abelardo para depositar junto a él el cuerpo de su amada Eloísa, éste abrió los brazos para recibirla quedando abrazados en la muerte como no pudieron estarlo en la vida.

Así permanecieron los esposos durante quinientos años sepultados en las naves del Paracleto, hasta que en 1792, tras la Revolución Francesa, el Monasterio fue vendido como bien eclesiástico siendo trasladada la tumba de Abelardo y Eloísa a Nogent.

En 1800 Luciano Bonaparte, inspector de las cartas y monumentos antiguos, encargó al artista Lenoir que transportase el féretro al Museo de Monumentos franceses de París, quien, tras la apertura de la tumba, realizó un Álbum con dibujos de los amantes recreados por el artista partiendo de los restos conservados, con el objeto de realizar dos estatuas para la nueva tumba parisina, que quedó instalada en los jardines del museo.

En 1815, bajo el gobierno borbónico, se intentó trasladar la tumba a la Abadía de San Dionisio; pero la opinión pública protestó ya que el monumento era muy frecuentado por los parisinos y estaba considerado como algo integrado en la ciudad.


Finalmente fue trasladado al cementerio parisino de Père Lachaise, donde actualmente todavía puede visitarse.

jueves, 27 de julio de 2017

ABELARDO Y ELOÍSA (4)


Cuando a pesar de todos sus razonamientos y amén de haber podido pecar de vanidosa, Eloísa comprende que no ha convencido a Abelardo quien está decidido a casarse y sólo sabe decir, refiriéndose a su inevitable matrimonio y casi a modo de premonición: “Una sola cosa resta, para que el dolor que siga a nuestra ruina sea mayor que el amor que la precedió”.

Tras el nacimiento de su hijo éste quedó bajo la tutela de su hermana y ellos regresaron a París donde, en presencia del canónigo, contrajeron matrimonio.
Abelardo consideraba que, con esto, quedaba saldada la afrenta e insistió en mantener el matrimonio en secreto y, conforme a ello, tras la ceremonia cada uno, oculta y separadamente, se fue por su lado.

Sin embargo para Fulberto, la situación no cambiaba nada, porque los amores del filósofo con su sobrina, al no conocerse su matrimonio, seguían siendo motivo de murmuración y el honor familiar continuaba en entredicho.
Por ello hacía correr la voz de que eran marido y mujer pero, ante esto, Eloísa, fiel a los deseos del filósofo, lo negaba rotundamente, por lo que Fulberto comenzó a atormentarla con innumerables ultrajes.
  
Por todo ello Abelardo la llevó a la Abadía de Argenteuil, en la que había sido alumna, haciendo parecer que había tomado los hábitos.
Esto empeoró la situación pues creyeron que quería dejarla en el convento y desentenderse de ella.

Entonces fue cuando Fulberto comenzó a tramar la desgracia de Abelardo y con la ayuda de algunos amigos, que sobornaron a uno de los sirvientes del filósofo, llevaron a cabo su venganza, que tal como la expresa el propio Abelardo consistió en: “me castigaron con cruelísima y vergonzosísima venganza que recibió el mundo con estupor, amputándome aquellas partes de mi cuerpo con las que yo había cometido lo que ellos lloraban.”

LO CASTRARON.

Abelardo se sume en una profunda confusión pareciéndole, a veces, su dolor inferior a la vergüenza que siente ante el castigo recibido.
¿Cómo podrá continuar con su vida y presentarse ante el mundo y ante Eloísa, siendo además consciente de que la Ley de Dios prohíbe la entrada en la Iglesia de aquellos que hayan sufrido este tipo de amputaciones que son considerados inmundos y pestilentes?

Poco después ambos tomaron los hábitos, Eloísa en Argenteuil y Abelardo en Saint Denis.

Esto supuso largos años de separación y silencio.

Hasta que en 1135, por casualidad, cayó en manos de Eloísa el manuscrito donde Abelardo relataba sus desventuras.
Su lectura provocó en ella una gran conmoción y, desde luego, fue el detonante para que se decidiera a romper su silencio y a expresarle en sus cartas todo el amor y la pasión que seguía latiendo en ella.
El comienzo de su primera carta así lo atestigua: “[…] que sólo hallé en ella una circunstanciada relación de nuestros trágicos sucesos. Conmoviose excesivamente mi espíritu y parecíame superfluo hablar allí (para consolar a tu amigo de alguna pequeña desgracia) de nuestros graves infortunios.”

El relato de Abelardo no se limitaba a contar sus desventuras en aspectos de su vida personal, como pueden calificarse sus amores con ella y a las crueles consecuencias que estos tuvieron para ambos, sino que incluía un detallado informe sobre los enfrentamientos que había tenido y, todavía tenía, con algunos filósofos y teólogos de la Iglesia que habían tenido consecuencias muy negativas en su vida profesional y que, por ello agrandaban, si cabe, sus calamidades.

¿Qué puede hacer la realidad frente al deseo?

Las cartas que intercambian los amantes, tras la lectura de Eloísa del manuscrito de Abelardo, demuestra lo dolorosa que la realidad resulta para ambos y cómo la sobrellevan habitando y conviviendo sólo en la memoria.

En este sentido la frase de Eloísa: “Me acuerdo (¿acaso se olvida algo a los amantes?) del instante y del sitio en que por primera vez me declaraste tu ternura, jurando amarme hasta morir. Tus palabras, tus promesas y juramentos, todo está grabado en mi corazón”.

 Eloísa obedeció a Abelardo, tomó los hábitos, se apartó del mundo tal cómo él deseaba, porque si no era de él sólo sería de Dios.

En este sentido Abelardo reconoce que, tras su mutilación, no podía soportar la idea de que ella le olvidara y se consolara con cualquier otro.
Los celos le obligaron a pedir a su amante, no sólo que se retirara de la vida mundana, sino a que tomara los hábitos y esperó a que ella lo hiciera para después hacer él lo mismo.


miércoles, 26 de julio de 2017

ABELARDO Y ELOÍSA (3)



Las noticias sobre el niño son confusas, algunos indican que murió a edad temprana, aunque otros afirman que se hizo mayor profesando como religioso y llegando a ser abad del convento suizo de Hauterive.

El rapto de Eloísa colmó el vaso y Fulberto enloqueció, no teniendo pábulo su dolor ni sus ansías de venganza.

El filósofo comprendió que debía hacer algo para paliarlo y como reparación se ofreció a contraer matrimonio con Eloísa, aunque manifestó su deseo de que se mantuviera en secreto ya que pensaba que podía perjudicarle profesionalmente.

Contrariamente con lo que se supone debería pensar cualquier mujer en su sano juicio, Eloísa no era partidaria de este matrimonio y al parecer así se lo expresó a su tío y a su amante y futuro esposo dando, con ello, pruebas de una heterodoxia impropia de una mujer (el texto de Abelardo reproduce el discurso en el que Eloísa exponía las razones que le llevaban a mantener esa postura).

Eloísa en su planteamiento deja claras varias cuestiones y su gran juicio, junto a su esmerada educación, le permiten elaborar un discurso organizado y lógico en el que introduce citas, teorías y referencias de personajes destacados en todas la ramas del saber desde la Antigüedad clásica que permiten apreciar el dominio que Eloísa tenía de sus obras y teorías.

Plantea desde el principio, y el tiempo demostrará que tiene razón en este juicio, que Fulberto, su tío, no va a ver calmada su sed de venganza con el mero hecho de que Abelardo se case con ella, por lo que su matrimonio no va a solucionar su situación.
Por otro lado conoce también que su matrimonio perjudicaría profesionalmente a Abelardo y tampoco quiere que esto suceda, no quiere de ninguna manera ser un estorbo en la vida de Abelardo, no quiere privarle de la gloria, ya que ve a su amado como una mente privilegiada capaz de convertirse en el gran pensador de su tiempo.
No quería deshonrarle y ser una carga para él.
Cita los consejos que sobre el matrimonio da San Pablo en su primera Epístola a los Corintios: “Estás libre de mujer... no quieras casarte... […] Quiero que todos vosotros estéis sin preocupaciones”. Así pues San Pablo también consideraba que las mujeres perturbaban la tranquilidad de los maridos y eran una carga para ellos.
La opinión contraria al matrimonio no era exclusiva de San Pablo, pues desde la Antigüedad sabios y filósofos habían dado su opinión en este sentido, como Teofrasto, peripatético y sucesor de Aristóteles al frente del Liceo opinaba que ningún sabio debía contraer matrimonio ya que éste creaba intolerantes molestias y continuas inquietudes.
El propio Cicerón repudió a Terencia y no quiso volver a casarse ya que no podía ocuparse al mismo tiempo de la esposa y de la filosofía.

El argumento de Eloísa es que la vida de casado es una vida prosaica y los deberes que exige le impedirían dedicarse a lo que realmente le interesaba, la filosofía.
Se pregunta si podría soportarlo y soportarla y recuerda a Séneca cuando escribe a Lucilo diciéndole: “No sólo cuando sobra el tiempo hay que dedicarse a la filosofía, sino que hay que desperdiciarlo todo para poder acostumbrarse a esto para lo cual ningún tiempo es demasiado grande.”

El mismo San Agustín (nada menos que San Agustín, al que hemos visto en entradas anteriores), en su obra La ciudad de Dios, recordaba cómo Pitágoras, fundador de la escuela itálica contestaba al ser preguntado por su profesión: “Filósofo, es decir amante de la sabiduría”.
Y apela a su condición de clérigo, indicando cómo los monjes habían asumido, en su época, la función de los filósofos; viviendo una vida retirada y admirable dedicada al estudio.

Eloísa añade, a todas estas razones, algunas que la conciernen directamente: piensa que para ella es peligroso regresar a París, y creía más decoroso para ella ser llamada amiga que esposa, ya que el lazo matrimonial la impediría discernir si Abelardo estaba junto ella más por un deber de esposo que por un amor de amante.


Una vida en común, como matrimonio, podría acabar con su amor que, sin embargo, se mantendría vivo si los encuentros eran, se hacían, a intervalos. haciendo sus gozos más henchidos y agradables.

martes, 25 de julio de 2017

AMOR, SEXUALIDAD Y MATRIMONIO EN LA EDAD MEDIA: ABELARDO Y ELOÍSA (2)

Asistió, de las tres escuelas medievales (palatina, catedralicia y episcopal) a ésta última, a la escuela episcopal donde, en el claustro de Notre Dame, Guillermo de Champeaux impartía sus enseñanzas basadas en las teorías realistas de San Anselmo, distinguiéndose por la sutileza de su discurso y su elocuencia.

Pronto él mismo impartiría enseñanzas y a partir de 1102 lo hizo en Melum y Corbeil,  adquiriendo gran fama pese a los enfrentamientos que tuvo con algunos de sus maestros.

En 1113 le encontramos nuevamente en París enseñando la lógica peripatética (aristotélica), y planteaba doctrinas contrarias a las de sus antiguos maestros, el realista Guillermo de Champeaux, y el nominalista Roscelino, en cuestiones capitales de la Escolástica como la cuestión de “Los Universales”.

También disintió de las enseñanzas de Anselmo de Laón.

En 1118 conoció a ELOÍSA cuando ella sólo contaba 17 años.

Abelardo era un varón bello y bien plantado, de estilo trovadoresco, que componía poesías y canciones, que las musicaba y cantaba, encandilando a las mujeres.

Poco o nada sabemos de la familia de Eloísa, únicamente un nombre sin apellido ha llegado hasta nosotros, por lo que desconocemos su origen.
Las crónicas dicen que nació en París y también que recibió una primera educación en el convento de Argenteuil, lo que permite intuir un cierto nivel económico familiar.
Allí recibiría, sin duda, una formación adecuada a su sexo y al papel que debía asumir, como cualquier mujer decente de la época: el de esposa y madre; aunque, al parecer, ella supo aprovechar bien el tiempo y las ocasiones, dedicándose con ardor al estudio, lo que la permitió adquirir la formación intelectual que le dio tanta fama como su singular belleza; siendo conocida en todo el reino por su talento e instrucción.

Al parecer era una joven de elevada estatura, con la cabeza muy bien amueblada intelectualmente y muy hermosa, con “la sonrisa del talento y la ternura del alma.”

Los historiadores de la época y el propio Abelardo dicen que en ella cautivaban sus ojos: “no tanto por su belleza, sino por su gracia, esa fisonomía del corazón que atrae y obliga a amar porque ella ama. Belleza suprema muy superior a la belleza que solo obliga a admirar”.

En 1118 Eloísa se encontraba en París bajo la tutela de su tío, el canónigo Fulberto; los expertos mencionan la posibilidad de que incluso pudiera tratarse de su padre quien, conocedor de sus grandes dotes intelectuales y su inclinación al estudio, consiguió para ella el mejor de los maestros posibles: Pedro Abelardo.

La obra escrita por el filósofo en 1135: “Historia Calamitatum o Epístola prima” es, en realidad, una especie de autobiografía, ya que en ella Abelardo mismo relata la historia de sus desventuras, en un intento de minimizar las desdichas de un amigo que se quejaba de las propias; lo que nos sirve para conocer los hechos de primera mano.

Recuerda que, tras una estancia en su Bretaña natal, hacia 1118, regresó a París buscando retomar las enseñanzas de Guillermo de Champeaux, su primer maestro; y que fue entonces cuando conoció la fama que rodeaba a Eloísa, joven maravillosa y conocida en todo el reino por su talento e instrucción y que estaba al cuidado de su tío el canónigo Fulberto, quién sentía inmenso amor por ella y que, conocedor de sus dotes, le había permitido progresar en todas las ramas del saber.

Nos habla de ella como de una niña que no estaba mal físicamente, pero sobre todo de la gracia que a esto añadía su dominio en las ciencias literarias, don imponderable y extremadamente raro en una mujer.

Manifiesta claramente sus lascivas intenciones de seducción hacia ella, así como las artimañas de las que se sirvió para llevar a cabo sus planes. Deja claro, también, que en ese momento de su vida se encontraba dominado por la lujuria y la soberbia, y que la gracia divina finalmente le curó de ambas: de la primera al privarle de aquello con lo que la practicaba y de la segunda con la humillación sufrida por la cremación del libro en el que ponía su gloria.

Conocedor de las debilidades de Fulberto, (la avaricia y su sobrina), urdió una trama para conseguir llegar hasta ella y enamorarla.
Se sabía famoso y atractivo para las mujeres por lo que no albergaba temor al rechazo.
Su primer paso fue acomodarse en la casa de Fulberto, como huésped, objetando cercanía a su cátedra y ofreciendo por ello una buena suma que excitara la avaricia del canónigo.
Primer objetivo cumplido.

Su otra debilidad casi  no tuvo que despertarla pues no encontró dificultades en convencer al canónigo de la necesidad de profundizar en la esmerada educación de la joven; y su asombro no tuvo límites cuando Fulberto, sin dar muestra de ninguna sospecha, le permitió ejercer sobre ella su magisterio y siempre que fuera necesario, y una vez terminada su tarea escolar, tanto de día como de noche tendría total autoridad para reprenderla si la encontraba negligente.

De esta manera consiguió mantener un trato más familiar con Eloísa que propiciara sus conversaciones y facilitara su intimidad; de esta forma pronto los libros pasaron a un segundo plano y practicaron la ciencia del amor; los besos comenzaron a ser más frecuentes que las sentencias y pronto las manos del filósofo andaban más cerca de los senos de la joven que de los libros.

Para describir qué pasó, Pedro Abelardo declara que, primero convivieron bajo un mismo techo, para llegar después a convivir bajo una sola alma y parece que ningún grado del amor fue ajeno a los amantes y, como eran novatos, en ellos se esforzaban en practicar esos goces.

Realmente no conocemos las verdaderas intenciones de Abelardo pero, a juzgar por sus palabras, la realidad es que acabó enamorado de ella.

Además, este hecho le causó ciertos problemas ya que, al parecer y según cuenta, su amor por Eloísa le absorbía tanto que le hacía desatender sus ocupaciones, en las clases, le costaba concentrarse y sus alumnos lo notaban.
Su mente estaba más con su amada que en sus enseñanzas.

Poco después Fulberto, que tuvo más que alguna insinuación al respecto, se enteró de sus relaciones y los amantes tuvieron que separarse estrechándose, sin embargo, aún más sus corazones.


Pronto conocieron que sus amores iban a dar su fruto, y Pedro Abelardo raptó a Eloísa llevándola a Bretaña, a casa de su hermana, donde nació Astrolabio, su retoño. 

lunes, 24 de julio de 2017

AMOR, SEXUALIDAD Y MATRIMONIO EN LA EDAD MEDIA: ABELARDO Y ELOÍSA (1)

ABELARDO Y ELOÍSA. ALGO MÁS QUE DOS AMANTES. 

EL AMOR EN LOS FILÓSOFOS.

Son muy pocos, fuera de los círculos filosóficos, quienes conocen la filosofía de Abelardo, sobre todo en el problema de los “universales”.

Si “el hombre” no existe, porque sólo existen los hombres concretos (Pedro, Antonio, Juan,…) ¿Por qué decimos de éstos que son hombres? ¿Qué tienen en común para poder denominarlos con el mismo término “hombre”?.

Aunque Abelardo, además de filósofo fue teólogo, poeta y monje.

Abelardo y Eloísa han pasado a la Historia, más por sus famosos y escandalosos amores que, según hemos escrito arriba, por la importancia que las teorías de Abelardo pudieran tener en los campos de la filosofía o la teología

Es más, éstas han quedado en un segundo plano frente a su relación pasional.

Su historia acaecida en el siglo XII, siempre fue conocida, pero con el movimiento romántico cobró gran protagonismo y éste, naturalmente, hacía hincapié sobre todo en la parte más azarosa del romance; sus cartas, que ya tenían cierto predicamento, ante este nuevo interés, se popularizaron y fueron profusamente leídas junto con su historia y sería estudiada y publicada cobrando gran relevancia.

Con el paso del tiempo el interés ha ido decayendo y hoy día su recuerdo, excepto para los interesados en el tema, ha quedado reducido a la popularidad de unos indeterminados amoríos.

La Edad Media fue una época excéntrica, y el amor medieval todavía no hay quién lo entienda.
Un buen ejemplo es el caso de las parejas más famosas del medioevo: Laura y Petrarca; Dante y Beatriz; Romeo y Julieta, Abelardo y Eloísa…, y  más cercanos a nosotros, Calixto y Melibea, Los amantes de Teruel,… (Y, seguramente muchos más).

No se sabe quién fue LAURA, ni siquiera se sabe si realmente existió. Algunas versiones afirman que sí, pero que ya estaba casada cuando Petrarca la conoció.
Otras versiones, conscientes de cuánto ambicionaba Petrarca ganar la corona de laureles otorgada a los poetas famosos, indican que “Laura” no es otra cosa que una abstracción de la palabra “laurel”.

“BEATRIZ”, proveniente del vocablo latino “beata”, también es un símbolo: identifica a la salvación cristiana.
Dante vio por primera vez a Beatriz Portinari cuando ambos tenían nueve años.
Desde ese día toda su vida literaria (incluida su obra maestra: La divina comedia) giró en torno a Beatriz, a pesar de que la vio pocas veces, ambos se casaron con personas diferentes, y ella murió a los 24 años de edad.
Es un hecho atroz: dos de las más famosas parejas de amantes medievales no fueron amantes, no se tocaron un dedo, nunca hicieron el amor.

La historia de amor de Romeo y Julieta la conocemos por activa, por pasiva y por perifrástica (activa y pasiva)

Pero el cuarto caso, el de los amantes más desgraciados de todos los tiempos, es una historia de amor-horror tan intenso, que pocas veces puede recordarse sin espanto.

ABELARDO Y ELOÍSA.

Pocos conocen la verdadera historia y trascendencia que la cuestión tuvo para ellos condicionando el resto de sus vidas.

La importancia de la figura de Pedro Abelardo como filósofo y teólogo es una cuestión a debate, para unos fue un innovador y para otros no pasa de la mediocridad, aunque se le reconoce una cierta importancia respecto de algunas cuestiones, como “el problema de los universales” (ya antes citado).

El filósofo considerado un peripatético medieval tenía el gran don de la elocuencia destacando sobre todo en la dialéctica; se da también cierta importancia a algunas de sus teorías sin concederle la trascendencia que algunos han querido atribuirle al considerarle el Descartes de su época o el predecesor de Rousseau, Lessing o Kant.

Para estos últimos la filosofía medieval tiene otros nombres que no conviene olvidar tan significativos como los de Juan Escoto Erígena y, sobre todo, San Anselmo a los que se consideran los verdaderos pilares de las innovaciones del pensamiento medieval.

Otro aspecto en el que se destaca su actividad es en la lírica considerándole uno de los grandes trovadores de la época, a lo que ayudó sin duda el episodio de sus amores con Eloísa.

Al parecer era un gran poeta lírico y un excelente músico, de esta forma sus composiciones se hicieron famosas y populares; son canciones de tema amoroso aunque algunas de ellas fueran escritas mucho antes de su relación con Eloísa.

Se cuenta que componía letra y música con el fin de que las pasiones que las animaban se comunicasen por dos sentidos: la vista, al leerlo, y el oído, al escucharlo.
Al decir de algunos, pronto se convirtieron en el entretenimiento de los literatos, las delicias de las mujeres o el idioma secreto de los amantes.

Se le consideraba un conquistador de corazones femeninos, sería como el Don Juan de su época.

PEDRO ABELARDO había nacido en el año 1079, en el seno de una familia noble de la Bretaña menor. Su padre, Berenguer, controlaba la zona y sus posesiones desde su castillo feudal en la ciudad de Le Pallet, próxima a Nantes y, como todos los señores de la época, ejercía el oficio de las armas aunque había recibido cierta educación en su juventud y decidió no privar de ella a sus hijos.

Pedro, el primogénito, seducido por las Letras y el estudio cedió sus derechos de progenitura sobre tierras y vasallos a su hermano menor y dedicó su vida al aprendizaje y posterior enseñanza de la Filosofía y de la Teología, única profesión liberal de la época.

Se apasionó por el estudio, renunció a las glorias militares (aunque era muy diestro en la esgrima) y se entregó a la dialéctica, el arte de la guerra intelectual, que seducían mucho más que los combates de las armas.

Mientras los trovadores pugnaban por triunfar en los castillos, con sus canciones y su música, los filósofos acudían a las Escuelas para dominar la Dialéctica, el arte de vencer con la palabra a sus oponentes.

Pasando así a convertirse en Pedro Abelardo (en realidad, él se llamaba sólo “Pedro”) lo de “Abelardo” proviene de la palabra “Habelardus” (abeja francesa), en recuerdo y como diferencia de otro escritor de la Antigüedad llamado “Abeja Ática”, y que fue el que unió al estudio de  San Agustín y de otros Padres de la Iglesia a algunos de clásicos como Cicerón.


Anheloso del saber, frecuentó escuelas y después de dominar el Trivium y el Quadrivium, y con veintiún años se dirigió a París donde se encontraban las más famosas escuelas de la época. 

domingo, 23 de julio de 2017

AMOR, SEXUALIDAD Y MATRIMONIO EN LA EDAD MEDIA (1)

La vivencia de la sexualidad, de las relaciones de pareja y del amor (otra cosa es el sexo) son construcciones culturales de cada época, cultura y religión.
Estos conceptos, pues, no han sido vividos de la misma manera a lo largo de la Historia, tampoco en los diez siglos de Edad Media.
El contexto o las circunstancias han determinado el cómo, el cuándo, o el quiénes.

Partiendo de esta premisa, es muy complicado establecer una línea continua aunque sí pueda haber semejanzas.

Así por ejemplo, ni judíos ni musulmanes sufrieron tanta presión como los cristianos en la reglamentación del matrimonio y las relaciones carnales pero sí hicieron del matrimonio una dominación mucho mayor del varón respecto a la mujer.

El amor, el matrimonio y la Iglesia

La Iglesia, durante la Edad Media, recogió la antorcha del Imperio Romano y siendo cristiana, judía o musulmana, aglutinó tierras y gentes, convirtiéndose en un pilar fundamental para cualquier estado y sociedad.

Así, los clérigos pasaron a ser los consejeros espirituales y morales, siendo los únicos capaces de marcar la diferencia entre el Bien y el Mal.

Tal era el nivel de implicación, que consiguieron, además de explicar fenómenos meteorológicos, procesos evolutivos y enfermedades y curas, acceder hasta los espacios privados, las relaciones familiares y de pareja así como a las prácticas sexuales entre ellos.

El principal objetivo por parte, sobre todo, de las altas esferas eclesiásticas, fue acabar con las tradiciones provenientes de los bárbaros quienes, entre otras prácticas, tenían como aceptado el concubinato, el adulterio- que en realidad no era como lo conocemos sino que al no tener instituido el matrimonio, podían unirse y separarse libremente- así como el incesto, donde los hombres se relacionaban con primas, hermanas o las hijas de éstas.

Por ello la respuesta de la Iglesia fue el asentar el matrimonio como institución que llevaría al buen orden social, alejando prácticas poco deseables.

En el matrimonio, cada uno de los cónyuges tenía una posición - la privada para las mujeres, la pública para los varones- y funciones diferentes - los varones eran los encargados de mantener a la familia y las mujeres de cuidar al esposo, los hijos y la casa- para asegurar la armonía y el buen desarrollo de la convivencia.

Siendo el matrimonio unión entre varón y mujer, las relaciones entre personas del mismo sexo, tradición proveniente del mundo clásico, también pasaron a ser una práctica prohibida.

El matrimonio debía ser sólo heterosexual- aunque no utilizasen esta misma palabra- y ningún otro.

Todo el intrincado concluía con la amenaza de excomunión, una terrible pena en la Edad Media, y con el juicio divino que castigaría a los pecadores enviándoles directamente al Infierno.

Para llevar a cabo tal misión, articularon una serie de principios que corroboraban las teorías divinas relacionadas con las relaciones de pareja y las prácticas sexuales, entre las que se incluía el pecado que suponían éstas fuera del matrimonio- lucharon sobre todo contra la infidelidad- o que la mujer no llegase doncella al matrimonio, organizando todo un culto entorno a la virginidad como virtud que cualquier mujer debía mantener.

Con el paso de los siglos, las exigencias a los varones se fueron relajando, cayendo sobre la mujer la responsabilidad de castidad, única forma de que un varón se asegurase sobre la paternidad de la criatura, de otra forma sería impensable saberlo en esa época.

Los mayores castigos y penitencias por adulterio impuestas a las mujeres, más que a los varones, no vienen sino a corroborar los diferentes criterios entorno a la cuestión donde, además, el marido va convirtiéndose, poco a poco, en el garante del cuerpo de su mujer, aumentando, si es posible, el control sobre la esposa.

Los tratados de la época también se hicieron eco de cómo debían ser las relaciones sexuales, las cuales se despojan de todo goce o disfrute y se resumen en el acto coital con finalidad reproductiva (influencia agustiniana).
No debían, pues, mantenerse relaciones si no se tenía tal objetivo: la reproducción de la especie.

Claro está (y como es natural) que una cosa fue la teoría y otra la práctica.

Las leyes -jurídicas o eclesiásticas- no siempre marcaban la vida diaria de los hombres y las mujeres quienes, lejos de las instituciones, debían vivir sus vidas como pudiesen.

Además, las fuentes suelen centrarse en los nobles por lo que sabemos menos de otras clases sociales así como de las diferencias entre los matrimonios en el campo y la ciudad.

Sí sabemos que tanto unos como otros llevaron a cabo prácticas distintas, especialmente entre la nobleza - como ya sabemos, los matrimonios sellan acuerdos determinados por los padres de ambos y el amor poco o nada tiene que ver- , los campesinos y los artesanos.

Lo mismo ocurre con la idealización no sólo de las relaciones sino también de los varones y mujeres, especialmente de ésta que es representada más como objeto que como sujeto, respondiendo a ideas creadas en las mentes de unos pocos.








sábado, 22 de julio de 2017

RESUMEN DE "SEXO Y MATRIMONIO" EN SAN AGUSTÍN (y 2)


Como la unión de Cristo con su Iglesia.

Como el amor de Cristo con su Iglesia es indefectible, así la unión de los cónyuges cristianos es indisoluble.

El alma del matrimonio cristiano descansa en una unión espiritual y no sobre la libido.

Así pues, el placer debe ser excusado para entrar en el matrimonio (concepto pesimista del placer).
Luego, cuanto más se reprima el deseo carnal, el placer sexual, mejor para la unión y comunión de los esposos.

Para poder explicar esta posición de San Agustín hay que ir a sus fuentes, que no es sólo, ni fundamentalmente, la Escritura, sino la Apatheia estoica, la influencia maniquea (primero convertido “a” y después convertido “de”) y, contra ellos reivindicando la santidad del matrimonio) y su polémica con los pelagianos (y subrayando el hecho del pecado original),… (Influjos del ambiente de su tiempo)

Pero de la revelación no puede llegarse a esas conclusiones sino que él, San Agustín, llega a ellas porque pensaba así de antemano.

Se opone al único método anticonceptivo aceptado durante toda la historia de la Iglesia como el único método lícito para evitar la concepción, la continencia periódica, aprovechando los períodos no fértiles de la mujer.
Aunque, si se piensa bien, este método de la “continencia periódica” parece una hipocresía, ya que si el fin primero y primario es la concepción, la prole, la especie,…aprovechar ese período es una hipocresía, porque se sabe que no va a ocurrir la concepción pero sí el orgasmo placentero.

¿Cómo lo practicaba él, con Floria Emilia, durante tantos años, antes de “casarse con Continencia” tras la conversión al cristianismo y durante su militancia en el maniqueísmo?

Su influencia, sin embargo, todavía perdura, aunque mitigada, en nuestro tiempo.

Hay que reseñar, sin embargo, que el pesimismo de San Agustín fue exacerbándose a lo largo de los siglos por obra y gracia de documentos espurios, entre los cuales estaba el “Responsum Beati Gregorii ad Augustinum Episcopum” según el cual será ya pecado el mero hecho de experimentar el placer sexual, llegando a considerarse pecado todo acto conyugal, aunque estuviera ordenado a la procreación (así decía el Salmo: In peccato concepit me mater mea” y que, el mismo San Agustín, decía de su hijo Adeodato que era “hijo del pecado” al experimentar placer con su amante Floria Emilia.

Hoy sabemos que dicho documento es una falsificación redactada en la primera mitad del siglo VIII y fue el que ejerció gran influencia sobre el pensamiento occidental.
Tanto que Gregorio Magno prohibía la entrada en la iglesia a los esposos que hubieran realizado, ese día, el acto conyugal, pues el placer no estaba libre de culpa.

La Teología medieval está bajo el pesimismo exacerbado, y no sólo por la influencia agustiniana, también por el maniqueísmo, el pelagianismo y la herejía cátara.

Se distinguiría dos tipos de sexualidad: la “sexualidad corporal” y la “sexualidad espiritual”.

Sería ABELARDO quien criticaría el pesimismo agustiniano sobre las relaciones sexuales (el próximo capítulo lo dedicaré a Abelardo y Eloísa).
Abelardo se empeña en demostrar la bondad intrínseca del acto conyugal con una lógica aplastante: “toda obra del Creador es buena y puesto que el Creador de los cuerpos ha querido que la actividad sexual vaya acompañada de placer, el que lo goza legítimamente no hace más que aprovecharse sanamente de un don divino y no comete pecado alguno”

Es de alabar la corriente de optimismo, en relación con el matrimonio, por parte de Abelardo.

Hugo de San Víctor distinguirá un doble consentimiento conyugal: el primero, esencial al matrimonio, tiene como objeto la unión espiritual de varón y mujer; el segundo, algo que se añade secundariamente, es el “comercio carnal”
De donde podemos deducir que María y José contrajeron un verdadero matrimonio, el espiritual, que es el matrimonio ideal, el matrimonio perfecto, el espiritual, sin relaciones sexuales, ya que ella quedó encinta por el Espíritu Santo, que la cubrió con su sombra…

Y cuando oigo decir a las monjas, enseñando su alianza de matrimonio en el dedo, que “ellas están casadas con Dios”, me viene a la mente la distinción de Hugo de San Víctor.

Los medievales seguirán defendiendo que la “unión marital” (la esencia del matrimonio) no implica el efecto (unión de la carne, de los cuerpos).

El “bonum fidei” agustiniano se amplía. Ya sería: “a ti y a ningún otro, a ti y sólo a ti”

Pero Santo Tomás seguirá siendo un pesimista agustiniano.

Quizá el filósofo medieval más consecuente sería Duns Escoto:
“Si el fin último del acto conyugal es la procreación y sabiendo, como sabemos, que una mujer embarazada, en sus relaciones sexuales, está desperdiciando el semen del varón, ¿por qué no la poligamia para ayudar a crecer a la especie e incrementar los fieles a Dios?

El Concilio de Trento afirmará que el matrimonio es una “comunidad de vida y de amor, prescindiendo del ejercicio del “ius in corpus” pero que, si se ejercita, su finalidad no puede ser otra que la procreación, con la educación siguiente.

También escribiremos la posición de Freud (del que también escribiremos más adelante) en este tema, destruyendo la base del amor romántico y afirmando un eros cristiano.
Dirá que los seres humanos no se limitan al acoplamiento, como los animales, sino que la sexualidad humana es un fenómeno psicológico y social y sus relaciones sexuales no pueden reducirse ni a lo fisiológico ni a lo genital.

El campo de la “sexualidad” es mucho más amplio que el de “sexo”

Ya en el siglo XX, el Papa Pío XII, afirmará que “reducir la cohabitación de los cónyuges y el acto conyugal a una pura función orgánica (como en los animales) para la transmisión del semen sería como convertir el hogar doméstico, santuario de la familia, en un simple laboratorio biológico.
El creador ha dispuesto también que, en esa función, los cónyuges busquen el placer y la felicidad en el cuerpo y en el espíritu y, haciéndolo así “no hacen ninguna cosa mala”.

Sencillamente aceptan lo que el Creador les ha destinado.
No es más que lo, siglos antes, expuesto por el medieval Abelardo, pero mucho más alejado de lo del Papa Gregorio Magno que, incluso el acto sexual con vistas a la procreación, ya era malo, lo que va más lejos que lo de ser sólo un “pecado venial”.

Satisfacer el “débito conyugal” hacia el otro cónyuge (no hacia cualquier otro) no es más que poner el propio cuerpo a su disposición para el acto conyugal.

A la continencia periódica, que hoy se considera “un” método anticonceptivo (la mejor forma de no quedar embarazada es no tener relaciones sexuales en el período fértil), públicamente admitida, incluso aconsejada, San Agustín, como antes hemos dicho, le niega la moralidad.
Y, bien pensado, es que es una estrategia de rehuir la concepción, una especie de hipocresía. “No lo hago, ahora, porque…pero sino…”

San Agustín, como ya hemos visto, ante la posibilidad de engendrar sin el coito y, por lo tanto, sin orgasmo, lo considera lo ideal y preferible.

Y es verdad que San Agustín, durante siglos, ha sido el maestro por antonomasia, pero cada vez iba siendo superado al ritmo de los nuevos conocimientos científicos y hoy sería absurdo y estaría fuera de lugar al haber separado el acto sexual, como placer únicamente, del acto sexual como procreador.

La dimensión afectiva del acto conyugal, la del primer Agustín enamorado de Claudia Emilia y padre de Adeodato, fue totalmente postergada, incluso negada y renegada, tras su conversión, viendo sólo pecado en lo que antes sólo veía amor.
Sería cuando, posteriormente, unirse a la propia esposa, por el placer que de ello se seguía, equivaldría a tratar a la mujer como una prostituta, sólo generadora de placer.

Dos mentalidades, a lo largo de la historia, propiciadas por dos culturas distintas, harán ver la misma realidad de dos maneras totalmente opuestas.
Sabiendo que las verdades definitivas, en este campo, nunca pueden afirmarse y las certezas dejan de serlo porque no se excluye la posibilidad de lo contrario.

Mientras la moralidad antigua siempre partía de la aceptación de Dios como Creador de todo y, por lo tanto, de respeto a la naturaleza, lo que suponía la manifestación divina, hoy se ha secularizado la naturaleza misma y nadie negará que construir un pantano es presionar el curso de la naturaleza del río, como corriente de agua, no dejándola correr, como los métodos anticonceptivos actuales son barreras humanas que el hombre interpone para poder gozar sin riesgo de procrear.

Hoy, y cada vez más, la dimensión afectiva, la mutua ayuda, el mutuo placer, la felicidad terrena es lo prioritario sabiendo que, además, si se desea, también se puede engendrar, pero en segundo lugar.
Aceptar el sempiterno sermón de “recibid todos los hijos que Dios os dé” ha pasado a “tendremos los hijos que mutuamente queramos, como los queramos y cuando los deseemos” porque un trabajo, un contratiempo, una enfermedad,… puede posponerlos o renunciar a tenerlos sin renunciar al placer sexual.

El orden (primeramente engendrar y secundariamente placer) ha sido alterado.

No es la especie sino el bien de la pareja el fin principal de la unión por lo que una ligadura de trompas y una vasectomía se consideran normales si la pareja así lo desea, si quieren seguir disfrutando del sexo sin renunciar al orgasmo.

¿Y qué decir de, tras la menopausia, seguir practicando el coito sólo buscando placer, sin posibilidad de procreación?

No se trata de copular, con cualquiera, sino hacer el amor con la persona amada. Cuerpo y espíritu juntos. Y no necesariamente prole y, menos, una familia numerosa, tan típica cuando la naturaleza, con la mortalidad infantil iba cribando y sólo sobrevivían los más fuertes.
Hoy parece casi un delito dejar morir a un niño y no es la naturaleza la que selecciona, sino la cultura la que no permite que nadie caiga por los agujeros de la criba.

La unión matrimonial está por encima del aumento de la familia.


Creo que deberíamos dejar fuera a Dios en todo este tema.

viernes, 21 de julio de 2017

RESUMEN DE “SEXO Y MATRIMONIO EN SAN AGUSTÍN” (1)



No es fácil (por no decir imposible) que ante un problema nuevo pueda darse una respuesta tradicional, pues ambos son humanos, históricos, temporales, variables, cambiantes…
Como es el nuevo problema surgido de la ruptura entre “amor conyugal o matrimonio” y “relación sexual”.

Esta ruptura se remonta nada menos que a San Agustín y su dualismo en la base de su concepción del matrimonio: dualismo entre una concepción pesimista de la carne y del placer carnal, por una parte, y el amor conyugal, visto como una realidad espiritual.

Es un hecho que la relación sexual (con el placer consiguiente) no puede ser excluida del matrimonio, pero siente la necesidad de justificarlo, de buscar una especie de excusa.

Propone, San Agustín, los TRES bienes del matrimonio: 1.- Bonum Prolis (hijos, especie humana), 2.- Bonum Fidei (fidelidad) y 3.- Bonum Sacramenti (sacramento-misterio-orden espiritual)

En el deseo sexual experimentamos la ley del cuerpo, en lucha contra la ley de la razón, y los deseos de la carne que llevan la contraria a los deseos del espíritu (como ya lo había afirmado San Pablo).

A este deseo lo llama, a veces, “lex peccati” (ley del pecado) al ir en contra del espíritu, por lo que el deseo sexual es un mal o una dolencia, que no es preciso imputar al matrimonio, sino al pecado cometido por nuestros primeros padres y que se transmite a los hijos (el pecado original).

Este pecado halla una excusa en el matrimonio: la procreación.

En este caso no es placer carnal el que inspira el acto, sino la libre voluntad de ordenar el desorden del pecado al “bien de la especie”
Más allá de esta excusa, vuelve la “dolencia” del placer sexual y se dispara la graduación de los pecados: entre los cónyuges, este acto, realizado dentro del matrimonio es…sólo “pecado venial”, por lo tanto, perdonable.

Por lo tanto, si fuese posible procrear por un camino distinto al acto conyugal, hacer uso de las relaciones sexuales sería, automáticamente, abusar de ellas al no ser necesarias y sería una demostración de la intención de los cónyuges de buscar, sólo, el placer sensible.

¿De dónde ha sacado San Agustín esta visión suya del matrimonio y de las relaciones conyugales?

Del Génesis, en su segunda narración acerca del origen del matrimonio, en que la mujer (Eva) es ofrecida al varón (Adán) como “adiutorium”, como una o la “ayuda adecuada”, sacada de una costilla, por lo que es “carne de su carne y hueso de sus huesos” e inferior (sólo ayuda), no así la primera narración: “Dios creó al hombre: varón y hembra los creo”, iguales en naturaleza, iguales en dignidad.
De aquí la conclusión de que “la procreación es el único motivo por el cual la mujer ha sido hecha “ayuda” del hombre”, la descendencia.

San Pablo se dirigía a los casados justificando el matrimonio y las relaciones sexuales por motivos distintos a la procreación (“por razón de la impureza, tenga cada varón su mujer y cada mujer su marido. Que el marido dé a su mujer lo que debe (el “debitum”) y la mujer, de igual modo, a su marido.

San Agustín dice que ese “debitum” es un deber de la persona casada a su compañero cuando se lo pide, a fin de evitarle un pecado de adulterio, pero que “exigirlo por encima de la necesidad de procrear sigue siendo un pecado venial”.
“Dar el “debitum” conyugal no es un pecado, pero exigirlo sin necesidad de procrear es pecado venial”.

Por el Bien de la Especie, de la prole.

Sí al acto sexual, pero sólo porque no hay otra solución, para procrear.
Lo importante no son las personas que sexualmente se aman sino las consecuencias que deben seguirse del acto sexual: los hijos, la prole, la especie.
La especie es el fin del matrimonio y del acto conyugal que, si es verdad que lleva aparejado el placer, éste no debe buscarse, sino “soportarlo, aceptarlo, pero no buscarlo”

El Segundo Bien del Matrimonio es el “bonum fidei”, que sería la segunda razón excusante del acto sexual, o sea, evitar el adulterio del cónyuge, como ya lo había afirmado San Pablo.
Sigue vigente que el único motivo para realizar el acto conyugal sigue siendo la procreación.
Debe consentirse, pues, a la demanda del cónyuge, pero no pedir nada “ultra generandi necessitatem”


El tercer Bien es el “bonum sacramenti”, que consiste en la “indisolubilidad del matrimonio” que no se cimenta sólo en la procreación y evitar el adulterio, sino sobre el carácter sagrado del lazo matrimonial



miércoles, 19 de julio de 2017

EPÍLOGO

EPÍLOGO.

Como, en otro lugar he indicado Las Confesiones es una obra que consta de 13 libros.
Sin embargo, aunque en las Obras Completas aparezcan los 13 libros, en las obras sueltas sólo aparecen los 10 primeros libros (como el que yo he usado y usando estoy, el de la Editorial Espasa Calpe, Colección Austral, color verde) puesto que los tres últimos, en realidad, no son parte de su biografía sino comentarios a los primeros versos del Génesis, relativos a la creación del mundo por Dios

PALABRAS DEL AUTOR DE “VITA BREVIS”, JOSTEIN GAARDEN


(En mi opinión estamos ante otro indicio de que ha existido una tradición «floriana» hasta bien entrada la Edad Media. Floria, al haber leído los cuatro evangelios, quizá tenga en mente la parábola de la higuera.)

(¿Envió Floria estas cartas a Aurelio o no se atrevió"?

En la última carta se dice que teme lo que los hombres de la Iglesia puedan llegar a hacer con mujeres como ella. Pero, como se desprende de algunas de mis notas a pie de página, estoy bastante convencido de que efectivamente la carta fue enviada al obispo de Hipona Regia. Cabe también la posibilidad de que el escrito haya permanecido oculto a través de la historia de la Iglesia católica. Aunque hubieran existido varias copias, eso no significa que haya tenido que llegar a mucha gente.
También puede haber ocurrido que el pergamino original, intencionadamente o no, haya permanecido completamente oculto hasta que apareció en el siglo XVI y lo copiaron.
Pero ¿qué ocurrió luego?

Tal vez mi ejemplar del «Codex Floriae» haya permanecido en la biblioteca de algún convento hasta que recientemente volvió a aparecer y, como hemos visto, fue vendido a esa pequeña librería de viejo en Buenos Aires. El propietario me dijo que quería proteger a sus clientes: también un cura, por no decir una monja, puede hallarse en circunstancias que supongan ciertas necesidades pecuniarias...

En cuanto a la transmisión, existe, en mi opinión, otra posibilidad.

Independientemente de que Agustín recibiera o no la carta de Floria, podemos suponer que los árabes encontraron una copia, o el original de la carta, en alguna biblioteca perdida cuando invadieron el Norte de África en el siglo VII y podrían haberla llevado a España, desde donde el pergamino, conservado y oculto durante siglos, podría haber sido llevado a América del Sur por los misioneros españoles y una vez allí fuera copiado.
Lo que no sé si existirá todavía es el pergamino original.
Pero hay otra pregunta que me interesa más: ¿cuál sería la reacción de Agustín al leer la carta de su antigua amante-concubina? ¿Qué hizo con la carta y qué hizo con Floria?
Lo más probable es que jamás lleguemos a saber con certeza si Agustín recibió el escrito.
Yo, por mi parte, fui tremendamente ingenuo al no pedir ni siquiera un recibo a la Biblioteca del Vaticano.

Jostein Gaarder Oslo, 8 de agosto de 1996


FIN   



martes, 18 de julio de 2017

SAN AGUSTÍN: Y DÉCIMA CARTA DE FLORA EMILIA

Luchas cada día «contra la concupiscencia del comer y del beber».
Y añades: «No es cosa que se pueda cortar drásticamente de una vez para siempre, determinado a no volver a hacerlo, como hice con mis apetitos carnales».

Pero “es en sueños cuando me arrastran a la delectación e incluso al consentimiento y a algo muy parecido al acto real. Y es tanta la fuerza ilusoria de aquellas imágenes en mi alma y en mi carne que estas falsas visiones, estando dormido, llegan a persuadirme de lo que, cuando estoy despierto, no logran las cosas reales. ¿Es que cuando duermo no soy yo mismo, Señor Dios mío?»

Habría sido mejor que fueses esclavo sobre la tierra que sumo sacerdote en el siniestro laberinto de los teólogos .

«¿Es que no es poderosa Tu mano, Dios omnipotente, para sanar todas las enfermedades de mi alma y extinguir con una mayor profusión de Tu gracia los movimientos lascivos de mis sueños?... para que mi alma, libre de la concupiscencia viscosa, vaya tras de Ti y no se rebele contra sí misma; para que ni aun en sueños cometa actos tan vergonzosos como la polución del cuerpo, junto con las imágenes sensuales, sino que ni siquiera consienta en ellas?. Para un ser todopoderoso como Tú no es gran cosa... el hacer que ya nada me deleite o me deleite tan poco que pueda rechazarlo fácilmente mientras duermo y se trate de un afecto puro».

Tienes casi cincuenta años; me siento tentada a decir que estoy impresionada.
Además, me siento orgullosa de haberte causado una impresión tan imborrable.
En absoluto pude imaginar aquel día de primavera en Cartago, cuando viniste a sentarte conmigo bajo la higuera, que nuestro amor sería tan tormentoso.

Los «apetitos de la carne» no se extinguen mediante la continencia, eso ya lo he comprendido: ¡el lobo sólo cambia de piel, honorable obispo, no cambia de naturaleza!

También escribes que estás dispuesto a prescindir para siempre de las tentaciones del olfato. Yo me pregunto entonces, honorable obispo: ¿qué queda entonces de nuestra vida sobre la tierra?.

Atanasio, obispo de Alejandría. Éste hacía cantar al lector los salmos con una modulación tan tenue que más parecía recitarlos que cantarlos».

Pobres feligreses, honorable obispo. ¿No debería el arte ser una adoración a Dios y la adoración a Dios un arte?

Has dejado de amar, Aurelio. De igual modo has dejado de disfrutar de la comida, has dejado de oler las flores, y casi has dejado de escuchar el canto de los salmos. Añades: «Quiero confesarme del placer de estos ojos de mi cuerpo, que me queda aún por tratar... Los ojos aman las formas bellas y variadas, los colores nítidos y luminosos. Que mi alma no quede cautivada por estas cosas y sea Dios quien la cautive, que fue quien las hizo; pues Él es mi bien y no ellas».

Cuántas e innumerables cosas han añadido los hombres para halago de los ojos gracias a la diversidad de estilos y formas en el vestido, el calzado, vasos, muebles y cosas semejantes, así como también en pinturas y otras distintas representaciones, fruto de su imaginación.
Todas ellas van más allá de la necesidad, conveniencia y sentido religioso que deberían tener.
Todas ellas no son más que un nuevo pábulo a los atractivos de los ojos, pues los hombres, al hacer esto, buscan fuera de ellos mismos lo que piensan por dentro

De nuevo me siento tentada a recordarte que nunca es tarde para seguir el ejemplo de Edipo.

Ahora bien, en el orden del conocimiento sensible, los ojos ocupan el lugar principal y la palabra de Dios la ha denominado "concupiscencia de los ojos"».
Así escribes, Aurelio, tú que fuiste nombrado profesor imperial de Retórica en Milán.
Si hubieras guardado silencio, podrías haber seguido pasando por filósofo

(Ésta es, en mi opinión, la frase más extraordinaria de Floria. La expresión nos es conocida a través del libro De consolatione philosophiae, de Boecio (c. 480-524), es decir, unos cien años después de la carta de Floria. Para mí este hecho se convierte en un claro indicio de que Boecio, directa o indirectamente, conoció la carta de Floria o, al menos, algunas partes de ella. Boecio era además un gran conocedor de la obra agustiniana y no me resulta totalmente improbable que conociera además el «Codex Floriae», o algunos fragmentos del mismo)

“¡Sal afuera, Aurelio; sal afuera y túmbate bajo una higuera. Abre tus sentidos, aunque sólo sea por una última vez! Hazlo por mí y por todo lo que nos dimos el uno al otro. Respira hondo, escucha el canto de los pájaros, mira el firmamento e inhala todos los olores. Todo eso es el mundo, Aurelio, está aquí y ahora. Aquí, ahora. Has estado en el laberinto de los teólogos y los platónicos. Pero ya no, has vuelto a casa, al mundo, al hogar de los seres humanos.”

Tal vez no exista ningún Dios que negocie con nuestras pobres almas. Tal vez exista un Dios cariñoso que nos ha creado el mundo para que vivamos en él.
¡Ay, Aurelio¡, si estuvieras tumbado ahí fuera bajo la higuera, con uno de sus frutos en la mano, yo acudiría a besar tu frente cansada. Aplastaría esa horrible y forzada palabra «continencia», pues es verdad que aún pesa como un yugo sobre tu mente.
Quizá lo único capaz de salvarte sea un abrazo mío.

¿Por qué habrá tanta distancia entre Cartago e Hipona Regia?.

Tengo miedo, Aurelio.

Tengo miedo de qué puedan (Floria alude a una expresión, “oleum et opera perdere”, que procede de los escritores y artífices que trabajaban a la luz de una lámpara y que, si no tenían éxito, consideraban perdidos el trabajo y el aceite consumido por la lámpara)  llegar a hacer algún día los hombres de la Iglesia a mujeres como yo.
No sólo por ser mujeres sino porque, creadas por Dios como tales, os tentamos a vosotros, tal y como Dios os ha creado, como hombres.

Piensas que Dios ama más a los eunucos o castrados que a los hombres que aman a una mujer.
Ten cuidado, pues, con alabar la creación de Dios, porque Él no ha creado al hombre para que se castre.

Siento escalofríos porque temo que lleguen tiempos en los que las mujeres sean asesinadas por hombres de la Iglesia de Roma.
Pero ¿por qué se las habría de matar?

Si Dios existe, que El os perdone.
Tal vez un día seréis juzgados por todos esos placeres a los que habéis dado la espalda.
Negáis el amor entre hombre y mujer. Eso tal vez pueda perdonarse. Pero no olvides que lo hacéis en nombre de Dios.

La vida es breve y sabemos demasiado poco.

Pero si fuiste tú quien se ocupó de que me llegaran tus confesiones para que las leyera aquí en Cartago, la respuesta es no: no recibiré el bautismo, honorable obispo. No temo a Dios. Tengo la sensación de que ya vivo con Él. ¿Acaso no fue Él quien me creó?

¿No fue Él justo con las mujeres? Son los teólogos los que me inspiran temor.
Que el Dios del Nazareno os perdone por toda la ternura y amor que rechazáis.

¡Y ahora, honorable obispo, a beber!
Estoy sentada bajo nuestra vieja higuera en Cartago. Florece por tercera vez este año, pero no da frutos.

Queda en paz


 FIN