miércoles, 26 de julio de 2017

ABELARDO Y ELOÍSA (3)



Las noticias sobre el niño son confusas, algunos indican que murió a edad temprana, aunque otros afirman que se hizo mayor profesando como religioso y llegando a ser abad del convento suizo de Hauterive.

El rapto de Eloísa colmó el vaso y Fulberto enloqueció, no teniendo pábulo su dolor ni sus ansías de venganza.

El filósofo comprendió que debía hacer algo para paliarlo y como reparación se ofreció a contraer matrimonio con Eloísa, aunque manifestó su deseo de que se mantuviera en secreto ya que pensaba que podía perjudicarle profesionalmente.

Contrariamente con lo que se supone debería pensar cualquier mujer en su sano juicio, Eloísa no era partidaria de este matrimonio y al parecer así se lo expresó a su tío y a su amante y futuro esposo dando, con ello, pruebas de una heterodoxia impropia de una mujer (el texto de Abelardo reproduce el discurso en el que Eloísa exponía las razones que le llevaban a mantener esa postura).

Eloísa en su planteamiento deja claras varias cuestiones y su gran juicio, junto a su esmerada educación, le permiten elaborar un discurso organizado y lógico en el que introduce citas, teorías y referencias de personajes destacados en todas la ramas del saber desde la Antigüedad clásica que permiten apreciar el dominio que Eloísa tenía de sus obras y teorías.

Plantea desde el principio, y el tiempo demostrará que tiene razón en este juicio, que Fulberto, su tío, no va a ver calmada su sed de venganza con el mero hecho de que Abelardo se case con ella, por lo que su matrimonio no va a solucionar su situación.
Por otro lado conoce también que su matrimonio perjudicaría profesionalmente a Abelardo y tampoco quiere que esto suceda, no quiere de ninguna manera ser un estorbo en la vida de Abelardo, no quiere privarle de la gloria, ya que ve a su amado como una mente privilegiada capaz de convertirse en el gran pensador de su tiempo.
No quería deshonrarle y ser una carga para él.
Cita los consejos que sobre el matrimonio da San Pablo en su primera Epístola a los Corintios: “Estás libre de mujer... no quieras casarte... […] Quiero que todos vosotros estéis sin preocupaciones”. Así pues San Pablo también consideraba que las mujeres perturbaban la tranquilidad de los maridos y eran una carga para ellos.
La opinión contraria al matrimonio no era exclusiva de San Pablo, pues desde la Antigüedad sabios y filósofos habían dado su opinión en este sentido, como Teofrasto, peripatético y sucesor de Aristóteles al frente del Liceo opinaba que ningún sabio debía contraer matrimonio ya que éste creaba intolerantes molestias y continuas inquietudes.
El propio Cicerón repudió a Terencia y no quiso volver a casarse ya que no podía ocuparse al mismo tiempo de la esposa y de la filosofía.

El argumento de Eloísa es que la vida de casado es una vida prosaica y los deberes que exige le impedirían dedicarse a lo que realmente le interesaba, la filosofía.
Se pregunta si podría soportarlo y soportarla y recuerda a Séneca cuando escribe a Lucilo diciéndole: “No sólo cuando sobra el tiempo hay que dedicarse a la filosofía, sino que hay que desperdiciarlo todo para poder acostumbrarse a esto para lo cual ningún tiempo es demasiado grande.”

El mismo San Agustín (nada menos que San Agustín, al que hemos visto en entradas anteriores), en su obra La ciudad de Dios, recordaba cómo Pitágoras, fundador de la escuela itálica contestaba al ser preguntado por su profesión: “Filósofo, es decir amante de la sabiduría”.
Y apela a su condición de clérigo, indicando cómo los monjes habían asumido, en su época, la función de los filósofos; viviendo una vida retirada y admirable dedicada al estudio.

Eloísa añade, a todas estas razones, algunas que la conciernen directamente: piensa que para ella es peligroso regresar a París, y creía más decoroso para ella ser llamada amiga que esposa, ya que el lazo matrimonial la impediría discernir si Abelardo estaba junto ella más por un deber de esposo que por un amor de amante.


Una vida en común, como matrimonio, podría acabar con su amor que, sin embargo, se mantendría vivo si los encuentros eran, se hacían, a intervalos. haciendo sus gozos más henchidos y agradables.

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