En otras palabras, que la
pobreza –a no ser que alguien esté incapacitado para el trabajo –es moralmente
reprobable y se considera como un atentado contra el amor al prójimo.
Esta actitud (psicología)
hacia la riqueza producirá el crecimiento capitalista y coadyuvará
decisivamente al desarrollo industrial, ya que el capital ahorrado no podía
gastarse inútilmente, lo que sería un despilfarro ajeno a la auténtica
conciencia puritana: era necesario reinvertirlo en fines productivos.
Aunque el protestante debe
llevar una conducta ascética que va contra el goce despreocupado de la riqueza
y coarta todo impulso al consumo, sin embargo, desde el punto de vista
psicológico, los frenos tradicionales de aspiración a la riqueza habían sido
definitivamente rotos.
Y así se produce no sólo un
estímulo al capitalismo y al desarrollo económico de los países protestantes,
sino que la misma concepción puritana favorece la formación de un estilo de
vida (moral) y de un mundo, que es el de la burguesía (social): mundo del que
el puritano viene a ser el representante típico.
De esta forma, el “homo
economicus” y los valores que ese hombre encarna se van imponiendo en el mundo
moderno, introduciendo un dinamismo social en el que hoy en día todavía estamos
inmersos, sin que seamos capaces de prever todas sus consecuencias.
Como contrapartida a este
mundo protestante donde los valores económicos se imponen radicalmente, el
catolicismo se nos aparece secularmente como una “cultura de la pobreza”, siguiendo
en esto más fielmente la tradición evangélica de exaltación de los humildes.
Recuerden Uds. las
Bienaventuranzas (los pobres, los pacíficos, los que lloran, los que tienen
hambre y sed, los perseguidos por causa de la justicia, cuando os persigan, os
injurien…
Y no habrá que recordar que
(según la tradición) Jesús nació en un pesebre, dando una prueba de humildad a
seguir y que ambos Testamentos están llenos de este espíritu, como “no podéis
seguir a Dios y a las riquezas”…
¿Cuál fue/es el efecto de
esta doctrina en los países católicos?
Lógicamente, la exaltación de
la pobreza ha producido una verdadera “cultura de la pobreza”, una “mitología
del pobre” que retorcía la conciencia cuando te dabas un capricho en vez de
ofrecer a Dios el sacrificio de no dártelo.
¿Recuerdan aquellas campañas
de mi Castilla (no hace tanto) de “siente un pobre en su mesa” o la campaña de
Barcelona: “Día de la
Cenicienta ” en la que la flor y nata de la sociedad catalana
ofrecía, satisfecha de sí misma, una oportunidad a una jovencita de origen
humilde?
Y es que, los cuentos de
hadas de la tradición católica, han venido ejerciendo una función de
sublimación de las diferencias sociales y económicas, cuando un rico se hace
pasar por pobre, con moraleja positiva) o un pobre llega a hacerse rico (como
premio divino y, muchas veces, las posibles consecuencias negativas).
Se trata de descargar un
cierto sentimiento culpable de la burguesía o a sentir afecto y pena por el
destinado a ser pobre.
Hay una fatalidad querida por
Dios en el hecho de nacer en una clase determinada, lo que convierte a las
clases sociales en una especie de castas o grupos sociales de comportamiento
estanco, que no otra cosa eran los “estamentos”.
Querer salir, para ascender,
de “tu” estamento, en el que has nacido porque así lo ha querido Dios sería un
pecado de soberbia, un decirle a Dios a la cara que, contigo, se ha equivocado,
que tú mereces/merecías estar en ese otro estamento superior.
Hay pues, “pobres y ricos por
naturaleza” lo que supone una inmovilidad casi total de la sociedad, que se
repite, y se repite,..
Y esto supone, también, que
hay virtudes naturales o esenciales a cada clase: en la clase alta se da el
señorío, la elegancia y el bienestar, mientras las clases populares vienen a
encarnar casi todas las virtudes morales que, generalmente, brillan por su
ausencia en los ricos.
Porque, si “bienaventurados
son los pobres, los que tienen hambre y sed….” ¿por qué los ricos no quieren
ser “bienaventurados”, con lo fácil que ello es?
Hay, pues, una exaltación de
la pobreza, a la que se considera ya, en sí misma, una virtud, y una exaltación
de las virtudes de los pobres, derivada del hecho de ser pobres, lo que viene a
ser una compensación de su situación económica.
Toda esta “mitología de la
pobreza” culmina en la figura de Jesús y en el modelo de su vida ejemplar de un
humilde carpintero, como modelo social.
Hoy, sin embargo, no se usa
demasiado la palabra “pobre”, hoy solemos decir “obrero” o “proletario”, “peón”,
pero casi nunca “pobre”, aunque siga siéndolo por su bajo salario, quizá
mínimo, por su baja cualificación profesional.
Y es que se ha impuesto la
valoración sociológica de las clases, frente a una valoración moral en que “el
pobre de solemnidad”, al que ni siquiera le llega el salario para sobrevivir él
y su familia es tanto más solemne cuanto más pobre.
Quizá (seguramente) sea una
“buena persona o, mejor, una persona buena” (calificación moral), pero una
persona pobre (calificación económica) y de clase media-baja (calificación social).
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