lunes, 29 de octubre de 2018

RELIGIÓN, ECONOMÍA Y SOCIEDAD (2)



En otras palabras, que la pobreza –a no ser que alguien esté incapacitado para el trabajo –es moralmente reprobable y se considera como un atentado contra el amor al prójimo.

Esta actitud (psicología) hacia la riqueza producirá el crecimiento capitalista y coadyuvará decisivamente al desarrollo industrial, ya que el capital ahorrado no podía gastarse inútilmente, lo que sería un despilfarro ajeno a la auténtica conciencia puritana: era necesario reinvertirlo en fines productivos.
Aunque el protestante debe llevar una conducta ascética que va contra el goce despreocupado de la riqueza y coarta todo impulso al consumo, sin embargo, desde el punto de vista psicológico, los frenos tradicionales de aspiración a la riqueza habían sido definitivamente rotos.

Y así se produce no sólo un estímulo al capitalismo y al desarrollo económico de los países protestantes, sino que la misma concepción puritana favorece la formación de un estilo de vida (moral) y de un mundo, que es el de la burguesía (social): mundo del que el puritano viene a ser el representante típico.

De esta forma, el “homo economicus” y los valores que ese hombre encarna se van imponiendo en el mundo moderno, introduciendo un dinamismo social en el que hoy en día todavía estamos inmersos, sin que seamos capaces de prever todas sus consecuencias.

Como contrapartida a este mundo protestante donde los valores económicos se imponen radicalmente, el catolicismo se nos aparece secularmente como una “cultura de la pobreza”, siguiendo en esto más fielmente la tradición evangélica de exaltación de los humildes.

Recuerden Uds. las Bienaventuranzas (los pobres, los pacíficos, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los perseguidos por causa de la justicia, cuando os persigan, os injurien…

Y no habrá que recordar que (según la tradición) Jesús nació en un pesebre, dando una prueba de humildad a seguir y que ambos Testamentos están llenos de este espíritu, como “no podéis seguir a Dios y a las riquezas”…
¿Cuál fue/es el efecto de esta doctrina en los países católicos?
Lógicamente, la exaltación de la pobreza ha producido una verdadera “cultura de la pobreza”, una “mitología del pobre” que retorcía la conciencia cuando te dabas un capricho en vez de ofrecer a Dios el sacrificio de no dártelo.

¿Recuerdan aquellas campañas de mi Castilla (no hace tanto) de “siente un pobre en su mesa” o la campaña de Barcelona: “Día de la Cenicienta” en la que la flor y nata de la sociedad catalana ofrecía, satisfecha de sí misma, una oportunidad a una jovencita de origen humilde?

Y es que, los cuentos de hadas de la tradición católica, han venido ejerciendo una función de sublimación de las diferencias sociales y económicas, cuando un rico se hace pasar por pobre, con moraleja positiva) o un pobre llega a hacerse rico (como premio divino y, muchas veces, las posibles consecuencias negativas).

Se trata de descargar un cierto sentimiento culpable de la burguesía o a sentir afecto y pena por el destinado a ser pobre.

Hay una fatalidad querida por Dios en el hecho de nacer en una clase determinada, lo que convierte a las clases sociales en una especie de castas o grupos sociales de comportamiento estanco, que no otra cosa eran los “estamentos”.

Querer salir, para ascender, de “tu” estamento, en el que has nacido porque así lo ha querido Dios sería un pecado de soberbia, un decirle a Dios a la cara que, contigo, se ha equivocado, que tú mereces/merecías estar en ese otro estamento superior.

Hay pues, “pobres y ricos por naturaleza” lo que supone una inmovilidad casi total de la sociedad, que se repite, y se repite,..
Y esto supone, también, que hay virtudes naturales o esenciales a cada clase: en la clase alta se da el señorío, la elegancia y el bienestar, mientras las clases populares vienen a encarnar casi todas las virtudes morales que, generalmente, brillan por su ausencia en los ricos.

Porque, si “bienaventurados son los pobres, los que tienen hambre y sed….” ¿por qué los ricos no quieren ser “bienaventurados”, con lo fácil que ello es?

Hay, pues, una exaltación de la pobreza, a la que se considera ya, en sí misma, una virtud, y una exaltación de las virtudes de los pobres, derivada del hecho de ser pobres, lo que viene a ser una compensación de su situación económica.

Toda esta “mitología de la pobreza” culmina en la figura de Jesús y en el modelo de su vida ejemplar de un humilde carpintero, como modelo social.

Hoy, sin embargo, no se usa demasiado la palabra “pobre”, hoy solemos decir “obrero” o “proletario”, “peón”, pero casi nunca “pobre”, aunque siga siéndolo por su bajo salario, quizá mínimo, por su baja cualificación profesional.
Y es que se ha impuesto la valoración sociológica de las clases, frente a una valoración moral en que “el pobre de solemnidad”, al que ni siquiera le llega el salario para sobrevivir él y su familia es tanto más solemne cuanto más pobre.
Quizá (seguramente) sea una “buena persona o, mejor, una persona buena” (calificación moral), pero una persona pobre (calificación económica) y de clase media-baja (calificación social).

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