JUAN GINÉS DE SEPÚLVEDA.
Cordobés, de Pozoblanco, (1.491-1.573),
es la contrapartida radical de la
Teología española del siglo XVI, combatiéndola duramente, con
argumentos muy alejados del mensaje de la no-violencia de Jesús de Nazaret,
aunque decía apoyarse, para sus tesis, en grandes pilares: San Agustín, Santo
Tomás y otros doctores de la
Iglesia.
Tras pasar por la Universidad de Alcalá,
pasó al Colegio Español de Bolonia y, viviendo en Roma, entabló relación
epistolar con Erasmo, pero con el cual, naturalmente, disentía.
Un personaje de una vasta
cultura, traductor y comentarista de Aristóteles del que asumió, por desgracia,
la tesis de que “hay hombres que han nacido para ser esclavos”.
Y, partiendo de esta tesis
racista, calificaba a los indios de las colonias españolas como bárbaros y
justificaba, como legítimo y necesario, que se les hiciera la guerra, único
procedimiento, según él, para poner fin a sus ritos idolátricos y a su
incultura.
Pero, no satisfecho con
querer someter “manu militari”, a los habitantes del Nuevo Mundo, incitaba a
Carlos V a que extendiera sus campañas
bélicas hasta los confines del Asia Menor, a mayor gloria del Cristianismo y de
España, pero no sin dejar de mencionar las riquezas existentes en aquella
región.
Es decir, se nos presenta
como una persona con “vocación innata de guerrillero” pero, además, megalómano,
casi orgulloso de que tuviera tantos enemigos porque éstos, al hacerlo, “atacan
la causa justísima del Estado y de nuestros Reyes”, lo que explica sus delirios
de grandeza al proponer los desorbitados planes expansionistas que propone a
Carlos V, del que era cronista y capellán.
“¿Por qué no te decides,
César, y te lanzas, sin temor, por este camino que Dios y el destino te
muestran para las cosas más altas y el dominio del mundo?” – lo que expone en
su “Exhortación a Carlos V”.
Nada más alejado de la
política de paz y humanista que postulaban los teólogos españoles de su tiempo.
Ya sabemos cómo salió de la
confrontación con B. de las Casas en “La controversia de Valladolid” sin
embargo publicó “Demócrates alter o Demócrates segundo o sobre las causas
justas de la guerra” y que es la continuación de “Demócrates Primus o primero”,
publicado en Roma.
Pero el “Demócrates alter…”
no obtuvo la aprobación ni de la
Universidad de Salamanca, ni de la de Alcalá, ni siquiera de
la licencia real, por lo que permaneció inédito (fue ya en 1.892 cuando
Menéndez Pelayo lo hizo imprimir)
Pero, tozudo como era, logró
publicar en Roma, en 1.550, un breve pero denso opúsculo: “Apología a favor del
libro sobre las justas causas de la guerra” en la que repetía sus argumentos
anteriores pero ya no en forma de diálogo sino con la técnica dialéctica
escolástica y respondiendo a las objeciones que le proponían sus adversarios.
Partiendo de la tesis
aristotélica de que hay hombres que, por naturaleza, son esclavos llega a la
conclusión de que los hombres dotados de más facultades, virtudes y dones están
asistidos del derecho a imponerse sobre los que han sido menos favorecidos por
la naturaleza.
Y si éstos últimos se niegan
a aceptar el dominio de los más aptos, es lícito someterlos por la fuerza
(adelantándose a “la lucha por la vida”, “al darwinismo social” de los
discípulos descarriados de Darwin y adelantándose, también, a “la teoría nazi
de la superioridad de la raza aria” sobre las demás) invocando el Derecho
Divino, el Derecho Natural, incluso la doctrina de Jesús (el del látigo en el
templo).
“Unos hombres son, por
naturaleza, señores y otros, por naturaleza, siervos”, lo que cuatro siglos más
tarde Hitler la llamaría “raza de los señores”.
Esta línea dura y belicista
no era sino exponer lo que, prácticamente, hacían los colonizadores españoles,
acorde con los intereses de encomenderos y conquistadores, y contra lo que
luchaba: B. de las Casas.
Pero, naturalmente, para
dulcificar su doctrina, afirma que el objetivo de la conquista y sumisión de
los indios no es el despojarles de sus bienes, sino el de preparar y facilitar
su conversión al Cristianismo, pronunciándose contra el trato cruel de los
indios.
Pero su afirmación esencial
es defender que los españoles tienen derecho, como cristianos y portadores de
valores superiores a imperar sobre los indios, bien por vía persuasiva, bien
por la fuerza, lo que justifica con la “mansedumbre y sentimientos humanitarios
de los españoles”, en contraposición al canibalismo y otras conductas
criminales y abyectas de los indios...
Es decir, que “es por su
bien” (el de los indios) y, para poner fin a esos sacrilegios, tan contrarios a
la doctrina cristiana y al Derecho Natural y cristianizarlos….
“Habida cuenta de que estos
indios matan cada año muchos miles de inocentes en los impíos altares de los
demonios, y esto sólo se les puede prohibir de una manera, a saber, si se les
somete al imperio de hombres buenos y que aborrecen tales sacrificios, como son
los españoles, ¿quién dudaría de que, por este único motivo pudieron y pueden
ser sometidos por los cristianos con toda justicia”?
Es decir, y con palabras
gruesas: “que los opresores se convierten en salvadores y las víctimas en
deudores de sus verdugos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario