jueves, 25 de octubre de 2018

GINÉS DE SEPÚLVEDA VS B. DE LAS CASAS


JUAN GINÉS DE SEPÚLVEDA.

Cordobés, de Pozoblanco, (1.491-1.573), es la contrapartida radical de la Teología española del siglo XVI, combatiéndola duramente, con argumentos muy alejados del mensaje de la no-violencia de Jesús de Nazaret, aunque decía apoyarse, para sus tesis, en grandes pilares: San Agustín, Santo Tomás y otros doctores de la Iglesia.

Tras pasar por la Universidad de Alcalá, pasó al Colegio Español de Bolonia y, viviendo en Roma, entabló relación epistolar con Erasmo, pero con el cual, naturalmente, disentía.

Un personaje de una vasta cultura, traductor y comentarista de Aristóteles del que asumió, por desgracia, la tesis de que “hay hombres que han nacido para ser esclavos”.

Y, partiendo de esta tesis racista, calificaba a los indios de las colonias españolas como bárbaros y justificaba, como legítimo y necesario, que se les hiciera la guerra, único procedimiento, según él, para poner fin a sus ritos idolátricos y a su incultura.

Pero, no satisfecho con querer someter “manu militari”, a los habitantes del Nuevo Mundo, incitaba a Carlos V  a que extendiera sus campañas bélicas hasta los confines del Asia Menor, a mayor gloria del Cristianismo y de España, pero no sin dejar de mencionar las riquezas existentes en aquella región.

Es decir, se nos presenta como una persona con “vocación innata de guerrillero” pero, además, megalómano, casi orgulloso de que tuviera tantos enemigos porque éstos, al hacerlo, “atacan la causa justísima del Estado y de nuestros Reyes”, lo que explica sus delirios de grandeza al proponer los desorbitados planes expansionistas que propone a Carlos V, del que era cronista y capellán.

“¿Por qué no te decides, César, y te lanzas, sin temor, por este camino que Dios y el destino te muestran para las cosas más altas y el dominio del mundo?” ­– lo que expone en su “Exhortación a Carlos V”.

Nada más alejado de la política de paz y humanista que postulaban los teólogos españoles de su tiempo.

Ya sabemos cómo salió de la confrontación con B. de las Casas en “La controversia de Valladolid” sin embargo publicó “Demócrates alter o Demócrates segundo o sobre las causas justas de la guerra” y que es la continuación de “Demócrates Primus o primero”, publicado en Roma.

Pero el “Demócrates alter…” no obtuvo la aprobación ni de la Universidad de Salamanca, ni de la de Alcalá, ni siquiera de la licencia real, por lo que permaneció inédito (fue ya en 1.892 cuando Menéndez Pelayo lo hizo imprimir)

Pero, tozudo como era, logró publicar en Roma, en 1.550, un breve pero denso opúsculo: “Apología a favor del libro sobre las justas causas de la guerra” en la que repetía sus argumentos anteriores pero ya no en forma de diálogo sino con la técnica dialéctica escolástica y respondiendo a las objeciones que le proponían sus adversarios.

Partiendo de la tesis aristotélica de que hay hombres que, por naturaleza, son esclavos llega a la conclusión de que los hombres dotados de más facultades, virtudes y dones están asistidos del derecho a imponerse sobre los que han sido menos favorecidos por la naturaleza.
Y si éstos últimos se niegan a aceptar el dominio de los más aptos, es lícito someterlos por la fuerza (adelantándose a “la lucha por la vida”, “al darwinismo social” de los discípulos descarriados de Darwin y adelantándose, también, a “la teoría nazi de la superioridad de la raza aria” sobre las demás) invocando el Derecho Divino, el Derecho Natural, incluso la doctrina de Jesús (el del látigo en el templo).

“Unos hombres son, por naturaleza, señores y otros, por naturaleza, siervos”, lo que cuatro siglos más tarde Hitler la llamaría “raza de los señores”.

Esta línea dura y belicista no era sino exponer lo que, prácticamente, hacían los colonizadores españoles, acorde con los intereses de encomenderos y conquistadores, y contra lo que luchaba: B. de las Casas.

Pero, naturalmente, para dulcificar su doctrina, afirma que el objetivo de la conquista y sumisión de los indios no es el despojarles de sus bienes, sino el de preparar y facilitar su conversión al Cristianismo, pronunciándose contra el trato cruel de los indios.

Pero su afirmación esencial es defender que los españoles tienen derecho, como cristianos y portadores de valores superiores a imperar sobre los indios, bien por vía persuasiva, bien por la fuerza, lo que justifica con la “mansedumbre y sentimientos humanitarios de los españoles”, en contraposición al canibalismo y otras conductas criminales y abyectas de los indios...

Es decir, que “es por su bien” (el de los indios) y, para poner fin a esos sacrilegios, tan contrarios a la doctrina cristiana y al Derecho Natural y cristianizarlos….

“Habida cuenta de que estos indios matan cada año muchos miles de inocentes en los impíos altares de los demonios, y esto sólo se les puede prohibir de una manera, a saber, si se les somete al imperio de hombres buenos y que aborrecen tales sacrificios, como son los españoles, ¿quién dudaría de que, por este único motivo pudieron y pueden ser sometidos por los cristianos con toda justicia”?

Es decir, y con palabras gruesas: “que los opresores se convierten en salvadores y las víctimas en deudores de sus verdugos”.

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