Salvador fue, es y será
siempre un amigo pero que, además, fuimos compañeros en un trabajo de grupo
sobre “Relaciones interculturales”.
Salvador fue un emigrante, en
su juventud, en Suiza.
Expuso su experiencia durante
su estancia suiza.
Ésta fue mi respuesta,
apresurada y, sin duda, matizable a su intervención con el título: “Relaciones
interculturales forzadas”.
“Formar grupos compactos que
se ayudan mutuamente, pero por un interés común; hoy por ti, mañana por mí, y
no como una actitud generosa”.
Eso es lo que hacíais (sentiros iguales en el grupo y desiguales
con los suizos; éstos dadores/donantes de trabajo y vosotros consumidores
laborales por un salario anejo) y es lo que hoy hacen los grupos de jóvenes negros
vendiendo collares, C.D., bolsos, camsetas y cinturones falsificados de D &
G, o los grupos de búlgaros o rumanos tocando el acordeón, o las gitanas que yo
veo a diario en la Carihuela
ofreciendo romero y leyendo la mano a los incautos.
Nosotros, para ellos, sólo somos
potenciales clientes.
Ellos forman su grupo
compacto, con su lengua, sus preocupaciones, sus sentimientos, sus proyectos,
sus recuerdos, sus cosas.
Nosotros somos tangenciales a
su mundo.
Ellos coexisten, como con
permiso, en nuestro mundo.
No convivimos. No hay
relación intercultural.
¿No sabemos nosotros abrir
puertas?, ¿temen ellos entrar?, ¿hay, existe, un espacio neutral en el que
pudiéramos interconectar para interactuar?.
El caso que expones, el de
José, no es un caso de interculturalidad, porque es la misma cultura. Es un
caso de problema generacional y de inclusión en otro grupo intergeneracional
distinto, pero dentro de la misma cultura.
Lo normal hubiera sido que él
llegara a ver de la misma manera que vosotros (individuo-grupo), en este caso
la contaminación fue la inversa, su visión de la vida y de las circunstancias
os contaminó tan positivamente que cambiasteis la lente.
Pero con José, y antes sin
él, seguíais siendo un oasis celular dentro del cuerpo suizo.
Pero tanto él como el grupo
¿hubo otra conexión que no fuera meramente epidérmica con la sociedad de
acogida?
Sigo opinando que las
culturas no deben tener puertas o deben, siempre, estar las puertas francas
para que cada uno entre y salga, meta y saque, deje o coja lo que mejor vea de
ellas.
Dice Marina que el hombre, en
su actuar, obra por dos objetivos: sentirse bien (ámbito psicológico) y ser
mejor (ámbito ontológico, ampliación y apropiación de posibilidades).
Cuando uno emigra no es por
placer y por gusto.
Por lo general el que emigra
entra en otra cultura, en otra sociedad, sin tantas penalidades como de la que
viene y donde espera encontrar más posibilidades de crecimiento, beneficiosas.
Ellos quieren integrarse y,
si nosotros se lo facilitáramos, lo harían. Y sería bueno para todos, para
ellos, por integrarse y crecer y para nosotros por verlos integrados. Nuestra
sociedad sería más amplia y más habitable, mejor.
Para ello, las facilidades,
las que tú apuntas: EDUCACIÓN y TRABAJO.
La integración laboral (los
que consiguen trabajo) rápidamente la asimilan. Los horarios, las funciones,
los momentos y días de descanso,….Pero la Educación es más difícil, bien porque nosotros no
somos capaces de entusiasmarlos, bien porque ellos tampoco lo ven de absoluta
necesidad.
Tengo en casa los discos de
vinilo, los grandes, los de 33 r.p.m. de los espirituales Negros. Una música
divina, que no me cansaré de escuchar y que te hace rezar a ritmo con ellos
pero no estoy integrado en su mundo y en los que en sus canciones comunican.
No me gusta el chistu ni el
aurresku, pero me encantan las sevillanas. Paso de la jota, multirregional,
pero disfruto viendo bailar un tango. En el vals veo perfección de movimiento
pero noto ausencia de vitalidad. No me gusta el polo ni el críquet ni el fútbol
americano pero me encanta el baloncesto y el fútbol (no americano)…..
¿Por qué digo todo esto?
Porque me encanta la
libertad.
Nunca prohibiría ningún
deporte, pero no quiero que me impongan ninguno.
Demos libertad a los deportes
y que cada uno elija, si quiere, y que practique el que más le guste. Pero que
no se invada la pista.
Que nadie me obligue a entrar
en una mezquita, pero sé que, si entro, no puedo/no debo entrar con zapatos.
Respetemos los deportes.
Respetemos las mezquitas.
¿Por qué no dejar a las
culturas que muestren sus cartas, que expongan sus productos, sobre la arena y
que jueguen ellos?
¿Por qué no un mercado libre
de las culturas en vez de una seguridad social de las minoritarias?
Lo diferente, lo desconocido,
no es malo, pero tampoco es bueno, hasta que no se lo conoce.
Todo ser vivo, ante un
Estímulo conocido da su Respuesta adecuada, una vez que la ha aprendido. Pero
ante un Estímulo extraño, nuevo, desconocido, ¿Cómo va a Responder, cómo va a
Reaccionar?
Es la teoría clásica de E-R.
Si yo le preguntara a alguien
(cosa que hacía todos los años con mis alumnos) si le gustaban los “cantomanos” o preferirían
las “moreguijas” la
Respuesta automática del interrogado sería/era “¿y eso qué
es?”.
Porque, efectivamente, si no
sé qué son (los Estímulos), los “cantomanos” y las “norequijas”, la Respuesta , fuera
afirmativa o negativa, de uso o de las otras, siempre sería, una temeridad o
una tontería, una imprudencia, por ser ilógico Responder sin saber a qué se
Responder.
Lo “nuevo” ¿puede enriquecer?
Por supuesto que sí.
Lo “nuevo” ¿puede perjudicar?
Por supuesto que sí.
¿Qué es lo que ocurre?. Lo
normal. Ante lo extraño, preguntar y si no hay respuesta a la pregunta, cautela,
prudencia.
Los latinos decían: “ Numquam
affirmes, raro neges, sed semper distingue” (No
afirmes nunca, raramente niegues, siempre distingue”).
Pero para poder distinguir
hay que saber qué es.
Tú hablas, Salvador, de
“mirada amorosa”.
Uno de los errores que
tenemos más afianzados en nuestra mente es la creencia de que el amor es un
sentimiento.
Y no es verdad.
Amar no es sentir, sino
hacer/obrar, recogiendo el placer de haberlo hecho por la persona amada.
“No me digas que me quieres,
hazlo”.
El amor son las obras que uno
hace por la persona amada.
Si yo le hubiera preguntado a
mi padre si me amaba, seguramente que nada habría dicho sino que me habría mostrado
sus manos encallecidas y el sudor de su frente.
“Obras son amores, y no
buenas razones” - ¡qué bien expresado el amor¡.
Si mis hijas me lo hubieran
preguntado les habría hecho ver la cantidad de cosas que he hecho, que hago y
que haré (muchas de las cuales no me gustan), pero que las hice, las hago y las
haré por ellas, porque las quise, las quiero y las querré.
El amor no puede “ser dicho”.
El amor tiene que “ser visto”. ¿No lo ves?
Eso que haces por mí, y que
yo sé que no te gusta hacerlo, eso es amor.
Igualmente el amor no pide,
no exige reciprocidad.
No te amo para que me ames ni
te amo porque me amas.
No hago esto, ahora, por ti
para que mañana tu hagas lo otro por mí.
El amor es/tiene que ser
transitivo, como los verbos, que la acción pasa al ser amado, sin importar si
es correspondido (que, seguro que, lo será).
Entre los amantes sobran las
palabras. Son los “tortolitos sentados en el parque mirándose sin abrir la
boca”.
Cuando alguien le dice al
otro: “dime que me quieres”.
Malo.
Hay una ceguera de amor.
Por eso más que “mirada
amorosa” por nuestra parte, son ellos los que tienen que “ver” que los amamos
por las obras que hacemos.
Es el amado el que tiene que
ver, el amante sólo tiene que obrar, sin esperar nada a cambio.
El amante se realiza amando.
Luego, todo lo demás, “se le
dará por añadidura”.
(Espero que algún día continuaré
reflexionando).
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