domingo, 28 de octubre de 2018

RELIGIÓN, ECONOMÍA Y SOCIEDAD (1)




Siempre que nos preguntamos por cualquier acontecimiento histórico, para poder comprenderlo no podemos aislarlo de todas las circunstancias que lo rodean, con las que está abrazado, formando un  todo.

Ocurre con la filosofía, con la economía, con la moral,….presentes, de una u otra forma, en cualquier acontecimiento social.
Ningún hecho se da aislado, todos se dan imbricados.
No es que haya un “yo” y una “circunstancia”, sino que “todo yo está circunstanciado” y si la circunstancia es otra, el yo es otro, porque son sumandos del Yo que soy yo.

La filosofía tampoco es un saber ajeno a las circunstancias.
La filosofía medieval era así porque….mientras la filosofía cartesiana era así porque….y la filosofía de Nietzsche era así porque esas eran sus circunstancias.
El siglo XIII, el siglo XVII y el siglo XIX han sido muy distintos porque las circunstancias lo eran.

Hay factores extrafilosóficos que influyen en los filósofos, cuando filosofan, y en las filosofías que propugnan.

Las circunstancias políticas y las circunstancias religiosas han conformado, en España, una peculiar “Filosofía Española”, distinta a la de otros países por tener sus propias circunstancias.

Recuerdo, todavía, mis clases de Sociología en el instituto cuando tratábamos la sociedad española comparada con otras sociedades europeas y analizábamos la obra de Max Weber “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”.
Y me preguntaba (nos preguntábamos) que si el protestantismo había influido de modo tan radical en la marcha de las sociedades en que se había impuesto, no menos tenía que ocurrir con el catolicismo.

Es un hecho innegable la secularización creciente de un mundo donde la religión cada vez tiene menos importancia social, sea cual sea la importancia que cada uno le dé en su vida privada e íntima y para un destino trascendente, pero su vigencia social es cada vez menor, y ello es una tendencia histórica que viene produciéndose desde el Renacimiento hasta nuestros días, manifestándose de mil maneras pero evidente en algo absolutamente verificable como es la “aconfesionalidad de la inmensa mayoría de los Estados modernos” por lo que se da la posibilidad de la convivencia de religiones distintas y de distintas formas de moral, de educación,…con sólo respetar y cumplir la legislación vigente en dichos Estados, que lo posibilitan (excluyo, pues, como no modernos a los estados islámicos en que la máxima autoridad política es la máxima autoridad religiosa, en forma exclusivista).

Así pues las sociedades practicantes de la religión protestante se comportan (deben comportarse) de manera distinta a las sociedades practicantes de la religión católica, por la razón elemental de que toda religión lleva anexa una moral, que es la que dirige y rige el comportamiento de sus creyentes.

Ambas sociedades, protestante y católica, católica y protestante, son/deben ser dos modelos diferentes económica-moral-intelectual-psicológica-social y filosóficamente.

En el campo de la “economía” Max Weber ya puso de manifiesto la estrecha relación entre el protestantismo, y en especial su forma calvinista, y el desarrollo del capitalismo.
Y, en palabras de otro economista, Werner Sombart, quien a pesar de reconocer el gran desarrollo del capitalismo en algunos países católicos, escribe: “no puede negarse que el catolicismo ha supuesto un obstáculo para el despliegue del espíritu capitalista en el caso de España, donde el interés por la religión es tan marcado que termina por anular a todos los demás”.

Creyendo en que sólo puede uno salvarse en estado de gracia (y no de pecado) y tergiversando textos evangélicos en que se exalta la pobreza y, angustiado al mismo tiempo por su estado de gracia y, por lo tanto, su predestinación tras la muerte, el puritano necesita indicios seguros para su salvación y de aquí la importancia que tiene para él encontrar esos síntomas que le permitan reconocer, en esta vida, si pertenece o no al grupo de los elegidos, persistiendo e incrementando si sí y cambiando si no.

De ahí, también, la importancia que debe darse al oficio o profesión, que suele elegirse mediante criterios éticos que aseguren su agrado a Dios, pero también con arreglo a la importancia que tengan para la colectividad los bienes que en ella han de producirse.
Elegir la profesión que más provecho económico produzca pues, cuando Dios nos muestra la posibilidad de algún lucro el cristiano debe escuchar esa llamada y aprovecharse de él.

Dice Max Weber: “Si Dios os muestra un camino que va a proporcionaros más riqueza que siguiendo un camino distinto (sin perjuicio de vuestra alma ni de las de los otros) y lo rechazáis para seguir el que os enriquecerá menos, ponéis obstáculos a uno de los fines de vuestra vocación y os negáis a ser administradores  de Dios y a aceptar sus dones para utilizarlos en su servicio cuando Él os lo exigiese.
Podéis trabajar para ser ricos, no para poner luego vuestra riqueza al servicio de vuestra sensualidad y de vuestros pecados, sino para honrar con ella a Dios”.
“La riqueza es reprobable en cuanto incita a la pereza corrompida y al goce sensual de la vida, y el deseo de enriquecerse sólo es malo cuando tiene por fin asegurarse una vida despreocupada y cómoda y el goce de todos los placeres; pero como ejercicio del deber profesional, no sólo es éticamente lícita, sino que constituye un precepto obligatorio”.

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