Siempre que nos preguntamos
por cualquier acontecimiento histórico, para poder comprenderlo no podemos
aislarlo de todas las circunstancias que lo rodean, con las que está abrazado,
formando un todo.
Ocurre con la filosofía, con
la economía, con la moral,….presentes, de una u otra forma, en cualquier
acontecimiento social.
Ningún hecho se da aislado,
todos se dan imbricados.
No es que haya un “yo” y una
“circunstancia”, sino que “todo yo está circunstanciado” y si la circunstancia
es otra, el yo es otro, porque son sumandos del Yo que soy yo.
La filosofía tampoco es un
saber ajeno a las circunstancias.
La filosofía medieval era así
porque….mientras la filosofía cartesiana era así porque….y la filosofía de
Nietzsche era así porque esas eran sus circunstancias.
El siglo XIII, el siglo XVII
y el siglo XIX han sido muy distintos porque las circunstancias lo eran.
Hay factores extrafilosóficos
que influyen en los filósofos, cuando filosofan, y en las filosofías que
propugnan.
Las circunstancias políticas
y las circunstancias religiosas han conformado, en España, una peculiar
“Filosofía Española”, distinta a la de otros países por tener sus propias
circunstancias.
Recuerdo, todavía, mis clases
de Sociología en el instituto cuando tratábamos la sociedad española comparada
con otras sociedades europeas y analizábamos la obra de Max Weber “La ética
protestante y el espíritu del capitalismo”.
Y me preguntaba (nos
preguntábamos) que si el protestantismo había influido de modo tan radical en
la marcha de las sociedades en que se había impuesto, no menos tenía que
ocurrir con el catolicismo.
Es un hecho innegable la
secularización creciente de un mundo donde la religión cada vez tiene menos
importancia social, sea cual sea la importancia que cada uno le dé en su vida
privada e íntima y para un destino trascendente, pero su vigencia social es
cada vez menor, y ello es una tendencia histórica que viene produciéndose desde
el Renacimiento hasta nuestros días, manifestándose de mil maneras pero evidente
en algo absolutamente verificable como es la “aconfesionalidad de la inmensa
mayoría de los Estados modernos” por lo que se da la posibilidad de la
convivencia de religiones distintas y de distintas formas de moral, de
educación,…con sólo respetar y cumplir la legislación vigente en dichos
Estados, que lo posibilitan (excluyo, pues, como no modernos a los estados
islámicos en que la máxima autoridad política es la máxima autoridad religiosa,
en forma exclusivista).
Así pues las sociedades
practicantes de la religión protestante se comportan (deben comportarse) de
manera distinta a las sociedades practicantes de la religión católica, por la
razón elemental de que toda religión lleva anexa una moral, que es la que
dirige y rige el comportamiento de sus creyentes.
Ambas sociedades, protestante
y católica, católica y protestante, son/deben ser dos modelos diferentes
económica-moral-intelectual-psicológica-social y filosóficamente.
En el campo de la “economía”
Max Weber ya puso de manifiesto la estrecha relación entre el protestantismo, y
en especial su forma calvinista, y el desarrollo del capitalismo.
Y, en palabras de otro
economista, Werner Sombart, quien a pesar de reconocer el gran desarrollo del
capitalismo en algunos países católicos, escribe: “no puede negarse que el
catolicismo ha supuesto un obstáculo para el despliegue del espíritu
capitalista en el caso de España, donde el interés por la religión es tan
marcado que termina por anular a todos los demás”.
Creyendo en que sólo puede
uno salvarse en estado de gracia (y no de pecado) y tergiversando textos
evangélicos en que se exalta la pobreza y, angustiado al mismo tiempo por su
estado de gracia y, por lo tanto, su predestinación tras la muerte, el puritano
necesita indicios seguros para su salvación y de aquí la importancia que tiene
para él encontrar esos síntomas que le permitan reconocer, en esta vida, si
pertenece o no al grupo de los elegidos, persistiendo e incrementando si sí y
cambiando si no.
De ahí, también, la
importancia que debe darse al oficio o profesión, que suele elegirse mediante
criterios éticos que aseguren su agrado a Dios, pero también con arreglo a la
importancia que tengan para la colectividad los bienes que en ella han de
producirse.
Elegir la profesión que más
provecho económico produzca pues, cuando Dios nos muestra la posibilidad de
algún lucro el cristiano debe escuchar esa llamada y aprovecharse de él.
Dice Max Weber: “Si Dios os
muestra un camino que va a proporcionaros más riqueza que siguiendo un camino
distinto (sin perjuicio de vuestra alma ni de las de los otros) y lo rechazáis
para seguir el que os enriquecerá menos, ponéis obstáculos a uno de los fines
de vuestra vocación y os negáis a ser administradores de Dios y a aceptar sus dones para
utilizarlos en su servicio cuando Él os lo exigiese.
Podéis trabajar para ser
ricos, no para poner luego vuestra riqueza al servicio de vuestra sensualidad y
de vuestros pecados, sino para honrar con ella a Dios”.
“La riqueza es reprobable en
cuanto incita a la pereza corrompida y al goce sensual de la vida, y el deseo
de enriquecerse sólo es malo cuando tiene por fin asegurarse una vida
despreocupada y cómoda y el goce de todos los placeres; pero como ejercicio del
deber profesional, no sólo es éticamente lícita, sino que constituye un
precepto obligatorio”.
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