VIOLENCIA DE LAS RELIGIONES.
Soy agnóstico, respeto a
todas las personas, religiosas o no, de una religión o de otra, aunque no esté
de acuerdo ni con ellas ni con sus creencias.
¡Faltaría más!
Pero me nacieron y me
educaron en la cultura cristiana y vivo en una cultura que dice ser católica,
seguidora del mensaje de Jesús de Nazaret.
He dicho y escrito, de mil
maneras, que Jesús de Nazaret, bautizado como “Cristo”, el Ungido, era un
creyente judío, que creía y practicaba su religión, que no fundó religión
alguna (aunque se denominara, después, “cristiana”), y menos aún, una Iglesia,
sino que quiso e intentó reformar desde dentro la religión judía, predicando y
difundiendo, con la palabra y la conducta, un “nuevo estilo de vida”.
El cristianismo, algo posterior
a Jesús, el Cristo, es una obra humana, hecha por humanos, y que interpretarán
el mensaje de Jesús, quizá (o sin quizá) como el propio Jesús no estaría de
acuerdo.
No es una filosofía, ni
siquiera una política ni un sistema social. Es “una forma de vida” que debe
poner en práctica toda persona seguidora de Jesús de Nazaret.
Y el mensaje de Jesús es muy
sencillo: “ama al prójimo como te amas a ti mismo”.
Jesús, y todos, tu, yo y el
vecino del quinto, nos queremos mucho, cada uno a sí mismo, también mucho a los
familiares y amigos, “a los suyos”, y se trata de querer y amar, igualmente e
igual, a toda la humanidad, expresada en esa palabra: “el prójimo”, que no sólo
incluye a los próximos sino también a los lejanos, a todos los hombres.
No dice Jesús qué hay que
hacer, sino cómo se debe obrar.
Filosóficamente, diríamos que
es una Ética Formal, al estilo de Kant, un cristiano, “obra de tal manera (no
dice qué hacer, sino cómo obrar) que desearías que tu forma de obrar (“tu
máxima moral”) se convirtiera en una “ley moral”, es decir que “todos obraran
como tú obras o vas a obrar”.
Pero si eso es el
cristianismo otra cosa muy distinta son los cristianos.
“La dignidad del Cristianismo
y la indignidad de los Cristianos”
Y si es fácil ser seguidor de
Jesús de Nazaret, ya no lo es tanto seguir a los pastores de la Iglesia que se denomina
cristiana.
La conducta de muchos
cristianos no ha sido, ni es, ejemplo a imitar.
Incluso los primeros inicios
del cristianismo sí que fueron antiviolentos y ante la obligatoriedad de
enrolarse en los ejércitos romanos, muchos cristianos, siguiendo el precepto de
“no matarás”, se negaron a ello, lo que les acarrearía, por su “traición” a la
patria, el martirio, incluso la muerte.
Apostaron por Jesús y no por
el Emperador.
No tardaron mucho los
pastores, llamados cristianos, en empuñar la espada, bajo la excusa de defender
y propagar la fe.
La historia está llena de
sangre vertida por cristianos, por los que se dicen seguidores del pacífico
Jesús de Nazaret.
El poder siempre tiraniza.
Es verdad que hubo cristianos
que negaron la potestad y la legitimidad de los papas para emprender,
predicándolas y bendiciéndolas, “las cruzadas contra el moro”, como Raimundo
Lulio o San Francisco de Asís (“donde haya odio, siembre yo amor”
Un filósofo renacentista,
Nicolás de Cusa (“El Cusano”), en su obra “La Paz de la
Fe ”, dice que “las religiones (todas las religiones), bajo
sus propios y distintos ritos y liturgias, van dirigidas a lo mismo, a la misma
realidad, llamada con diversidad de “nombres divinos” ya que pretenden nombrar
un imposible, al “innombrable”, al “desconocido de todos”, al “inefable”.
He ahí su doctrina de “la
docta ignorantia”, por lo que es deseable que haya muchas religiones, porque
todas tienden a lo mismo.
Caben, pues, todas las
religiones presentes y futuras en ese intento de “conocer lo incognoscible”, de
“nombrar lo innombrable”
Siendo eso así, no se
comprende que las religiones, los fieles religiosos, cultiven y alimenten el
odio a los otros fieles de otras religiones.
Lo malo de las religiones,
pues, no está en ellas mismas, sino en los fanáticos de las religiones, cuya
creencia y conducta son excluyentes.
El fanático (que los ha
habido y que los hay) es el que, al considerarse único poseedor y propietario de
la verdad, quiere imponer su creencia, que es la única verdadera (por lo que
todas las demás tienen que ser falsas) a todos los hombres, bien por
convencimiento o por la fuerza, con la voz o con la espada.
El fanático no se considera
un “buscador” de la verdad, sino el “poseedor exclusivo” de la misma, por lo
que, internamente, se siente obligado, moral y religiosamente, a impedir que se
difunda la falsedad (que son todos los demás) e imponer la suya,
Y fanáticos, hoy, son, sobre
todo los “islamistas” (no equipararlos ni confundirlos con los “islámicos”, que
ni son “fundamentalistas” ni “integristas violentos) como no todos los
“cristianos” son del “Opus Dei” o de “Legionarios de Cristo”)
Es curioso que el Islamismo
nombre a su Dios de 99 maneras, 99 nombres dados a Alá, porque ninguno lo
abarca en su infinitud, por eso se evita el número 100, que sería el de
“inefable” (el “indecible” lo que no puede explicarse con palabras), que no es
un nombre sino una confesión de que resulta inabarcable con nuestras palabras.
Lo que predica el Corán no es
matar a cristianos, judíos,…sino poder practicar su religión y sólo si no se lo
permiten lucharán, para ello, con la fuerza, con la “otra yihad”.
Incluso un místico islámico,
del siglo XIII, murciano, Ben Arabí, dice: “no te apegues a ninguna religión,
de modo que dejes de creer en otras, porque Dios no está encerrado en ningún
credo”.
Pero si esas son las
religiones, muchas veces ambiguas (y ese es el peligro, que puedas encontrar en
todas ellas “eso y lo contrario”, una sentencia y su opuesta), otra cosa muy
distinta son los religiosos de esas religiones.
La ambigüedad siempre es un
peligro.
El comodín de los dados no es
nada en concreto, es un rey cuando se asocia a un rey, una dama cuando va
asociado a una dama, o un rojo cuando se asocia a un rojo.
Y todos sabemos que, así, el
mismo comodín puntúa de forma distinta.
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