EL DOGMA DE LA INMACULADA.
Un dogma de fe es una verdad
infalible, hay, por lo tanto, que aceptarla, creyéndola.
Jesús nunca se consideró
infalible, la Iglesia
(los Papas) sí y los católicos están obligados bajo pecado mortal a aceptar la
verdad de los dogmas de fe.
Fueron muchos los dogmas que
condujeron a crear cismas y rupturas dentro de la iglesia.
Como ya hemos señalado, los
tres dogmas relacionados con María son: 1.- El de la Inmaculada Concepción ,
2.- El de la Virginidad
perpetua y 3.- el de la
Asunción en cuerpo y alma a los cielos.
Pero los tres son verdades
que carecen de fundamento bíblico y la Iglesia los denomina “Fe de los creyentes”, por
lo que no son verdades reveladas ni, por tanto, en los evangelios.
Ha sido –según la Iglesia- la comunidad
cristiana la que ha creído en esas verdades y el Papa se habría limitado a
sancionar esa “fe de las gentes”.
¿Pero no es esto un círculo
vicioso?
Los cristianos no hubiesen
creído esas verdades como dogmas si antes la Iglesia no los hubiera inculcado.
Concebida por su madre, Ana,
sin pecado original, sin mancha, “sin mácula”, “in-maculada”
Solo ella, en toda la
humanidad, sólo ella.
Inexplicable.
¿Cómo pudo nacer “sin mancha”
de uno padres “manchados”?
Y si Ana no estaba “manchada”
entonces tampoco lo habrían estado ni su madre, ni su abuela, ni su….y así
hasta el infinito.
Ana habría nacido “con
pecado” pero no se lo habría transmitido a su hija María.
¿Pero no se transmite por el
acto sexual?
“Por una intervención
especial de Dios”
El día 8 de Diciembre de
1.854, el Papa Pío IX proclama el Dogma de la Inmaculada.
Pero este tema no se remonta
hasta los comienzos sino a partir del siglo VIII y fue ya en plena Edad Media
cuando se habla abiertamente de ello.
Incluso alguno de los principales
Padres de la Iglesia
se opusieron, como San Agustín, que siempre relacionaba pecado y sexo y si
María no había sido concebida virginalmente entonces…
Si Jesús vino a redimir a la
humanidad, también redimió a su madre, como parte de esa humanidad (San
Alberto, San Bernardo y Santo Tomás, tres grandes pesos pesados)
Además ¿qué sabían ellos de
óvulos y espermatozoides, del momento de la fecundación (¿en qué momento ya
sí…?)?
¿Qué parte tenía la mujer y
qué parte el varón en la concepción del nuevo ser?...
NADA DE NADA.
Lo que ya afirmaban los
teólogos medievales, que todos los hombres, hasta que no eran bautizados
estaban bajo el dominio del demonio y María no podía haberlo estado en momento
alguno, pero no iban más allá.
La discusión sobre la Inmaculada Concepción
estaba en un lugar demasiado alto para los simples fieles, a pie de calle.
Cuando Catalina de Siena
anunció que se le había aparecido la
Virgen para decirle que no había sido concebida in-maculada,
se armó un revuelo en el Vaticano, pero no hubo excomunión porque todavía no
había sido declarado dogma de fe.
El dogma de la Inmaculada nace,
también, para potenciar el celibato y la virginidad, así como la castidad
matrimonial.
La fiesta de la Inmaculada comenzó en
1.496, con Sixto V.
Si el pecado original está
relacionado con el sexo, una deducción lógica es no practicarlo para no traer a
este mundo niños empecatados “de origen”, por lo que mejor es el celibato, la
virginidad y la castidad, siempre superiores al matrimonio (San Pablo, de nuevo).
Y surgirán Órdenes Religiosas
en que uno de sus votos, además del de obediencia al del escalón superior y el
de pobreza, estará el voto de castidad.
Igualmente, a partir de
entonces, el celibato será obligatorio para el clero y, ya de paso, la Iglesia se aseguraba la
propiedad de las grandes propiedades, pues al no tener hijos los sacerdotes, no
heredarían y todo volvería a la
Iglesia.
¿Acaso impuso Jesús la
castidad a alguien?
Sus apóstoles estaban
casados, quizá también él.
Los primeros obispos también,
y lo que, en un principio se les pedía es que no tuvieran más que UNA sola
mujer, lo que quiere decir es que tenían varias, muchos hijos,…
En el Concilio de Nicea, 325,
se les obligaría a obispos y sacerdotes a que no tuvieran mujer viviendo con
ellos a no ser que fuera su madre, su hermana, su tía o una mujer no sospechosa
(lo que en mis tiempos jóvenes se las llamaba “ama del cura” que,
efectivamente, no era ni joven, ni atractiva, ni sospechosa).
Pensar en la “mujer” es ir
asociada a “sexo”, por lo tanto, “tentación”, por lo que es preferible no caer
en ella, siendo el ideal la virginidad y el voto de castidad, y María sobresale
como modelo a imitar.
Hasta las Órdenes Religiosas
se implicaron en el tema.
Mientras los Franciscanos era
“in-maculistas”, los Dominicos eran “maculistas”, por lo que se insultaban
mutuamente y mutuamente se tachaban de herejes.
En 1.435, y al no existir
argumentos ni bíblicos ni teológicos, la Iglesia apeló a “la piedad popular”, cada vez más
“in-maculista”.
Ni el Concilio de Trento
quiso entrar en el tema.
Hubo que esperar a 1.846
cuando Pío IX, una Papa muy devoto de la Virgen , planteó, de nuevo, el tema, pero nunca
hubo unanimidad entre los teólogos consultados.
Siguieron recomendando al
Papa que no lo proclamase como Dogma de
fe infalible, para no obligar a todos los católicos a aceptarlo bajo pecado
mortal.
Sin argumentos bíblicos ni
teológicos en que apoyar el Dogma se optó por el sentir de la “iglesia”, en el
que la mayoría de los fieles creían en él.
(Lo que, bien pensado, es una
barbaridad. Y no hay más que remontarse a los tiempos de Galileo en que
defendiendo el heliocentrismo (se puede decir que él solo) frente a la casi
unanimidad de los hombres (“argumentum omnium”), y, al final, resultó que ese
uno solo tenía razón frente a la casi unanimidad que defendía lo contrario)
El día 8 de Diciembre de 1.856,
es proclamado, pomposamente:
“Declaramos, Proclamamos y
Definimos que la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen
María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original, desde el
primer instante de su concepción por singular gracia de Dios omnipotente, en
atención a los méritos de Cristo, Jesús Salvador del género humano, ha sido
“REVELADO POR DIOS!)”.
Queda proclamado, pues, el
Dogma de la Inmaculada ,
que todos los católicos deberían profesar de manera obligatoria.
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