martes, 15 de septiembre de 2015

¿LOS CREYENTES SON TONTOS? (2) NO, NO.



Los creyentes NO, los crédulos SÍ, son unos ingenuos e insensatos.

He contemplado, en directo, las escenas repetidas de oleadas de exiliados, árabes y orientales, musulmanes de religión, en busca del paraíso terrenal en Europa, tras las alambradas con concertinas, en la frontera húngara, solicitando comida para ellos y sus hijos.
Y he visto llegar un furgón de la Cruz Roja con cajas de alimentos para repartírselos y, alucinando en colores, y con gestos muy expresivos, protestando enérgicamente, de que se fueran, que se las llevaran, rechazándolas porque “provenían de la Cruz Roja”.
Han preferido ellos y obligado a sus hijos a seguir instalados en el hambre, porque consideran que esa comida provenía del Cristianismo, otra religión, aunque hermana.

Y es, entonces, cuando me he hecho la pregunta del encabezamiento: “¿Es que son tontos los creyentes?
¿Qué grado de idiocia o de imbecilidad poseían estos famélicos padres, con hijos en sus brazos, que prefieren dejar de comer y/o dejar morir de hambre a sus hijos, antes que proporcionarles comida proveniente de manos cristianas?
¿Es que los alimentos también están impregnados de religión y tomarlos sería profanar sus creencias?
¿Es que la verdura y la fruta, el pollo o el pavo, no son igualmente comestibles aunque no hayan sido sacrificados en dirección a la Meca?

Estas personas no son “creyentes” sino unos “crédulos” que han grapado en sus mentes los mensajes de sus autoridades religiosas que más parecen de la Prehistoria que de los tiempos actuales.

¿Cómo se puede sostener y mantener tal actitud ante unos alimentos si no es dándole la espalda a la Razón?

No piensan por sí mismo, no hay conciencia personal, ni cierta, ni verdadera, ni falsa,… que analiza y decide, sino disco duro rayado que se pone en “on” ante el estímulo ya calificado de perverso.

Una conciencia moral heterónoma que, cual robots, actúan.

La autoridad religiosa, cuanto más seguida y de más feligreses, se sienta, más se engalla y menos se preocupa de los pollitos reales.

Nunca una conducta correcta puede ser la obediencia ciega sino pasar la decisión por la propia conciencia, que es la que, en último término, decide.

Y, cuando aún no han sido grapadas las respuestas, se responde como en el Catecismo: “eso no me lo preguntéis a mí, que soy un ignorante, doctores tiene la Santa Madre Iglesia que le sabrán responder”.

Aceptar creencias sin base racional alguna es darle motivos a los no creyentes para reírse a mandíbula batiente de los creyentes aunque, en este caso yo no me he reído sino que la indignación y la rabia me ha paralizado.

La ingenuidad en un niño, con su inmadurez, es lo normal, en un adulto es una mala consejera.

Humo y sólo humo es lo que queda si el creyente apaga la luz de la razón.

La fe, para serla, siempre tiene que ser razonable y estar al límite de lo explicable.


Las ruedas de molino son para moler los cereales, no se puede comulgar con ellas, te matarían y, una vez muerto, ya no se puede ser ni creyente ni no creyente, porque ya no se es.

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