Los creyentes NO, los
crédulos SÍ, son unos ingenuos e insensatos.
He contemplado, en directo,
las escenas repetidas de oleadas de exiliados, árabes y orientales, musulmanes
de religión, en busca del paraíso terrenal en Europa, tras las alambradas con concertinas,
en la frontera húngara, solicitando comida para ellos y sus hijos.
Y he visto llegar un furgón
de la Cruz Roja
con cajas de alimentos para repartírselos y, alucinando en colores, y con
gestos muy expresivos, protestando enérgicamente, de que se fueran, que se las
llevaran, rechazándolas porque “provenían de la
Cruz Roja ”.
Han preferido ellos y
obligado a sus hijos a seguir instalados en el hambre, porque consideran que
esa comida provenía del Cristianismo, otra religión, aunque hermana.
Y es, entonces, cuando me he
hecho la pregunta del encabezamiento: “¿Es que son tontos los creyentes?
¿Qué grado de idiocia o de
imbecilidad poseían estos famélicos padres, con hijos en sus brazos, que
prefieren dejar de comer y/o dejar morir de hambre a sus hijos, antes que
proporcionarles comida proveniente de manos cristianas?
¿Es que los alimentos también
están impregnados de religión y tomarlos sería profanar sus creencias?
¿Es que la verdura y la
fruta, el pollo o el pavo, no son igualmente comestibles aunque no hayan sido
sacrificados en dirección a la
Meca ?
Estas personas no son
“creyentes” sino unos “crédulos” que han grapado en sus mentes los mensajes de
sus autoridades religiosas que más parecen de la Prehistoria que de los
tiempos actuales.
¿Cómo se puede sostener y
mantener tal actitud ante unos alimentos si no es dándole la espalda a la Razón ?
No piensan por sí mismo, no
hay conciencia personal, ni cierta, ni verdadera, ni falsa,… que analiza y
decide, sino disco duro rayado que se pone en “on” ante el estímulo ya
calificado de perverso.
Una conciencia moral
heterónoma que, cual robots, actúan.
La autoridad religiosa,
cuanto más seguida y de más feligreses, se sienta, más se engalla y menos se
preocupa de los pollitos reales.
Nunca una conducta correcta
puede ser la obediencia ciega sino pasar la decisión por la propia conciencia,
que es la que, en último término, decide.
Y, cuando aún no han sido
grapadas las respuestas, se responde como en el Catecismo: “eso no me lo preguntéis
a mí, que soy un ignorante, doctores tiene la Santa Madre Iglesia que le
sabrán responder”.
Aceptar creencias sin base
racional alguna es darle motivos a los no creyentes para reírse a mandíbula
batiente de los creyentes aunque, en este caso yo no me he reído sino que la
indignación y la rabia me ha paralizado.
La ingenuidad en un niño, con
su inmadurez, es lo normal, en un adulto es una mala consejera.
Humo y sólo humo es lo que
queda si el creyente apaga la luz de la razón.
La fe, para serla, siempre
tiene que ser razonable y estar al límite de lo explicable.
Las ruedas de molino son para
moler los cereales, no se puede comulgar con ellas, te matarían y, una vez
muerto, ya no se puede ser ni creyente ni no creyente, porque ya no se es.
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