En contra de lo que se dice,
no hay límite a la cantidad de energía que tenemos a nuestra disposición.
O, mejor. El único límite es
el que establece nuestra ignorancia.
Cada pocas décadas
descubrimos unas nuevas fuentes de energía, de modo que la suma total de
energía a nuestra disposición no hace más que aumentar.
¿Por qué hay tanta gente
preocupada porque se nos pueda agotar la energía?
¿Por qué nos advierten del
desastre si agotamos todos los combustibles fósiles disponibles?.
Es evidente que el mundo no
carece de energía.
De lo que carecemos es del
conocimiento necesario para domeñarla y convertirla y. así, poder ponerla a
disposición de nuestras necesidades.
La cantidad de energía
almacenada en todos los combustibles fósiles de la tierra es INSIGNIFICANTE si
se compara con la cantidad de energía que cada día nos dispensa el sol y,
además, de forma gratuita.
Sólo una minúscula proporción
de la energía del sol alcanza la tierra, pero supone 3.766.800 exajulios de
energía cada año (un julio es una cantidad de energía en el sistema métrico que
equivale, aproximadamente, a la cantidad de energía que gastamos cuando
levantamos una pequeña manzana a un metro de altura, y un exajulio es UN
TRILLÓN DE JULIOS) así que, multiplicar, ponerle ceros detrás.
Todas las plantas de la
tierra captan únicamente unos 3.000 exajulios solares mediante el proceso de la
fotosíntesis.
Todas las actividades e
industrias humanas juntas consumen alrededor de 500 exajulios anuales, que
equivalen a la cantidad de energía que la Tierra recibe del Sol en sólo 90 minutos.
Y ésta es, sólo, energía
solar.
Además, estamos rodeados por
otras enormes fuentes de energía, como la energía nuclear y la energía
gravitatoria, ésta última más evidente en la potencia de las mareas oceánicas
causadas por la atracción de la
Luna sobre la
Tierra.
Antes de la Revolución Industrial
el mercado de la energía humana dependía, casi por completo, de las plantas.
La gente vivía junto a un
depósito verde de energía que contenía 3.000 exajulios anuales e intentaba
extraer de él tanta energía como podía.
Pero había un límite claro a
la cantidad que podía extraerse.
Durante la Revolución Industrial
acabamos por darnos cuenta de que, en realidad, estamos viviendo junto a un
enorme océano de energía. Un océano que contiene billones y billones de
exajulios de energía potencial.
Todo lo que tenemos que hacer
es inventar mejores bombas para extraerla.
Aprender cómo domeñar y
convertir efectivamente la energía resolvió el otro problema que hace que el
crecimiento económico sea lento: la escasez de materias primas.
A medida que los humanos
averiguaban cómo domeñar grandes cantidades de energía barata, pudieron empezar
a explotar depósitos de materias primas previamente inaccesibles (explotar
minas de hierro en Siberia) o transportar materias primas desde localidades muy
lejanas (la lana de Australia a las fábricas de tejidos inglesas) o inventar
materias primas completamente nuevas (como los plásticos) y descubrir
materiales antes desconocidos (como el silicio y el aluminio).
Durante décadas el aluminio
fue mucho más caro que el oro.
En 1.860 Napoleón III de
Francia encargó para sus huéspedes más distinguidos se dispusiera cubertería de
aluminio, mientras los visitantes menos importantes tenían que conformarse con
los cuchillos y tenedores de oro.
Hasta que, a finales del
siglo XIX los químicos descubrieron una manera de extraer cantidades inmensas
de aluminio, antes de difícil y costosa extracción.
Si Napoleón III levantara la
cabeza y viera cómo hoy se emplea papel de aluminio para envolver los
bocadillos…
¿La clave?
Siempre y sólo el
CONOCIMIENTO. Él es el arma capaz de dar el salto de lo caro a lo barato, de la
escasez a la abundancia, porque la energía potencial está ahí, esperando,
gritando, que quiere (¿) y puede ser liberada y estar al servicio del hombre.
¡Y hubo quien quería imponer
un impuesto al sol, en vez de invertir en CONOCIMIENTO E INVESTIGACIÓN!
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