miércoles, 29 de agosto de 2012

UNAMUNO (3)


Las Cortes Constituyentes fueron disueltas cuando, en Septiembre de 1.933, Alcalá Zamora destituyó a Azaña y fueron convocadas nuevas elecciones, a las que ya no se presentaría Unamuno, lo que aprovecha para resumir sus ideas políticas en artículos del diario “Ahora” en el que sigue criticando y arremetiendo contra la disciplina de los partidos y sus dogmas políticos, auténticos corsés y privación de la conciencia del individuo.
Pero su nombre volvió a oírse en el Parlamento cuando José Antonio Primo de Rivera, el 28 de Febrero de 1.934, propone socorrer y ayudar al pueblo vasco, arrastrado por la propaganda nacionalista, ya que las mejores cabezas vascas, en esos momentos, Maeztu y Unamuno, vascos hasta la médula, se declaran, también, españoles.

Ante el rumor de la vuelta de Alfonso XIII escribe, en un diario público: “A Ud., aquí, ya no le quieren ni los monárquicos”.

Se jubiló/lo jubilaron el 29 de Septiembre de 1.934. Tenía 70 años y había estado 43 años en la Universidad. Leyó un discurso memorable que terminaba diciendo: “tened fe en la palabra,….. sed hombres de palabra y a seguir estudiando, trabajando, hablando, haciéndonos y haciendo España…. Adiós”.

A los pocos días se produjo la Revolución de Asturias, que le produciría malos augurios.

Una persona muy conocida en mi Salamanca, el gran médico D. Filiberto Villalobos, Ministro de Instrucción Pública, lo nombró Rector Vitalicio de la Universidad de Salamanca, creando, además, una cátedra con su nombre.
Se acuerda, en la Facultad, solicitar el Premio Nobel.
Es nombrado Alcalde Perpetuo honorario de Salamanca.

Tras las palabras del Presidente de la República, Alcalá Zamora, se descubre la estatua que tántas veces he contemplado, la hecha por Vitorio Macho.

Él ya veía venir lo de Asturias. “Estamos en plena guerra civil”.

En 1.935, el 10 de Febrero, el fundador de la falange en Salamanca, Francisco Bravo, redactor de La Gaceta Regional, acompaña a José Antonio Primo de Rivera y a Rafael Sánchez Mazas a casa de Unamuno, pues tenían programado participar en un mitin, en el Teatro Bretón (al que tantas veces he visitado durante mis estudios en la Universidad), pero antes, los tres falangistas, que sentían admiración por él, quieren ir a saludarle.
Unamuno les dijo: “sigo los trabajos de Uds. Yo sólo soy un viejo que ha de morir liberal”.
José Antonio le mostró su admiración por su tesón en la defensa de la unidad de España, en las Cortes Constitucionales frente a todo separatismo (como antes hemos expuesto).
Unamuno le responde que “los separatismos sólo son resentimientos aldeanos” (su opinión, tanto de Sabino Arana como de Maciá, no era, precisamente, halagadora).
Cuando Bravo le dice que lo de la Dictadura ya está olvidado y que “cuándo lo apuntamos a Falange” le contesta: “yo, jamás me apunté a nada, y jamás me presenté candidato a nada, me presentaron. Pero esto del fascismo yo no sé bien lo que es, ni creo que, tampoco, lo sepa Mussolini. El hombre es lo que importa, después lo demás, la Sociedad, el Estado. Lo que he leído de Ud., José Antonio, no está mal, porque subraya eso del respeto a la dignidad humana. Combatí a quienes estaban enfrente, quizás a su padre, pero siempre lo hice porque me dolía España”.

Se acercaba la hora del mitin y, cuando los tres se levantaron para irse, les dice Unamuno: “voy con Uds”.

Se extrañaba la gente al ver a los cuatro por la calle, camino de El Bretón, porque intentaban boicotear el mitin, pero sentían admiración por el viejo profesor.
Tras el mitin, fueron a comer al cercano Gran Hotel, junto a la Plaza Mayor.
Al terminar se despidió de José Antonio: “¡Adelante¡ y a ver si Uds. lo hacen mejor que nosotros”.
Se dice que tanto la asistencia al mitin como la posterior comida fueron las causas de que la Academia Sueca no le concediera el Nobel.

En Abril de 1.935 es nombrado “Ciudadano de Honor de la República”.
En el discurso posterior, entre otras cosas, dijo: “cuando me entierren, que la gente diga: “aquí duerme para siempre, en Dios, un español que quiso a su Patria con todas las potencias de su alma toda….”.
Posteriormente, en Enero del 36, dirá: “¡Ay¡ de los que nos hemos criado en pecado de liberalismo…. ¡Ay¡ España, cómo te están dejando el meollo del Alma….Aguante y brío para soportar la batalla de guerra civil que se avecina”.

La cuenta atrás comenzó a correr cuando el 16 de Febrero del 36 el Frente Popular gana las elecciones.
Ese mismo día Unamuno sale de España, hacia París.
“En París yo supe los resultados de las elecciones. Me causó asombro. No lo esperaba. Por la misma razón que tampoco lo esperaban los dirigentes del Frente Popular, ni Azaña ni Largo Caballero”.
“En el 31 votaron la República personas que, sin salir del colegio electoral, ya se habían arrepentido. Hoy han votado al Frente Popular núcleos que, a las dos horas, ya lamentaban su equivocación. País de locos. Nos van a hacer a todos tontos”.

No le gustaba una política inspirada en el marxismo. Se puso en contra de los que llegaron al poder (lo que no quería decir –como algunos interpretaron- que estuviera a favor de los derrotados en las elecciones), porque “me pongo al lado de los militares porque, sólo ellos, nos devolverán el orden”.

“Manicomio suelto, que es España”.

“El nivel intelectual de la juventud mundial ha descendido. Los jóvenes no menosprecian el espíritu. Lo odian. Odio al espíritu. Por eso les agrada el deporte, la acción, la guerra, la lucha de clases. Porque odian el espíritu”.

“No me he convertido en un hombre de derechas. No he traicionado la libertad”.

“Pero aquí, en España hay que poner orden. Y éste sólo puede ponerlo el ejército, con su disciplina”

“En cuanto se instale el orden, reemprenderé la lucha por la libertad”.

“No soy fascista. No soy bolchevique. Soy, solamente, un solitario”.


Murió el 31 de Diciembre de 1.936, cuando, después de comer, se encontraba hablando con el joven falangista Bartolomé Aragón, que acababa de llegar del frente.

¿Sus últimas palabras?

“Aragón, Dios no puede volverle la espalda a España. España se salvará porque tiene que salvarse”

Dobló la cabeza. Bartolomé Aragón comenzó a oler a quemado. Estaba chamuscándose la zapatilla de Unamuno, que ya no notaba nada.

Murió sin agonía, murió en Paz, él, que siempre vivió en guerra.

El funeral lo organizaron los falangistas. Fue en la parroquia de La Purísima, cercana a su domicilio. Uno de los que portaban el féretro era el tenor Miguel Fleta. Los otros tres, falangistas.

Cuando el ataúd estaba entrando en el nicho, alguien gritó: “Camarada Miguel de Unamuno”. Los falangistas que asistían al sepelio, alzando el brazo y abriendo la mano, respondieron: ¡Presente¡.

En el nicho de este hombre solitario, su hijo Fernando, ordenó poner la inscripción:

¡MÉTEME, PADRE ETERNO, EN TU PECHO
-MISTERIOSO HOGAR-
DORMIRÉ ALLÍ, PUES VENGO DESHECHO
DEL DURO BREGAR¡.

¡Chapeau, MAESTRO¡.

(Ha sido un extracto, a mi manera, de un Artículo de José María García de Tuñón Aza, que lleva por título: “Miguel de Unamuno y sus res publica”, en el Catoblepas).

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