miércoles, 2 de noviembre de 2011

LENGUAS Y NACIONALISMOS


En los países democráticos cada pueblo tiene el gobierno que se merece, en las tiranías no. Desde luego que no.
En las democracias manda la aritmética parlamentaria, nos guste o no, pero siempre 3+4+7+1=15 será mayor que 13, aunque éste sea de uno sólo partido. El juego es el juego y las reglas son las reglas.

La globalización, tanto financiera como tecnológica, está imponiéndose (nos guste o no), no así la globalización cultural. Que nadie toque la identidad de nuestro terruño. En éste practicamos e imponemos nuestra lengua (“inmersión lingüística” la llaman), nuestras ideas (con los múltiples medios de comunicación, obstaculizando las opuestas o diferentes, consideradas como atentados a la identidad), nuestro folklore (aunque sea más soso que una piedra), nuestras tradiciones (porque….. porque son nuestras tradiciones, aunque sean medievales), en una palabra, “en mi terruño, mi cultura”.

Que haya coches alemanes, tecnología japonesa, productos chinos,… no nos importa, pero que no nos toquen nuestra lengua, que es la que nos identifica como pueblo.

¡Qué barbaridad!.

El nacionalismo extremo es romo, alicorto. Se basa en una mitificación de los orígenes. Se lo sacraliza, exigiendo sacrificio variopinto, propio y ajeno, es belicoso en sí mismo y teme la contaminación, por lo que intenta inmunizarse con el aislamiento propio y con la inmersión lingüística de los de afuera. Defensor del proteccionismo frente al mundo exterior y propulsor, a la vez, de un liberalismo extremo en la propia casa.
Son activos gestores del independentismo, pero no apuestan, definitivamente, por la independencia, porque en el fondo la temen.
Les va bien con el amedrentamiento de los adversarios políticos, por pensar de manera diferente, al demonizarlos y considerarlos enemigos reales del pueblo en cuestión, siendo, como son, tan de ese pueblo como ellos.
¿Qué de extrañar, pues, que el terrorismo y la extorsión, hayan sido métodos habituales?
¿Y qué decir de la elevación a los altares, la consideración de héroes y mártires, los homenajes,…. a aquellos asesinos que murieron en la cárcel cumpliendo condena o murieron en la manipulación de una bomba destinada a algún “enemigo del pueblo”, fuera civil o militar?.

Necesitamos otro tipo de nacionalismo inteligente, que ponga de manifiesto que la mejor manera de cohesionar a un grupo no es señalar a otro u otros grupos como enemigos, demonizándolos. Que comprenda que lo mejor que le puede ocurrir a una isla no es “aislarse”, sino estar comunicada con otras islas, formando un archipiélago, beneficio para todos.

El nacionalismo, como la religión, es una experiencia privada, perfectamente válida en su ámbito privado, pero pierde toda su legitimidad cuando quiere imponerse como verdad pública.
Si defendemos la libertad religiosa, ¿por qué la obligatoriedad lingüística nacionalista?.

Lo que necesitamos es lo contrario: una Constitución Universal, unos Códigos Universales de Conducta, unos Tribunales Universales, una Ley Fiscal Universal…. pero con capacidad ejecutiva y no sólo asesora. Pero no asfixiar, acallar, secuestrar a las culturas. Es necesaria la diversidad de culturas, pero sin condenarlas a la castidad, al aislamiento. Ellas deben ennoviarse, mezclarse, enriquecerse, fecundarse.
Creo que era Octavio Paz, al que le preguntaron cómo pudieron fusionarse las culturas, el que, sabiamente, respondió: “follando” (una buena respuesta).
La Declaración UNIVERSAL de los Derechos Humanos se proclamó para combatir los privilegios de ciertos colectivos, como la nobleza, el clero, los gremios, los varones, los miembros de una etnia o de una religión,…. Pero ¿negarle el derecho a la vida, física y/o política, a una persona o a un grupo de personas, por el mero hecho de discrepar….?.
Son partidarios acérrimos de las excepciones ventajosas (llámense “privilegios fiscales”), de las que algunos ya gozan y que otros los desean.

El lenguaje, siendo como es un medio de unión y comunicación entre los hombres (¿alguien duda del universalismo lingüístico del inglés en el mundo de la tecnología y de las finanzas?) puede transmutar su función y actuar como arma de desunión y rechazo, que es lo que ocurre cuando el lenguaje se convierte en símbolo de identidad nacional, como si el espíritu de un pueblo sólo pudiera manifestarse en ese lenguaje y no en otro.

No hace tanto que, a una reflexión mía sobre El Corán y los islamistas, un musulmán (que debería ser un fanático, un islamista), me contestaba en su comentario que “El Corán sólo puede entenderse en árabe, lengua en la que el Profeta se manifestó, y si Ud. no sabe árabe Ud. no puede hablar del islamismo, porque no se entera….”

¿La lengua que, para que sirva de argamasa en los suyos, tiene que convertirse en segregación ajena?.
Eso es apostar por la pobreza cultural, por la pobreza humana, no permitir que las culturas se fecunden mutuamente.

La utilización nacionalista de la lengua no es un problema lingüístico, sino pragmático.
Cuando la palabra no sirve para comunicarse y entenderse, sino para excluir y autoexcluirse, es una palabra fracasada.
Para ser vasco, catalán o gallego ¿hace falta, es necesario, ser nacionalista?.

¿Puede ser considerada una lengua un producto divino, “palabra de Dios”, como, en el fondo, defienden los nacionalismos?.
Reconozco el derecho que cada uno tiene a expresarse en su lengua propia, pero que reconozcan ellos que yo no tengo el deber de conocerla para entendernos, sobre todo cuando ambos disponemos de una lengua común.

¿Por qué no el pleno derecho a utilizar la lengua común oficial al tiempo que al uso voluntario, y no obligatorio, de la lengua autónoma?.

A veces me pregunto si existirían los nacionalismos exacerbados si no hubiera existido Franco y el Franquismo.

El esperpento de los pinganillos y traductores en el Senado es digno de una película de Berlanga (amén del gasto inútil generado).

P. D. (Quizá en Cataluña haga falta un traductor para que el Sr. Mas se entere de lo que dicen los andaluces, al expresarse en su dialecto).

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