sábado, 22 de octubre de 2011
EL DINERO Y LA FELICIDAD
Quien cree en las nupcias dinero-felicidad tendrá que lidiar con la desgracia.
No cabe duda de que el elemento fundamental de la felicidad son las personas que te aman y a las que amar. Pero otro elemento, también fundamental, es desarrollar una actividad laboral gratificante, acorde con tus capacidades, en la que te sientas bien y te realices.
Si, además, compensa económicamente, mejor que mejor. Pero ¿y si no?. Entre mileurista feliz y trimileurista amargado ¿por cuál apuestas?.
Aunque digan que “los ricos también lloran”, los que más lloran son los pobres. Y, como generalmente se dice, “el dinero no dará la felicidad, pero ayuda”.
Ya sé que no son incompatibles, pero ¿Si tuvieras que elegir?. ¿Trabajo gravoso bien compensado o trabajo gratificante, pero de flaco salario?.
Mi ilusión de niño siempre fue ser matemático, me gustaba la exactitud, donde la discusión siempre sobra, porque el papel y la pluma dirimen las disputas, pero me encontré nadando en la filosofía, y llegué hasta el final, y en la que he descubierto que “sólo sé que no sé nada, porque de nada, nunca, estoy seguro”. Soy un escéptico que se reserva el derecho a cambiar de opinión en cuanto otro arrime su luz a mi sombra.
Salí de la frustración tirando por el camino de en medio, me especialicé en “Lógica Matemática”.
Ahora ya no. Ahora soy un francotirador que dispara, a todo lo que se menea, con el rifle de la razón. Respeto pero obvio las convicciones. Sólo exijo razones, para echarlas a la arena, confrontarlas, y que ellas se peleen, en la lucha por pesar más.
La filosofía se encuentra en esa “No man´s land”, que dice Bertrand Russell, en esa tierra de nadie, entre dos gigantes que la lancean: la Teología con sus dogmas y su fe, que acuna a los creyentes en el monopolio de la verdad indudable, revelada por su Dios, y, por el otro lado la Ciencia, que con su método hipotético-deductivo avanza y avanza, descubriendo lo que estaba cubierto, inventando, creando y recreándose en sus éxitos, nunca definitivos, pero sí progresivos, enseñoreándose en su seguro caminar.
La seguridad de ambas, Teología y Ciencia (aunque distintas seguridades) contrasta con la Filosofía, siempre dándole vueltas a los mismos problemas de siempre.
Mientras el creyente duerme tumbado, plácidamente, en el confortable colchón de la fe, con la preocupación de no molestar a su dueño y señor, y el científico siempre en carrera de competición, porque ser el segundo, siempre, es ser perdedor, el filósofo está balanceándose, pendiendo de la cuerda floja de la inseguridad, morando en el cuestionamiento continuo y en la duda permanente, mirando al arriba de la utópica verdad a la que nunca llegará, porque, además, no existe, y temiendo al abajo del abismo de la ignorancia, pero siempre con la sangre hirviente del “ansia de saber”, de la filo-sofia.
El filósofo no es un valiente, sino un temerario, siempre sin arnés, siempre metiéndose en todos los charcos, chapoteando y salpicando a los demás con sus dudas, como la mosca cojonera de Sócrates, desestabilizando las estanterías a base de querer estabilizarlas para estabilizarse él mismo.
A veces no amamos las cosas por el desconocimiento que de ellas tenemos. Yo, que me encontré con la Filosofía, (o fue ella la que se hizo la encontradiza) acabé amándola, cada vez más, a medida que iba conociéndola.
De profesión enseñé, durante muchos años, Filosofía, intentando crear inquietud a mis alumnos. Por vocación sigo filosofando a diario.
No es, precisamente, un profesión muy estimada socialmente y, económicamente, mal remunerada. Pero me gusta. Soy feliz, tanto pensando como compartiendo mis pensamientos con mis “jóvenes” del Aula de Mayores.
Era mi ilusión entrar por la puerta grande de la Matemática y, cuando me di cuenta, estaba dentro de la casa, pero por la puerta de atrás de la Filosofía..
Pero…¡Cuántas veces un error, un equivocación, es un acierto¡
Aunque mi Matemática frustrada y mi grata Filosofía usan, en su hacer, el mismo instrumento, La Razón, ambos la lancean de distinta manera.
Cuando el Matemático se pone manos a la obra se desprende, previamente, de su mochila cultural (su religión, su ideología, sus creencias, sus temores, sus fobias y sus filias, sus amores y desamores,…..), se dirige, virgen, al encuentro del problema, con la sola razón como arma, primero para plantearlo adecuadamente y, segundo, para dar con la solución al mismo, porque todo problema, si realmente lo es (y no es un pseudoproblema) tiene solución, a la que se llega tras “discurrir” por el planteamiento correcto.
El filósofo, en cambio, siempre va vestido en su tarea, y tendrá que ir desnudándose, desprendiéndose, de aquellas prendas que ha y le han ido metiendo en su mochila (los prejuicios, las creencias, las autoridades, las verdes verdades que han prendido en su inmaduro cerebro y colorean todo lo que mira,…)
¡No indigente, pero sí pobre, pero contento y feliz¡.
Pero las experiencias personales son personales, le valen a uno, pero no son extrapolables. (¿A que no, padres?).
Conozco Licenciados en Economía y en Derecho que trabajan de fontaneros y de representantes de laboratorio, porque ganan mucho más que de cajero en un banco o de pasante de un despacho de abogados.
Los sueños del niño van modificándose al ritmo de los años. Ellos ya no quieren ser toreros. Sus aspiraciones futbolísticas de ser Messi y “casiMessi” (Ronaldo) se han reducido a poder jugar en el equipo de la urbanización en la que vive. Y ellas ya no quieren ser princesas.
El tiempo va ubicando a cada uno en su sitio.
“El hombre propone y el mercado y el capitalismo (ya no Dios) disponen”.
Y lo que han dispuesto, el mercado y el capitalismo, es que entren en la rueda infernal de “trabajar más, para producir más, para ganar más, para consumir más”.
El “tener más cosas” para ser más feliz ha vencido al “ser feliz, con apenas cosas”.
El vacío interior, el hueco en el alma, ese agujero, creen que puede ser llenado con cosas y por cosas, cuando la solución es no tener que comprar porque el interior está lleno.
La solución no es “tener” sino “no desear”.
“Si quieres hacer feliz a tu amigo no le des cosas, quítale necesidades” –sentencia el filósofo.
El demonio tentador del Jesús del Evangelio es, ahora, la sociedad satánica de consumo.
En el sistema político liberal “cualquiera puede llegar a ser presidente” (dice su lema).
“Cualquiera puede llegar a ser millonario” –dice el sistema económico capitalista.
Como si “ser presidente” y/o “ser millonario” trajesen bajo el brazo el diploma de la felicidad.
Como si la felicidad siempre estuviera en las alturas, social y/o económica, y no a ras de tierra, a la vuelta de cualquier esquina, donde esté ese trabajo grato y gratificante y esa persona amable, amanda y amante.
Sólo hay que averiguar la esquina. Pero no les mires, ni a la persona ni al trabajo, su cara económica, sino su preñez/preñadura de felicidad.
Quien cree en las nupcias felicidad-dinero tendrá que lidiar con la desgracia.
Ya sé que no me haces caso, joven que esto lees, (si lo lees), pero ¡Peor para ti¡, te lo dice un hombre económicamente débil pero fuertemente feliz en su trabajo, siempre cavilando.
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