La tierra firme no es residencia de aventureros, ella requiere ser pisada. El hombre, en tierra, tiene que tener los pies en el suelo.
El aventurero tiene como hábitat el agua y el aire, nunca el aquí sino el allí adelante o el allá arriba, siempre más allá del aquende.
El filósofo, además, es un aventurero sin vocación de permanencia, siempre huyendo de lo último con lo que se ha topado, porque dejaría de ser aventurero total, buscando otra meta que nunca será meta sino impulso. Lo suyo es el camino, no la llegada, buscar más que encontrar.
San Agustín, persona tan excesiva en todo, se lo pide a Dios: "Haz, Señor, que busque para encontrar y encuentre para seguir buscando".
André Gide lo dice de otra manera: "Un hombre no puede descubrir nuevos océanos a no ser que pierda de vista la orilla"
No es ser viajero con billete y asiento asignado, sino viajante, al albur, a la intemperie, sin rumbo fijo.
Es el paseante de la vida que disfruta al pasear y mientras pasea y que puede darse la vuelta o girar a un lado o a otro o sentarse, descubriendo y disfrutando del panorama que se extiende ante sus ojos, siempre ávidos de ver cosas nuevas.
Se rieron de Tales por haber caído al pozo de tanto mirar a las estrellas. ¿Qué otra cosa podía haber hecho, sino estar en el allende con su vista y con su mente?.
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