jueves, 27 de abril de 2017

LA MUJER EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO (10) LA CUESTIÓN FEMENINA (1)


                                
              1.- DE LA MARGINACIÓN A LA DISIDENCIA.

El conflicto suscitado por las mujeres en la vida interna de la Iglesia y en sus relaciones con la sociedad no amainó a lo largo de siglos I-III.

La patriarcalización de la vida eclesial no se realizó sin oposición y tuvo que imponerse a una que reconocía el protagonismo y liderazgo de las mujeres.

Alguna de las acusaciones que se le hacía al cristianismo es, precisamente, que corrompía a las mujeres.

El conflicto es especialmente virulento no tanto en Roma como en Asia Menor, donde el papel de la mujer es muy activo.

Precisamente de Asia Menor proceden las Pastorales que combaten reiteradamente las “doctrinas extrañas” (“dando oídos al espíritu del error y a las enseñanzas de los demonios, embaucadores, hipócritas,…que prohíben las bodas y se abstienen de alimentos creados por Dios….), que tienen gran aceptación entre las mujeres y que, quizá, son propagadas por ellas mismas.

El no casarse era visto como la liberación de la sumisión patriarcal. También se las llama a esta “doctrinas extrañas”, “fábulas profanas y cuentos de viejas” (4, 7), lo que quiere decir  que esas doctrinas habían calado y estaban calando entre las mujeres.

Además, si las Pastorales prohíben con tanta fuerza a las mujeres enseñar es porque lo hacían, y esto molestaba.

Las Pastorales reivindican la autoridad de Pablo para combatir estas doctrinas, pero también estas “doctrinas extrañas” reclaman el nombre de Pablo.

Como ya hemos visto, y hemos insistido bastante, el pensamiento de Pablo es ambiguo, e interpretaciones opuestas reivindicaron su nombre y su autoridad.
Lo que ha sucedido es que la tradición deuteropaulina es la más androcéntrica y acomodaticia al sistema político vigente y al sistema familiar tanto judío como romano del paterfamilias.

Prevaleció y fue canonizada.

El patriarcado, pues se impuso y esto es lo que, definitivamente, ha determinado la comprensión posterior de Pablo, que ha sido leído según las Pastorales.

El falso Pablo se impone como el auténtico Pablo.

Probablemente es en el mismo círculo en que se escriben las Pastorales en el que se introducen los versículos de I Corint 15, 33-35 en que, al hablar todo el capítulo sobre los muertos y la resurrección, se dice: “no os engañéis. Las conversaciones malas estragan las buenas costumbres. Desembriagaos, como es justo, y no pequéis, porque algunos viven en la ignorancia de Dios. Para vuestra confusión os lo digo”, que coincide con I Timoteo 2, 15-17 “no ocuparte de disputas vanas, que para nada sirven, si no es para perdición de los oyentes,……debes distribuir rectamente la palabra de la verdad. Evita las profanas y vanas parlerías que conducen a una mayor impiedad, y su palabra cunde como gangrena”, pero que son opuestos al pensamiento paulino auténtico) para llevar al Apóstol a su campo e impedir que sus adversarios puedan recurrir a él.

Hay un escrito muy interesante, Los Hechos de Pablo y Tecla, un apócrifo del II, y procedente del Asia Menor, que es un exponente de la tradición paulina emancipadora de la mujer.

Pues bien, las doctrinas combatidas en las Pastorales son las defendidas en estos Hechos apócrifos, que también pretenden basarse en la autoridad de Pablo.

Una mujer, Tecla, después de escuchar a Pablo, decide no casarse, lo que es considerado un delito, y por dos veces la condenan a muerte; los hombres gritan contra Pablo: “Ha corrompido a todas nuestras mujeres”.

Tecla, que es enviada a predicar por Pablo, suscita un enorme entusiasmo entre las mujeres, y muchas se convierten.

Y es significativo que esta obra fuese tenida en mucha consideración, e incluso reconocida como canónica, en varias iglesias.
El influjo de esta obra es tal que hace decir a ese “enorme, descomunal creyente o crédulo” Tertuliano cuando cuenta que hay quienes reivindican la autoridad de Tecla para reconocer a las mujeres el poder de enseñar y de bautizar.

Pero iban a ser, sobre todo, grupos considerados heréticos los que seguirían utilizando los Hechos de Pablo y Tecla.

Y es que, a medida que la mujer fue quedando marginada en la Gran Iglesia, su papel y protagonismo aparece en grupos cristianos disidentes.
Así, por ejemplo, Marción permitía a las mujeres administrar el bautismo y realizar funciones oficiales.

O Montano, que promueve un movimiento espiritual y profético, acompañado de dos mujeres, Maximila y Priscila, en el que también otras mujeres desempeñaron un papel eminente.

Y, tanto unos como los otros, tanto las marcionistas como los montanistas pretenden basarse en la Teología de Pablo.

El autor del Apocalipsis, se enfrenta con una profetisa de Tiatira, a la que, en plan despectivo o denigratorio, llama “Jezabel” y cuyo influjo es superior al suyo y no puede contrarrestar.
Y también es significativo que, más tarde, esta ciudad de Tiatira se convirtiese, precisamente, al montanismo.

También entre los gnósticos tuvieron un gran papel las mujeres.

Marcos, de la escuela de Valentín, tiene sobre todo mujeres entre sus seguidores y les permitía celebrar la eucaristía.

O Frimiliano, obispo de Cesarea, en Capadocia (siglo III), que escribe sobre una mujer que bautizaba y celebraba la eucaristía.

O Epifanio, que dice que una profetisa llamada Quintila fundó una secta en Pepuza (Frigia) en la que había mujeres que eran obispos (-as) y presbíteros (-as), “como si no hubiera diferencia de naturaleza”.

Pero es que, al mismo tiempo, en la Gran Iglesia, en la Iglesia Oficial, la polémica  despectiva y denigratoria sobre la mujer se acentúa.

Juan Crisóstomo reconocía que al principio había mujeres misioneras itinerantes, pero –explica- esto era posible por “la condición angélica” del momento.

No es raro que se acuse a la mujer de la tentación del hombre, e, incluso, que se vea en ella el principio de todas las herejías.

Sin embargo, también el cristianismo ortodoxo siguió manteniendo durante estos primeros siglos una atracción especial para las mujeres.

Son mujeres los (las) primeros (as) miembros del orden senatorial que ingresaron en el Iglesia, y son también matronas romanas, ricas, las donantes de las primeras “iglesias titulares”.

Hay quien ha llegado a decir que “vista desde fuera, la iglesia de la época patrística se parecía, sospechosamente, a un grupo dominado y regulado por mujeres”.


La realidad es que, muy pronto, se le cerraron todas las puertas en lo Institucional y su protagonismo quedaría centrado o reducido a la esfera ascética; y aún en esto, no tardaron en surgir los sistemas patriarcales de control.

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