sábado, 22 de abril de 2017

LA MUJER EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO (5)


Pero es que son ellas, sólo ellas, (no hay ningún varón) las testigos de dónde ponían el cadáver, “allí estaban, sentadas frente al sepulcro”, “se fijaban dónde era puesto (Mat. 27, 61; Marc 15,47, Luc 23, 55.

Y son ellas, también, las que primero descubren la tumba vacía y el anuncio de la resurrección, más aún “ID, luego, y decidles a sus discípulos, que ha resucitado… (Mat. 28, 1-8; Mar 16, 1-8: “se apareció primero a María Magdalena”; Luc 24, 1-8:”...ellas comunicaron todo esto a los once y a todos los demás. Eran María la Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas.
Dijeron esto a los apóstoles pero a ellos les parecieron desatinos tales relatos  y no las creyeron”.

Fíjense que son estos hechos – la muerte de Jesús, la sepultura, la resurrección y la aparición – los que se consideran fundamentales en el credo.
Y de ellos sólo son testigos un grupo de mujeres.
Este protagonismo de las mujeres es imposible que se lo hayan inventado, además los tres, además casi de la misma manera.
O sea, proviene este testimonio de varias fuentes, pero es que además están escritos en Palestina, donde el protagonismo de la mujer choca con la mentalidad judía, para la cual el testimonio de la mujer no tenía valor jurídico alguno.

A pesar de que la lista de mujeres varía siempre algo de uno a otro evangelista, en todas las quinielas siempre hay una fija, María Magdalena.
Sin duda esta mujer tuvo en los orígenes del cristianismo una importancia tan grande como la de Pedro, si no mayor.

Pero lo curioso es que los textos canónicos, la literatura oficial, hablen mucho de Pedro y muy poco de María Magdalena, mientras que la literatura cristiana marginal – los apócrifos – mantiene muy vivo el recuerdo de esta mujer, que si hubiera vivido en el seno de una familia judía, lo normal es que se le hubiera llamado por la adicción al nombre de un pariente varón (María la de Santiago, María la de José,…..)
No.
A ella se la conoce por su origen, era de Magdala, un pueblecito junto al lago Tiberiades.
Quiere decir que ella había abandonado su pueblo por seguir a Jesús y que no estaba vinculada a un marido.

A pesar de todo este protagonismo de las mujeres, van a empezar a ser relegadas a favor del protagonismo de los varones, sobre todo de Pedro.
Comienza la institucionalización eclesiástica con un androcentrismo creciente.
(Yo me imagino a Jesucristo, ante este viraje, pegando un puñetazo sobre la mesa y diciéndole a Pedro que  tenía la cabeza más dura que una piedra).

El evangelio de San Juan, que ya es posterior a los otros tres, aquí ya las mujeres no reciben el anuncio pascual en la tumba, y no se atreven a entrar en ella y van corriendo a dar la noticia a Pedro y al discípulo amado para que sean ellos los primeros que testifiquen del sepulcro vacío.
Y luego, después, San Pablo, ya la acaba de matar: “Cristo murió…fue sepultado……resucitó…..se apareció a Cefas y luego a los once…(I.Corint. 15, 35 ).

Aquí ya han desaparecido todas las mujeres, que habían sido las primeras testigos  de todos los hechos confesados.
Pero su testimonio no tenía valor, podía, incluso ser contraproducente, así que su lugar es ocupado por Cefas y los once.

Hay un evangelio apócrifo, el de Tomás, alrededor del año 150, donde aparece el antagonismo entre María Magdalena y Pedro. Pedro llega a decir: “Que se aleje María de nosotros, pues las mujeres no merecen la vida (vivir)” (114)
Y le responde Jesús “He aquí que yo la atraeré para hacerla hombre. Así también ella se convertirá en espíritu viviente, semejante a vosotros, hombres. Toda mujer que se hace hombre entrará en el reino de los cielos”.

Y esta respuesta es un problema y choca con la mentalidad de Jesús, esta distinción de lo masculino y femenino, y esta discriminación o exclusión, cuando, precisamente, el pneuma y el nous, es decir, el espíritu, se da tanto en la mujer como en el varón. ¿La quiere “subir a” o los quiere “bajar a” y ponerlos a la misma altura?.

En otro escrito gnóstico del siglo III, Pistis Sophia, María Magdalena tiene un puesto preeminente entre los discípulos.
De las cuarenta y seis preguntas que se le hacen a Jesús, treinta y nueve son suyas, de ahí que Pedro grite: “Señor mío, no podemos soportar a esta mujer, porque habla todo el tiempo y no nos deja hablar a nosotros”  (36,146).

María Magdalena le contesta, pero como con miedo, temerosa, porque Pedro “odia a las mujeres” (72) y eso la intimida.
Pero Jesús dice que quien recibe la revelación debe hablar, sea hombre o mujer.

Incluso Jesús la declara bienaventurada y dice que ella puede hablar francamente porque su corazón está dirigido al cielo más que el de los otros discípulos (17).

Esta discusión entre María Magdalena y Pedro refleja el debate que debió existir en la primitiva iglesia sobre el papel de las mujeres en la transmisión de la revelación y la tradición.

Pero sin duda es el Evangelio de María (Magdalena) el que mejor refleja la polémica existente en la iglesia primitiva en torno al papel de las mujeres.
El Evangelio es del siglo II.
Es muy breve y parece que no se conserva en su totalidad.

Después de haber escuchado a María Magdalena sobre cosas que dice que le ha revelado Cristo, dice Andrés: “decid lo que pensáis sobre lo que ella ha dicho. Yo por mi parte no creo que el Salvador haya dicho cosas semejantes” (15).
Pedro, como siempre, tan machista y tan brutote::”¿Que el Salvador ha hablado con una mujer a escondidas de nosotros?. Pero ¿es que debemos ponernos a la escucha de ella, como si ella fuera preferida a todos nosotros? (16).

María se echó a llorar y se dirigió a Pedro: “Hermano mío, Pedro, ¿qué piensas?. ¿Crees, quizá, que me he inventado estas cosas o que digo mentiras en lo que respecta al Salvador? (17).

Entonces Leví, tomando la palabra, responde a Pedro: “Pedro, tú siempre eres colérico. Observo que tratas a las mujeres como si fuesen enemigos.
“Si el Señor la ha hecho digna, ¿quién eres tú para rechazarla?”.

Ciertamente el Salvador la conoce muy bien, POR ESO LA AMA MÁS QUE A NOSOTROS (las mayúsculas son mías).
Es mejor que nos avergoncemos, que nos revistamos del hombre perfecto, que nos formemos como Él nos ha mandado y que prediquemos el evangelio, sin imponer más mandato o ley que lo dicho por el Salvador” (18).


A lo mejor, quizá, no se dio realmente ese diálogo, pero lo que sí se ve es que en el siglo II había un sector de la iglesia que reclamaba la autoridad de Pedro y que marginaba el papel de la mujer, mientras que otros grupos cristianos reivindicaban su protagonismo y pensaban ser así más fieles al Señor.

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