martes, 11 de abril de 2017

JESÚS DE NAZARET Y LA MUJER (2)


Parece ser que los rabinos judíos sólo permitían divorciarse a una mujer cuando ésta estaba casada con un curtidor de pieles (piensen Uds. el porqué), cuando ya no pudiese aguantar más el olor de su cuerpo. Pero, hasta en esto, quedaba al arbitrio del Rabino.

La mujer sorprendida en adulterio (es decir, que le pusiera los cuernos al marido) ni juicio hacía falta, era condenada a muerte por lapidación (¿no han visto Uds. videos en yutube, por las redes sociales, de mujeres lapidadas, hoy mismo, en las culturas y religiones islámicas fundamentalistas?).
¿Qué le ocurría al varón adúltero? (porque para que ellas fueran adúlteras tenían que haber adúlteros). Evidentemente, a él no le ocurría nada

La palabra de la mujer tenía tan poco valor en un juicio, ante el Tribunal, que ni la llamaban siquiera a declarar, porque su palabra no era creíble (todavía hoy, en algunas culturas, vale sólo el 50%, son necesarias dos palabras, dos declaraciones, femeninas para igualar una palabra, una declaración, masculina).

No tenía derecho a heredar y cuando enviudaba y dejaba de estar bajo su autoridad, pasaba bajo la autoridad del hermano del difunto y si este hermano estaba soltero tenía la obligación de casarse con él.

La mujer, en realidad, era considerada lo que hoy llamaríamos “un bien patrimonial” del que el varón, el padre, el marido, el hermano, el cuñado, podía disponer de dicho bien, a su voluntad.

Una mujer violada, si denunciase la violación, sería considerada culpable de haber incitado u obligado al varón a tener relación sexual con ella.

Pero es que, incluso en la Biblia, en el Eclesiastés, la palabra de Dios dice: “Es preferible la malicia de un hombre al bien realizado por una mujer”, por lo que ya estaría dicho todo, y yo debería callarme y levantarme. ¿Qué pinta mi palabra contra la de Dios?
Y en los Proverbios la mujer es calificada como “estúpida”, “peleona” y “lunática”.

Esto ocurría en el mundo judío, pero no creamos que fuera de él las cosas ocurrían de mejor manera, porque, al menos en el mundo judío se tenían un gran aprecio por el cuerpo y sus funciones reproductivas y, que se sepa, nunca privó a la mujer del orgasmo, de gozar de los placeres del sexo, porque luego, en el cristianismo primitivo…

En los pueblos alrededor de Palestina la mujer estaba considerada poco más que un animal.

En el culto del dios Mitra, que era entonces floreciente y que compitió con el cristianismo primitivo hasta el siglo IV, la mujer hasta estaba excluida de todo tipo de religión, sólo podían abrazar la “prostitución sagrada”.

Jesús, en su trato con las mujeres, romperá con toda esta cultura y práctica androfílica y ginefóbica, tratándolas en un plano de igualdad.

No quiero ni pensar que, si la sangre mensual de la menstruación femenina era tabú, qué sería la sangre que, a diario manaba en la hemorroísa, y ya no por delante, sino por el ano.
¿Y cómo trata Jesús ese hecho?

Con delicadeza y saltándose el tabú.

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