lunes, 10 de abril de 2017

JESÚS DE NAZARET Y LA MUJER (1)


Jesús vivió en una época y en el seno de una cultura, como era la judía, en la que la mujer estaba vista como un ser muy inferior al varón y a la total disposición del mismo, hasta el punto de ser considerada no como “una costilla, carne de mi carne…” sino como un “colchón” en el que su marido podía descansar, como quisiera y cuando quisiera,….las relaciones de Jesús con estos “colchones”, con las mujeres, es uno de los aspectos más revolucionarios de Jesús.

Jesús rompe con todos los tabúes sobre la mujer.

Tomemos la metáfora del Sol (el varón) y de la luna (la mujer) y habrá que considerarla machista hasta el extremo, “androcéntrica”.

El centro del sistema, solar y familiar, es el sol-el varón.
Él es la estrella, la única estrella, la que posee, por sí misma, luz propia, todo lo demás gira alrededor de él, unos directamente (los planetas) y otros indirectamente (los satélites), alrededor de un planeta, como la luna-la mujer, que no tiene luz propia y si en algo se ilumina e ilumina es como efecto del sol.

Si la mujer tiene algo valioso es por el varón, por el esposo, pero en sí, y sola, nada valdría, como la luz de la luna, que no existiría.

Jesús rompe con este esquema y coloca y trata a la mujer en el mismo plano, en un plano de igualdad.
Dos personas iguales, no desiguales, aunque distintas, no idénticas.

Saltándose todas las prohibiciones, todas las normas vigentes, trata a las mujeres como seres iguales a los varones.
Es algo en lo que coinciden todos los evangelios, tanto los canónicos como los apócrifos, en el saltarse a la torera la situación de inferioridad de la mujer.

¿Por qué la mujer estaba excluida no sólo de todo lo que tenga relación con el poder, sino excluida hasta del estudio de la Toráh, no sólo de la cultura, en general.

Abajo, pues, el poder androcéntrico –dirá Jesús.

“Te doy gracias Señor, por no haberme creado mujer….”- era la oración matutina que todo judío varón rezaba, al comenzar el día.
“Bendito sea el Señor que me ha creado según su voluntad” –respondía la mujer, en voz baja.

Recordemos que, según el Génesis, en una de sus dos versiones, formó (no creó) a la mujer, a Eva, como complemento de Adán, el varón, “porque se encontraba muy solo, triste,…” mientras él contemplaba en la naturaleza a las parejas de animales, hasta cómo follaban (¡perdón¡) para engendrar.

¿Cómo iba a tener Dios un ejército de fieles creyentes, sumisos, adoradores,…de Él?.

¿Cuál era el proyecto divino para perpetuar la especie varonil de adanes?.

¿Puede interpretarse la oración matinal judía no como relación de inferioridad sino como un reparto de roles?.
La mujer, como un adjetivo, ligada a substantivos tales como “casa”, “hijos”, marido”,…
De ella dependía la identidad judía, ella legitimaba la descendencia del varón, ella era la que transmitía y perpetuaba las tradiciones y la educación moral de los hijos, no podía, por lo tanto, “perder el tiempo” (“dedicarle tiempo”) leyendo la Toráh, estudiando las Escrituras.

“Gracias, Señor, por liberarme de todas esas responsabilidades femeninas y poder dedicarme a leer y escuchar tu palabra revelada” – era, en realidad la oración matutina del varón.

La casa, los hijos y escuchar la palabra versus la plaza pública, el poder religioso y político y leer la Toráh.

Hasta el historiador Flavio Josefo escribía: “la mujer es inferior al varón en todos los aspectos”,

Era/tenía que ser tan fiel al marido que ni en la calle podía pararse a conversar con un hombre, ni siquiera con el propio marido, para que nadie pudiera sospechar de su conducta (Todavía hoy, en algunas culturas, la mujer y el varón no van andando a la par, ni agarrados de la mano o con la mano en la cintura, hablando o besándose, sino él delante y ella detrás, ¿por qué?)

Incluso, en casa, la mujer debía estar con la cabeza cubierta y debía vivir retirada.

En el Templo sólo podía llegar hasta el vestíbulo y nunca participaba ni podía pedir ni tomar la palabra en la sinagoga.

Ya hemos indicado que ni podía estudiar, ni tener acceso a la cultura, ni aprender las Escrituras (nuestro refrán castellano así reza: “la mujer en la cocina y con la pierna quebrada” (para que no pueda salir de ella).

Y como cuando estaban menstruando eran/estaban impuras, nada podían tocar, pues lo convertían en impuro (¿recuerdan nuestra tradición católica de que se cortaba la mayonesa, se picaba/avinagraba) el vino,….?

No tocar cuando se tiene el período.

La sangre era un tabú, y más aún la sangre de la menstruación, que proviene del interior de la “natura” cada 28 días, menos cuando se está embarazada, y nadie sabía el  porqué entonces no.

Constataban el hecho, pero desconocían la causa.

¿Esa sangre mensual era para que no se olvidase de que Dios la había hecho así, cosa que no le ocurría al varón?

Y ya no es que la sangre sea el alma o la sede del alma, es que esa sangre era maldita porque no era como la que le sale cuando, en la cocina, se cortaba con un cuchillo.


Si al hombre se le permitía divorciarse, ellas no podían hacerlo por motivo alguno, aunque fuera grave (¿Recuerdan a nuestras abuelas y bisabuelas aconsejando a sus hijas: “tú, aguanta, hija mía, tú, aguanta”?)

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