viernes, 21 de abril de 2017

LA MUJER EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO (4)


Ha habido dos estamentos totalmente masculinos a lo largo de la Historia: El estamento militar y el estamento eclesiástico.

El estamento militar está superando la discriminación femenina y hoy podemos ver desfilando a mujeres. Aún no ocupan puestos relevantes en la jerarquía militar, pero están haciendo méritos para ello y llegarán, naturalmente, por lógica, llegarán cuando la meritocracia sea el único criterio a tener en cuenta.

Pero el estamento eclesiástico fue, es y, por los síntomas que lleva, seguirá siendo total y absolutamente patriarcal.

Y la pregunta es, puesto que en el siglo XXI sigue igual: ¿Por qué se patriarcalizó la jerarquía eclesiástica? ¿Fue un proceso necesario? . ¿Es irreversible?  ¿Se realizó de manera natural, sin tensiones?  ¿No había otros caminos, otras posibilidades en la primitiva tradición cristiana?  ¿Tenía que ser, necesariamente, androcéntrica? ¿Cuál era la situación de la mujer, no digo en tiempos de Jesús (tiempos judeo-romanos), sino en el movimiento de Jesús? Y cuando hablo de movimiento de Jesús me refiero al grupo de Jesús y sus discípulos antes de su muerte y después de su muerte, al menos hasta el año 70, en que fue destruido el Templo de Jerusalén.
       
Jesús no fundó ni quiso fundar una iglesia nueva.
Jesús no era cristiano.
El movimiento de Jesús es un movimiento de renovación judía, es un movimiento intra-judío, pero contracultural, puesto que cuestiona y pone en la picota las dos grandes instituciones sociales y religiosas centrales.

Jesús y su movimiento cuestionan la Ley y el Templo.

La trampa en que intentan meter a Jesús con aquella pregunta envenenada. Mateo 22, 15-22. Leo: “Entonces se retiraron los fariseos y celebraron consejo para ver el modo de sorprenderlo en alguna declaración. Enviáronle discípulos suyos junto con herodianos para decirle: “Maestro, sabemos que eres sincero (hoy diríamos: sabemos que no tienes pelos en la lengua y dices los que sientes) y que con verdad enseñas el camino de Dios, sin darte cuidado de nadie, que no tienes acepción de personas. Dinos, pues, tu parecer: ¿Es lícito pagar tributo al Cesar sí o no? (la pregunta es envenenada, porque no hay escapatoria, es, decimos los filósofos, un dilema, que te decidas por una u otra respuesta, la conclusión lleva a lo mismo: tendrá en su contra a uno de los dos grupos, o a los fariseos o a los herodianos).
Jesús, conociendo su malicia, dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?. Mostradme la moneda del tributo. Ellos le presentaron un denario. Él les preguntó: ¿de quién es esa imagen y esa inscripción?. Le contestaron: “del César”.
Díjoles, entonces: pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

“Ole”, “ole” y “ole”.

Vaya salida airosa la de Jesús, porque no dijo ni que sí (se le echaría encima el pueblo judío), ni que no (lo prenderían los herodianos).

Es como si alguien proclama la objeción del pago de impuestos a Hacienda.
       
Movimiento contracultural, contra el poder civil y contra el poder sacerdotal.
Pero no es un movimiento excluyente, no excluye a nadie.
No es como, por ejemplo otro movimiento contemporáneo suyo, el de los esenios, que es un movimiento restringido a una élite de varones puros, que se automargina de los demás, para no contaminarse con ellos. (Yo cuando oigo o leo que Jesús pertenecía a la secta de los esenios, es que alucino).

Jesús convoca a todos, y de manera especial a los excluidos por la Ley y por el Templo.
Los discriminados por el Templo son los pecadores, los publicanos, los niños, los leprosos, los pobres, las mujeres en general y las adúlteras en particular.
Precisamente los excluidos religiosos y sociales son los preferidos de Jesús.
Recuerden las bienaventuranzas.

Pero yo no quiero hablar de Jesús sino de las mujeres.

Fíjense que el mismo Templo era una fotografía de la discriminación.

Había un patio al que podían acceder los paganos, pero no podían acceder más allá.
En otro atrio se permitía la entrada de las mujeres judías, pero éstas no podían acceder al siguiente recinto, reservado y exclusivo para los varones.
Incluso Dios estaba en el Sancta Sanctorum, separado del pueblo.

Es decir el Templo (léase la religión judía y la jerarquía sacerdotal) era racista (separación judíos – no judíos o paganos), sexista ( varones – mujeres ) y clasista (clero – laicos).

También la Ley Judía margina a la mujer: el divorcio sólo puede ser pedido por el varón, la circuncisión es un rito absolutamente machista e imposible para las mujeres.
Es fácil saber si un varón es judío, bastaría pedirle no el carnet de identidad sino que nos enseñara el pene. Si tiene hecha la fimosis (léase circuncisión) entonces sí es, si no, no es.
Porque es un rito judío y machista.

¿Cómo podemos saber si una mujer es judía, si ella no puede…..?

¿Y la impureza de la mujer tanto durante los días de la menstruación como durante el postparto?.
¿Y el varón nunca es impuro?.

En el movimiento de Jesús caen todas las discriminaciones, ni de clase (no hace falta ir al templo para rezarle a Dios. Dios queda reubicado en el corazón de la persona), ni discriminación de sexo, tanto varones como mujeres son bienvenidos, ni discriminación de edad (“dejad que los niños se acerquen a mí”).

En el nuevo Reino de Dios quedan superadas las estructuras patriarcales.

Para Jesús la dignidad de la persona está desligada del sexo.

“Se le acercaron unos fariseos con propósito de tentarle y le preguntaron: “¿puede el marido repudiar a su mujer”?
La pregunta misma ya es, en sí misma, discriminatoria. (Marcos 10, 11-12)
Tu – yo; yo- tú;  varón – mujer, mujer – varón, igualdad en persona, aunque sean sexos distintos.

Relaciones igualitarias.

Fíjense en la reacción absolutamente machista de los discípulos ante estas palabras absolutamente nuevas de Jesús: “Si tal es la condición del hombre (léase varón) respecto de la mujer, no trae cuenta casarse. Él les contestó: “no todos entienden esto” (Mateo 19, 10).

En otras palabras, esto es lo que hay: reciprocidad total de las relaciones entre el varón y la mujer, basada en la igualdad como personas y ante Dios.

Si lo queréis bien y si no, no os caséis.

Nunca saldría de la boca de Jesús nada que pueda interpretarse como lesivo o marginador de la mujer.
Nunca la veía como algo malo o provocativo o tentador o despectivo.

No distingue sexos, cuando ve a varones y a mujeres los mira, los ve como personas.
,
Incluso valora de una forma nueva a la mujer, no restringiéndola a las funciones de la maternidad y de las tareas del hogar.

¿Recuerdan a Marta y María, las hermanas de Lázaro?
¿Recuerdan cuando le dicen a Jesús “Tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”. Y Él les respondió: “¿quién es mi madre y mis hermanos?”....Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mateo 12, 46-50).

Estas frases han traído cola.
¿Gesto despectivo para su madre y hermanos?
¿Tuvo cuatro hermanos realmente?
¿Por qué dice Jesús, “mi hermana”?
¿Es verdad que Lidia y Lisia eran dos hermanas de Jesús?
¿Se nota que los evangelios son androcéntricos?.
Si a los varones que están a su alrededor los llama hermanos, a las mujeres que están a su alrededor las llama hermanas.
Y esto último no se lo habían preguntado.

Jesús está como proponiendo unas nuevas relaciones, independientes de la sangre.
Ya no son hermanos de sangre. 
O, mejor, ya no hace falta la sangre para ser hermanos.
Ahora los hermanos son por amor.
Los que se aman son hermanos.

Es una nueva fratría de iguales, sin distinción de varón – mujer.
Es la nueva fraternidad.

Por lo tanto (textual) “vosotros sois todos hermanos. No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre, el que está en los cielos” (Mateo 23, 8-12).
La nueva familia, ya no basada en la sangre, sino en el amor entre personas, es la comunidad cristiana.

En esta nueva comunidad ya no hay padre, ni maestro, ni doctor,…sino hermanos, iguales.
Ya no se reproducen las relaciones patriarcales vigentes.
Es otra cosa.
Y en ella la mujer no es más que el varón, pero tampoco es menos.
Más aún, “entre vosotros, el que se humille será ensalzado y el que se ensalce será humillado”, sea varón o mujer.
La jerarquía vendrá dada por la entrega a la comunidad.

El papel de padre, en esta nueva comunidad, sólo le corresponde a Dios, a ningún hombre.
Y si es verdad que Jesús dijo:”tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” también es verdad que hacen falta muchas piedras para construirla, para levantarla, y nunca dijo Jesús que esas piedras no pudieran ser las mujeres.
Son los pilares los que sujetan y sobre los que se levanta el edificio.
Y es curioso, pero “Pilar” es nombre de mujer.
¿Tiene correspondiente masculino?

El Reino de Dios invierte los valores y las estructuras del reino de los hombres.
Allí el más bajo, el más humilde, es el más alto; aquí el más bajo es el más bajo y el más alto es el más alto.
Allí todos son iguales en la comunidad.
Aquí hay un Jefe, y por debajo otros jefes,… que son los que mandan.

“No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que entre vosotros quiera llegar a ser grande, sea vuestro servidor; y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro siervo” (Mateo 20, 26-27).
Supone, es, una tranvaloración.

El movimiento de Jesús es un movimiento contracultural y una alternativa radical.
Los pobres, los pecadores, los excluidos del sistema social y religioso, las mujeres,….se reconocen como personas en esta nueva comunidad, se reconocen como sujetos, dignos, valiosos, estimados.
Renace en todos ellos la esperanza, la que el mundo les negaba.

En esta nueva comunidad, hermandad, fratría. ¿Cuál es el papel, la participación, el protagonismo de la mujer?
Tendremos que ir rastreando los indicios  textuales que se han salvado de la censura patriarcal de la Iglesia posterior, aprovechar y apoyarse en los deslices, en los descuidos.

Leía la otra noche en un libro de historia  sobre el hombre griego :” El historiador debe examinar las fuentes, pero lo que busca es contemplar, a través de ellas, no sólo la realidad que ellas representan sino también lo que no aciertan a representar, y lo que representan malamente o, incluso, lo que ocultan”.

Esto es precisamente lo que tendremos que hacer.

Cuando los textos evangélicos hablan, en general, de “discípulos” o de la gente que sigue a Jesús, hay que incluir, al menos en muchos casos, a mujeres.
Es un reflejo androcéntrico pensar sólo en varones.

Recordad lo de la hemorroísa (la mujer que padecía de hemorroides) o la que gritó “bendita sea la madre que te parió” (en realidad la mujer dijo: “dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste” (Lucas 11, 27).

Y de nuevo la respuesta desconcertante (¿se sentía frustrado con/por su madre?, ¿es verdad que tenía celos de Santiago, su hermano menor?). “Más bien, dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan”.

Es decir los nuevos lazos ya no vienen de la sangre, sino del amor de la comunidad.

Dice Lucas (10,1) “designó Jesús a otros 72 discípulos y los envió, de dos en dos, delante de sí, a toda ciudad y lugar a donde Él había de venir”.

¿Por qué pensar que eran  parejas de varones?
¿No nos traiciona el presupuesto androcéntrico de nuestra cultura?

Lo lógico es que hubiera mujeres.
Ahí no se dice que no.
¿Y no podían ser muchas o algunas de esas parejas, matrimonios?.
¿Por qué no?.

San Pablo, en Corintios I, 9, 5 dice: “¿No tenemos derecho a llevar en nuestras peregrinaciones una hermana (¿de sangre o de la nueva comunidad?), igual que los demás apóstoles y los hermanos del señor y Cefas”?.

Pero el testimonio decisivo sobre el seguimiento de Jesús por parte de un grupo de mujeres lo encontramos en los textos de la muerte de Jesús y de los acontecimientos de la Pascua. Aquí hay un recuerdo tan patente, tan manifiesto, tan importante, tan insólito, que ni ha podido ser borrado.

Los evangelios coinciden en decir que a los pies de la cruz se encuentra un grupo de mujeres, mientras que los varones se han escapado (y esto lo dicen unos varones).
Dice Mateo, 27, 55 :”había allí, mirándole desde lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea, entre ellas María Magdalena, María la madre de Santiago y José y la madre de los hijos de Zebedeo”.

O Marcos 15,40 : “Había también unas mujeres que de lejos le miraban (con lo que uno concluye que lo que realmente había allí eran sólo mujeres), entre las cuales estaba María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé; las cuales cuando Él estaba en Galilea, le seguían, y otras muchas que habían subido con Él a Jerusalén”.

Seguir a Jesús es el comportamiento típico de los discípulos, por lo tanto….Todas estas mujeres han roto con su situación anterior, se han entregado a la causa del reino de Dios y llevan una vida itinerante y desinstalada del grupo de Jesús.
Siempre aparece María Magdalena, las otras Marías, Juana, Susana,… y otras varias que le servían de sus bienes” (Lucas 8,1-3).

Admitir mujeres en su acompañamiento, eso es un comportamiento muy escandaloso en el contexto palestino.
Pero Jesús lo hace de la manera más natural, sin prejuicios.
Lo ve normal.

Y ellas tendrán labores fundamentales en la vida de la nueva comunidad.

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