Pero el RACIONALISMO del XVII
(Descartes, Leibniz, Spinoza…), técnicamente, en historia de la filosofía, es
la forma de entender el Origen del Conocimiento, basado en la Razón (frente a la otra gran
corriente gnoseológica o epistemológica del EMPIRISMO, que primaba la
experiencia como primera y principal fuente de conocimiento y única para el
conocimiento de lo que realmente existe).
Esta Diosa Razón sí abarcó ya
todo lo abarcable y apostó por la superioridad del elemento racional frente al
emocional, vital, impulsivo, instintivo, sentimental, pasional…
Sólo en este sentido
RACIONALISMO se opone a IRRACIONALISMO, a VITALISMO, a EMOTIVISMO, a
SENTIMENTALISMO,…
En la ACTUALIDAD estamos
asistiendo, a diario, al triunfo de La
Razón en sus múltiples y variados descubrimientos así como
encargamos a la Razón
la educación en el dominio y control de las pasiones, como algo que invade,
nubla y somete al psiquismo.
Reina y triunfa el sentido
peyorativo de la misma.
Es, realmente malo, estar
“ciego de pasión” o ser “esclavo de sus pasiones” o ser “demasiado apasionado”
y, por lo tanto, poco objetivo.
Sin embargo, como reacción,
surgió el Romanticismo.
Pero ¿y la pasión por la
verdad? ¿Y la pasión por la justicia? ¿Y la pasión por la paz? ¿Y la pasión por
el amor, o por la literatura, o por la poesía, o por…?
Frente al Dualismo
omnipresente a lo largo de la historia, hoy, cada vez más emergen planteamientos
que rechazan esa oposición entre Razón y
Pasión y se prefiere hablar de emociones racionales y distinguirlas de las emociones
irracionales.
Hoy está de moda la
“Inteligencia emocional” de Daniel Goleman, que afirma la imposibilidad de
separar la inteligencia humana de la capacidad afectiva o sentimental,
abogando, pues, por la
Integración.
Incluso, hoy, el término
“pasión” se usa en la vida cotidiana para indicar una inclinación o preferencia
(“tiene pasión por el fútbol”), o para describir un rasgo de la personalidad
(“es una persona muy apasionada”).
Hoy, para referirse a la
“pasión” antigua se habla de “vida emocional o afectiva”.
Hoy se aboga por la
integración de ambas perspectivas, la sentimental y la racional, subrayando el
papel de las emociones y de los afectos y sentimientos como estímulos de la
acción, así como la capacidad modeladora que la cultura y la razón tienen
respecto de la vida afectiva.
En esta “vida afectiva” hay
que incluir:
.- Afectos (inclinación o
rechazo hacia una persona, un objeto, una acción…) y las sensaciones de agrado
o desagrado que las acompañan.
.- Sentimientos (tendencia que incluye una dimensión
evaluativa de la situación).
.- Emociones (estados de
ánimo y todo cuanto nos impulsa a actuar y que suele ser un sentimiento breve
de aparición repentina (furia, ira).
.- Deseos (conciencia de una
necesidad o de una atracción).
Las sensaciones de placer y
dolor, los deseos y los sentimientos, son experiencias afectivas que sirven
para orientarnos al actuar.
INTEGRACIÓN DE LO AFECTIVO Y
LO INTELECTUAL.
La inteligencia va guiada por
lo que más estimamos y apreciamos; y es propio de los sentimientos incluir una
valoración en la que interviene la inteligencia.
Un padre, sacrificándose por
sus hijos, para costearle unos estudios, es una decisión en la que se
entremezclan, de manera inseparable, sus sentimientos paternos con su
evaluación o estimación de aquello que es preferible en la vida.
Es su estimación afectiva la
que guía su vida intelectual.
¡Qué diferencia con un
ordenador, incapaz de estimación afectiva que dirija su acción¡
Hoy estamos viviendo,
instalados, en plena vorágine genética.
Y aunque es verdad que la
afectividad humana tiene una base genética, de manera que el carácter viene
determinado genéticamente, sin embargo, ese componente genético es moldeado y
modificado por la influencia de la experiencia y del conocimiento.
Aunque se nazca con un cierto
temperamento, con una predisposición a ser una persona más o menos activa,
abierta o tímida, esa no es la última palabra sobre el carácter que se
desarrollará.
La experiencia y la capacidad
para controlar y dirigir las propias emociones resultarán determinantes en la
conformación de la personalidad.
La inteligencia humana tiene
la capacidad de modificar y transformar la vida afectiva de una persona.
Aprendemos a amar lo que
consideramos bueno, lo que estimamos racionalmente que nos conviene y, por el
contrario, aprendemos a aborrecer lo que hemos juzgado como malo, dañino, cruel.
La vida afectiva viene
afectada, también, y mucho, por el influjo que la cultura tiene sobre los
sentimientos.
Cada sociedad clasifica sus
emociones y sus afectos.
En diferentes culturas,
incluso dentro de una misma cultura en épocas diferentes, las mismas
situaciones dan lugar a sentimientos diversos.
PASIONES INTELIGENTES,
INTELIGENCIA APASIONADA.
INTEGRACIÓN de Razón y Pasión.
Nadie mejor que un poeta para
pintar, en palabras, esta integración.
Volvería a meditar el texto
de Kalhil Gibrán.
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