Si la corporalidad ha sido, a
menudo, pensada como una realidad natural, como algo que nos es dado y se nos
impone de forma innata, lo mismo cabe decir de aquello que ha sido
tradicionalmente vinculado con el cuerpo: los deseos y las pasiones.
Esta vinculación se apoya en
el hecho de que la vida afectiva humana, nuestros sentimientos y emociones,
tienen un componente corporal.
Así, cada emoción va
acompañada de reacciones de carácter fisiológico: por ejemplo, el miedo, por
una retirada de la sangre del rostro hacia las piernas y un estado de alerta
general en todo el organismo; o la sorpresa, que se manifiesta en el arqueo de las
cejas; o la tristeza, por la disminución general de la energía y del entusiasmo
en las actividades vitales; la vergüenza; el remordimiento; la alegría….
Fenómenos psíquicos que se
manifiestan somáticamente.
Pero si el cuerpo, desde los
griegos, es la parte mala del hombre y, para el cristianismo, “la carne” es uno
de los tres enemigos del alma,….
Por otra parte, nuestra vida está
orientada por las sensaciones de agrado y desagrado que la acompañan: buscamos
o amamos lo que nos causa placer y bienestar y rechazamos y evitamos lo que nos
causa dolor, sufrimiento,…
Quizás por este entronque
corpóreo tradicionalmente se suele utilizar la palabra “pasión” para referirse a aquello que nos afecta, a lo que padecemos involuntariamente, frente a
lo que hacemos libremente.
“Nos pasan (padecemos, sufrimos) cosas, sin quererlo,
involuntariamente, pero también hacemos cosas, libre y voluntariamente.
En su origen etimológico, el
término griego “pathos” (en latín “passio”) tiene el significado de “padecer”,
“sufrir algo”, “recibir algo de manera pasiva” (esta acepción permanece en
castellano, cargada de connotaciones religiosas: “la pasión de Cristo”, lo que
sufrió, padeció, sin quererlo ni buscárselo).
De ahí que las pasiones, o la
pasión, hayan sido siempre consideradas como lo opuesto a la acción,
entendiéndose que ésta está vinculada a nuestra capacidad creadora y
moldeadora.
“Hacemos” y “padecemos”,
“sufrimos”.
En relación con este sentido
de pasividad del sujeto ante las pasiones que lo agitan o lo invaden (la
alegría o la tristeza, el miedo, el deseo, el odio o el amor…) la tradición
filosófica occidental generó un DUALISMO de enorme influencia que, a su vez,
dio lugar a posiciones opuestas.
Por un lado el RACIONALISMO, teoría que, con más o
menos énfasis, ha considerado que la
RAZÓN , en tanto que extraña, distinta y superior a los deseos
y pasiones, es la encargada, tiene la misión de encauzarlos, dominarlos,
dirigirlos, o bien reprimirlos y erradicarlos.
SÓCRATES, por el que según
Nietzsche, “entró el mal en el mundo” al erradicar todo lo que suene o huela a
pasión, sólo acepta a Apolo y reniega de Dioniso.
El único placer será el
placer intelectual, saborear el saber, el sabor del saber, la sabiduría, la
sola y toda razón. El hombre es, sólo, racional. La dignidad humana sólo reside
en su alma y sus actividades.
PLATÓN, uno de los creadores
y más claros representantes de esta Tradición Racional, ya expuso en el Mito
del carro alado su concepción del hombre.
La vida interior del hombre
era la lucha sostenida por un auriga (La Razón ) que quiere guiar un carro llevado por dos
caballos, uno dócil y obediente (los sentimientos buenos) y el otro rebelde y
hostil (las pasiones y deseos corpóreos, la sensualidad).
La vida buena consistiría,
entonces, en el control del auriga sobre el carro, logrando el sometimiento de
los deseos y sentimientos a las exigencias de la Razón.
ARISTÓTELES definirá al
hombre como “Zoon logicon”, “animal Racional”; y entre los dos tipos de
virtudes, considerará superiores las Virtudes Dianoéticas o Intelectuales sobre
las Virtudes Éticas o Morales.
Y esta tradición,
exclusivismo de la Razón
como lo específicamente humano, que arranca en Grecia (aunque quizás puedan
encontrarse antecedentes en Oriente) tiene en
Los ESTOICOS sus representantes
más radicales (las pasiones, como perturbaciones del alma, deben ser
erradicadas, eliminadas, para dejar el ánimo libre).
Su doctrina de la “a-patía” y
la “ataraxía” lo dice y lo resume todo.
Esta concepción estoica le
vino como anillo al dedo al
CRISTIANISMO a lo largo de
toda la Edad Media ,
eso sí, esclavizando a la Razón
poniéndola al servicio de la fe y de la revelación, pero en su lucha contra el
cuerpo y sus pasiones no se quedó atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario