sábado, 2 de febrero de 2019

RAZÓN APASIONADA O PASIÓN RACIONAL (4)




Si la corporalidad ha sido, a menudo, pensada como una realidad natural, como algo que nos es dado y se nos impone de forma innata, lo mismo cabe decir de aquello que ha sido tradicionalmente vinculado con el cuerpo: los deseos y las pasiones.

Esta vinculación se apoya en el hecho de que la vida afectiva humana, nuestros sentimientos y emociones, tienen un componente corporal.
Así, cada emoción va acompañada de reacciones de carácter fisiológico: por ejemplo, el miedo, por una retirada de la sangre del rostro hacia las piernas y un estado de alerta general en todo el organismo; o la sorpresa, que se manifiesta en el arqueo de las cejas; o la tristeza, por la disminución general de la energía y del entusiasmo en las actividades vitales; la vergüenza; el remordimiento; la alegría….
        
Fenómenos psíquicos que se manifiestan somáticamente.
Pero si el cuerpo, desde los griegos, es la parte mala del hombre y, para el cristianismo, “la carne” es uno de los tres enemigos del alma,….

Por otra parte, nuestra vida está orientada por las sensaciones de agrado y desagrado que la acompañan: buscamos o amamos lo que nos causa placer y bienestar y rechazamos y evitamos lo que nos causa dolor, sufrimiento,…

Quizás por este entronque corpóreo tradicionalmente se suele utilizar la palabra “pasión” para referirse a aquello que nos afecta, a lo que padecemos involuntariamente, frente a lo que hacemos libremente.

“Nos pasan (padecemos, sufrimos) cosas, sin quererlo, involuntariamente, pero también hacemos cosas, libre y voluntariamente.     
        
En su origen etimológico, el término griego “pathos” (en latín “passio”) tiene el significado de “padecer”, “sufrir algo”, “recibir algo de manera pasiva” (esta acepción permanece en castellano, cargada de connotaciones religiosas: “la pasión de Cristo”, lo que sufrió, padeció, sin quererlo ni buscárselo).
De ahí que las pasiones, o la pasión, hayan sido siempre consideradas como lo opuesto a la acción, entendiéndose que ésta está vinculada a nuestra capacidad creadora y moldeadora.

“Hacemos” y “padecemos”, “sufrimos”.

En relación con este sentido de pasividad del sujeto ante las pasiones que lo agitan o lo invaden (la alegría o la tristeza, el miedo, el deseo, el odio o el amor…) la tradición filosófica occidental generó un DUALISMO de enorme influencia que, a su vez, dio lugar a posiciones opuestas.

Por un lado el RACIONALISMO, teoría que, con más o menos énfasis, ha considerado que la RAZÓN, en tanto que extraña, distinta y superior a los deseos y pasiones, es la encargada, tiene la misión de encauzarlos, dominarlos, dirigirlos, o bien reprimirlos y erradicarlos.

SÓCRATES, por el que según Nietzsche, “entró el mal en el mundo” al erradicar todo lo que suene o huela a pasión, sólo acepta a Apolo y reniega de Dioniso.
El único placer será el placer intelectual, saborear el saber, el sabor del saber, la sabiduría, la sola y toda razón. El hombre es, sólo, racional. La dignidad humana sólo reside en su alma y sus actividades.

PLATÓN, uno de los creadores y más claros representantes de esta Tradición Racional, ya expuso en el Mito del carro alado su concepción del hombre.
La vida interior del hombre era la lucha sostenida por un auriga (La Razón) que quiere guiar un carro llevado por dos caballos, uno dócil y obediente (los sentimientos buenos) y el otro rebelde y hostil (las pasiones y deseos corpóreos, la sensualidad).

La vida buena consistiría, entonces, en el control del auriga sobre el carro, logrando el sometimiento de los deseos y sentimientos a las exigencias de la Razón.

ARISTÓTELES definirá al hombre como “Zoon logicon”, “animal Racional”; y entre los dos tipos de virtudes, considerará superiores las Virtudes Dianoéticas o Intelectuales sobre las Virtudes Éticas o Morales.

Y esta tradición, exclusivismo de la Razón como lo específicamente humano, que arranca en Grecia (aunque quizás puedan encontrarse antecedentes en Oriente) tiene en

Los ESTOICOS sus representantes más radicales (las pasiones, como perturbaciones del alma, deben ser erradicadas, eliminadas, para dejar el ánimo libre).
Su doctrina de la “a-patía” y la “ataraxía” lo dice y lo resume todo.

Esta concepción estoica le vino como anillo al dedo al

CRISTIANISMO a lo largo de toda la Edad Media, eso sí, esclavizando a la Razón poniéndola al servicio de la fe y de la revelación, pero en su lucha contra el cuerpo y sus pasiones no se quedó atrás.

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