martes, 26 de febrero de 2019

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (24)


Los creyentes son más propensos a pensar en la felicidad eterna del cielo que en el eterno tormento del infierno, es por lo que se sacrifica, por hacerse meritorio del primero.

Todos los vicios y malos tratos de los ídolos o falsos dioses con sus pueblos no se diferencian mucho del Yahvé del Antiguo Testamento, tan solícito, tan padrazo, con una minoría étnica en un lugar tan poco significativo y tan cruel y genocida con los pueblos de los alrededores que adoraban a otros dioses.

Sólo recordar que el recién nacido, por el hecho de haber nacido sin comerlo ni beberlo, sin solicitarlo, sin contar con él para venir a este mundo, ya nace en pecado, “pecado original”, pecado en origen y que necesita ser lavado del mismo con el agua bendita y el ritual correspondiente del primer mandamiento, me pone los pelos de punta.

“¡Ay mísero de mí, y ay infelice! // Apurar, cielos, pretendo, // ya que me tratáis así, // qué delito cometí contra vosotros, naciendo.  Aunque si nací, ya entiendo // qué delito he cometido; // bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, //pues el delito mayor del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber // para apurar mis desvelos // —dejando a una parte, cielos, // el delito del nacer—, // ¿qué más os pude ofender, // para castigarme más? // ¿No nacieron los demás? // Pues si los demás nacieron, // ¿qué privilegios tuvieron // que yo no gocé jamás?”

Es el soliloquio que Calderón de la Barca en su “La vida es sueño” pone en boca del príncipe Segismundo que, debido a una profecía hecha al nacer, ha pasado toda su vida encerrado en una prisión por orden del Rey, su padre.

Eso mismo, pero sin profecía de por medio, podría un recién nacido en tierra cristiana echárselo en cara a su Dios: “¿Qué pecado he cometido por el hecho de nacer para tener que pedir perdón y someterme al rito del lavado del alma porque si muero, antes de ser bautizado, no podré entrar en el cielo?”.

Como seguramente sabéis, hubo que inventarse y crear un lugar distinto al Cielo (donde irán los buenos), al Infierno (donde irán los que mueren en pecado mortal), y al Purgatorio, donde irán los que, según su vida, al morir ni merecen la felicidad del cielo ni los tormentos del infierno, sino que están como en cuarentena, como en la sala de espera, hasta poder subir al lugar de los bienaventurados y que lo bautizaron con el nombre de “El limbo de los justos” en el que también habrían ingresado e ingresarían todos aquellos que, bien antes de la llegada de Jesús a la tierra, bien los que nunca han oído hablar de Él, sin embargo han llevado una vida honesta, justa,…

Son las “benditas almas del Purgatorio” por las que podemos cancelar su estancia en ese lugar con los rezos, sacrificios, donaciones,…que ordenan los representantes de Dios en la tierra.

¿Quién, desagradecido, no va a cancelar totalmente (con la “indulgencia plenaria”) o parcialmente (“100 días de indulgencia”, cancelando parte del tiempo a purgar, a sus padres, a sus hijos, a sus allegados,…ya muertos?

Además, (y como muchos sabréis) existe una especie de Banco Central, una especie de Cuenta Corriente a la que llegan todas las terminales económicas, en este caso espirituales, denominado/a “La Comunión de los Santos” donde van ingresándose los días sobrantes de los que ya han pasado a la bienaventuranza.
Es decir, si tú sigues cancelando la hipoteca del purgatorio de alguien y, sin saberlo, ya ha sido cancelada esa hipoteca o estancia en el purgatorio, ese capital (días sobrantes conseguidos) no se pierden, se acumulan y repercuten en otros que aún no han cancelado la deuda.

Una estrategia cristiana fantástica: la hucha de las indulgencias.

Los que somos conscientes de nuestra mortalidad y no creemos o no sabemos ni queremos saber de otra vida posterior, necesitamos ayuda de nuestros semejantes para no perecer demasiado pronto, para retrasar a la de la guadaña, para aliviar, todo lo posible, lo inevitable.

Ya hemos dejado escrito que desde el momento en que nacemos traemos escrita (aunque borrosa o invisible) la fecha de caducidad (el cómo, el cuándo, el dónde, el porqué,..) pero como no sabemos la fecha exacta pero no posterior a… (Pero de lo que sí estamos seguros es de la fatalidad).
Como todos somos caducos, mientras estamos vivos, nos necesitamos para vivir y para vivir mejor.

Y como somos frágiles, todos, debemos procurar no rompernos ni que los demás se rompan (ni suicidarse ni matar) pero también seguir las pautas más adecuadas, que constituyen la Moral, la mejor forma de comportarse individual y socialmente.


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