Los creyentes son más
propensos a pensar en la felicidad eterna del cielo que en el eterno tormento
del infierno, es por lo que se sacrifica, por hacerse meritorio del primero.
Todos los vicios y malos
tratos de los ídolos o falsos dioses con sus pueblos no se diferencian mucho
del Yahvé del Antiguo Testamento, tan solícito, tan padrazo, con una minoría
étnica en un lugar tan poco significativo y tan cruel y genocida con los
pueblos de los alrededores que adoraban a otros dioses.
Sólo recordar que el recién
nacido, por el hecho de haber nacido sin comerlo ni beberlo, sin solicitarlo,
sin contar con él para venir a este mundo, ya nace en pecado, “pecado
original”, pecado en origen y que necesita ser lavado del mismo con el agua bendita
y el ritual correspondiente del primer mandamiento, me pone los pelos de punta.
“¡Ay mísero de mí, y ay
infelice! // Apurar, cielos, pretendo, // ya que me tratáis así, // qué
delito cometí contra vosotros, naciendo. Aunque si nací, ya entiendo // qué delito
he cometido; // bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, //pues
el delito mayor del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber // para
apurar mis desvelos // —dejando a una parte, cielos, // el delito del nacer—, //
¿qué más os pude ofender, // para castigarme más? // ¿No nacieron los demás? //
Pues si los demás nacieron, // ¿qué privilegios tuvieron // que yo no gocé
jamás?”
Es el soliloquio que Calderón
de la Barca en
su “La vida es sueño” pone en boca del príncipe Segismundo que, debido a una
profecía hecha al nacer, ha pasado toda su vida encerrado en una prisión por
orden del Rey, su padre.
Eso mismo, pero sin profecía
de por medio, podría un recién nacido en tierra cristiana echárselo en cara a
su Dios: “¿Qué pecado he cometido por el hecho de nacer para tener que pedir
perdón y someterme al rito del lavado del alma porque si muero, antes de ser
bautizado, no podré entrar en el cielo?”.
Como seguramente sabéis, hubo
que inventarse y crear un lugar distinto al Cielo (donde irán los buenos), al Infierno
(donde irán los que mueren en pecado mortal), y al Purgatorio, donde irán los
que, según su vida, al morir ni merecen la felicidad del cielo ni los tormentos
del infierno, sino que están como en cuarentena, como en la sala de espera,
hasta poder subir al lugar de los bienaventurados y que lo bautizaron con el
nombre de “El limbo de los justos” en el que también habrían ingresado e
ingresarían todos aquellos que, bien antes de la llegada de Jesús a la tierra,
bien los que nunca han oído hablar de Él, sin embargo han llevado una vida
honesta, justa,…
Son las “benditas almas del
Purgatorio” por las que podemos cancelar su estancia en ese lugar con los
rezos, sacrificios, donaciones,…que ordenan los representantes de Dios en la
tierra.
¿Quién, desagradecido, no va
a cancelar totalmente (con la “indulgencia plenaria”) o parcialmente (“100 días
de indulgencia”, cancelando parte del tiempo a purgar, a sus padres, a sus
hijos, a sus allegados,…ya muertos?
Además, (y como muchos
sabréis) existe una especie de Banco Central, una especie de Cuenta Corriente a
la que llegan todas las terminales económicas, en este caso espirituales, denominado/a
“La Comunión
de los Santos” donde van ingresándose los días sobrantes de los que ya han
pasado a la bienaventuranza.
Es decir, si tú sigues
cancelando la hipoteca del purgatorio de alguien y, sin saberlo, ya ha sido
cancelada esa hipoteca o estancia en el purgatorio, ese capital (días sobrantes
conseguidos) no se pierden, se acumulan y repercuten en otros que aún no han
cancelado la deuda.
Una estrategia cristiana
fantástica: la hucha de las indulgencias.
Los que somos conscientes de
nuestra mortalidad y no creemos o no sabemos ni queremos saber de otra vida
posterior, necesitamos ayuda de nuestros semejantes para no perecer demasiado
pronto, para retrasar a la de la guadaña, para aliviar, todo lo posible, lo
inevitable.
Ya hemos dejado escrito que
desde el momento en que nacemos traemos escrita (aunque borrosa o invisible) la
fecha de caducidad (el cómo, el cuándo, el dónde, el porqué,..) pero como no
sabemos la fecha exacta pero no posterior a… (Pero de lo que sí estamos seguros
es de la fatalidad).
Como todos somos caducos,
mientras estamos vivos, nos necesitamos para vivir y para vivir mejor.
Y como somos frágiles, todos,
debemos procurar no rompernos ni que los demás se rompan (ni suicidarse ni
matar) pero también seguir las pautas más adecuadas, que constituyen la Moral , la mejor forma de
comportarse individual y socialmente.
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