sábado, 31 de enero de 2015

EL MITO DEL PECADO ORIGINAL Y EL LIMBO.



La Srª.  Alfonsa  se puso de parto una fría noche de Febrero. El niño “venía de culo” y la Srª. Julia, la partera, no fue capaz o no supo “darle la vuelta” a la criatura. El parto fue “un parto de burra” y el niño nació sin señales de vida.
Llamaron, corriendo, al cura y el cura me avisó a mí, monaguillo, que vivíamos pared con pared. Con el caldero dorado del agua bendita y el hisopo, corrimos, pero, cuando llegamos el niño estaba muerto. No pudo ser bautizado.

         -“Un niño “morito” Y, ahora, ¿dónde irá: al cielo o al infierno? – le dije al cura. 
         - Al limbo, Sito, al limbo.

Si el pecado original sólo se quita/se borra con el bautismo, ¿qué pasa con el niño recién nacido, el “neonato”, que muere sin el bautismo?
O, peor todavía ¿Y si el niño no nace, el “nonato”, por lo tanto sin posibilidad de ser bautizado?.
¿Al cielo, al infierno, al purgatorio?. ¿Qué méritos o deméritos graves o que pecados menos graves o veniales puede haber cometido una criatura sin haber, todavía, nacido?.
Pero es que nadie puede ir al cielo sin estar bautizado (lavado, limpio, del pecado original).

La Iglesia no tuvo más remedio que inventarse y añadir al “cielo, infierno y  purgatorio” (“años de cuarentena” que pueden ser reducidos  por las “indulgencias” parciales, acumulándolas uno en vida o sus familiares. Porque si son “indulgencias plenarias”, entonces, “borrón y cuenta nueva” y derechitos al cielo) un cuarto lugar al que van a parar estas almas: “el limbo”, un extraño lugar, periférico al infierno, o “el segundo infierno”. Un lugar “sin pena ni gloria” (y nunca mejor dicho), sin tormentos, pero sin gozo, sin felicidad, eternamente separados de Dios, de amigos, de familiares,….

Fue en la Edad Media, a partir del siglo XIII, cuando los teólogos se plantearon el problema de dónde están/han ido/irán los muertos que no han cometido pecado mortal pero que no han sido bautizados (como los “no natos” o todos los anteriores a Cristo).

Pero el problema había sido planteado antes, en el Concilio de Cartago, año 418 d.C., que les “negó a los niños sin bautizar poder alcanzar la felicidad eterna”.

En mi pueblo, a estos niños (como he escrito antes) se los llamaba “moritos” (“ha muerto morito”) (etnofobia popular).

Pero nunca ha sido una doctrina de la Iglesia, sino una hipótesis de los teólogos, para dar una respuesta a la pregunta de qué les pasa a los no bautizados, después de morir.
No ha sido, pues, una verdad de fe, sino una hipótesis.

A mí, (¿yo qué quiere que les diga?) el limbo siempre me pareció como una cámara de descompresión hasta que…y también una especie de Babia, y para toda la eternidad.
“Estás en Babia”, “estás en el limbo” –solemos decir.

Pero el catecismo de Ripalda decía que había dos limbos:

a.- El limbo de los justos o “seno de Abrahán”, en el que están  - según Dante- “los paganos virtuosos y los filósofos clásicos griegos” (que no podían estar en el cielo porque, al ser anteriores a Cristo y a la institución del Bautismo, estaban sin bautizar); los que habían sido buenos y limpios de corazón, a la espera de que Cristo bajara, de una vez, a la tierra, encarnándose para redimirlos. También están allí las personas que han sido justas pero que, como nunca oyeron hablar de Jesús…..
Me imagino “el limbo de los justos” como una especie de desguace o parking de retención, o de almacén de coches antiguos, esperando a que llegase el “mecánico divino” y los pusiera en circulación, camino del cielo, porque éstos, al ser también descendientes de Adán y de Eva, nacieron “empecatados”, aunque no lo supieran, por eso no serían responsables,(pero, estar, lo estaban), pero como, además, aún no existía el instrumento de lavado (el “bautismo”) ……y

b.- El limbo de los niños, en el que están todos los niños no bautizados.
Éste me lo imaginaba yo, por una parte, como una “guardería eterna de niños”, como un “almacén de almas pequeñitas” pero, por otra parte, un lugar siniestro, una especie de laboratorio lleno de fetos, de distinto tamaño, o de óvulos recién fecundados, pero ya con alma “empecatada, de fábrica” (venían en el mismo kit: el pecado original y la fecundación del óvulo, aunque la existencia del óvulo no se descubriera hasta el siglo XIX) que, voluntaria o involuntariamente, fueron abortados.

Como, según San Agustín, el pecado original es eterno, al no haber sido borrado por/con el bautismo, el lugar de estancia de los sin bautizar (el limbo) también debía ser eterno.

Por eso el Concilio de Trento recomendaba o exigía bautizarlos rápidamente, no fuera que…
Conozco, incluso, padres que, a escondidas de sus hijos, ateos o agnósticos, los han bautizado ellos mismos (como el capitán de un barco casa a dos personas y el matrimonio es válido).

Recuerdo, todavía, en la mesa de la sala de profesores de mi Instituto, en primera página, con letras resaltadas: “El Papa cierra las puertas del limbo”. “El Papa ha decretado la desaparición del limbo”.Y así aparece, ya, en el nuevo Catecismo de 1992.

Es curioso. El Papa “dice” que no hay limbo ¿y, ya, “no hay limbo?”. ¿Su “palabra” causa la “no existencia de algo”?.  Igual que en la “consagración”, al “decir” las palabras sagradas, se produce el milagro de la “transubstanciación” (las substancias “pan y vino” se convierten en el “cuerpo y sangre de Cristo”). Esto sí que es magia, a esto es a lo que se le llama milagro.

En otros fechas, en este mismo blog, he escrito sobre “el tabú de la palabra” (Marzo del 2011 y 30 de Enero del 2012 (“un cáncer es un cáncer”).

Y es que el Papa polaco, Juan Pablo II, tenía clavada una espina en su corazón, porque su madre había muerto de parto al dar a luz a una niña muerta (por lo tanto, sin bautizar).

-¿Dónde estará mi hermana?. – se preguntaba el Papa.
-Pues, lógicamente, estaría en el limbo.

Se creó una comisión de estudio, de treinta y cinco sabios teólogos, presidida por el entonces cardenal Ratzinger y hoy Papa, Benedicto XVI, derribaron el muro del limbo, llegando a la conclusión de que “van directamente al paraíso por la infinita misericordia de Dios”.

Ya había dicho Juan Pablo II que “cielo, infierno y purgatorio” no son lugares físicos, sino “estados de ánimo” por estar unidos o separados de Dios.
¿Son, sólo, eso “fenómenos psíquicos”?.
Pero, cuando uno muere ya no hay “Psijé”, porque ya no hay vida. Al no haber vida, no hay “fenómeno psíquico”, “estado de ánimo” (porque ya no hay “ánima”, alma). Luego, en conclusión: si “cielo, infierno y purgatorio” son “fenómenos psíquicos”, cuando uno muere, para él dejan de existir. Luego su existencia no era real.


¿Son algo así como las “energías positivas” de los dicharacheros chantajistas sacacuartos actuales?.

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