martes, 27 de enero de 2015

CIENCIA Y RELIGIÓN: en busca de la irrealidad.

             
        
         La persona que desea, que ansía, que necesita irse de un sitio es por aventura, por curiosidad, por no conformarse, o porque no está a gusto en ese lugar y quiere irse a otro mejor (a no ser que sean masoquistas).

         Si alguien no está contento o de acuerdo con la realidad que tiene ante él, con la que le rodea y en la que vive, porque…. (Por lo que sea) busca otra, bien investigándola, bien creyéndola.

         Ambos métodos de búsqueda son totalmente distintos, pero ambos apuntan a algo más allá de lo que hay aquí.

         Ambos, el que razona y el que cree, buscan lo desconocido. Uno subiendo, paso a paso por la escalera, corrigiendo la trayectoria, cambiando de escalera, avanzando poco a poco, errando, corrigiendo, rectificando,…. pero avanzando. El otro sube de golpe, en ascensor, pulsando el botón de la fe (muchísimas veces el de la credulidad), pero en un “santiamén” se encuentra instalado en su “irrealidad”.

         En el fondo-en el fondo, el deseo más profundo del hombre mortal, sea creyente o no lo sea, es no morirse (porque morirse es una putada, ¡oiga¡).

         Como decía en otro artículo, recogiendo un viejo adagio, y con cita de Unamuno y su deseo de eternidad, hay tres maneras de no morir del todo:
         1.- Con los genes (teniendo descendencia).
         2.- Con las ideas (escribiendo el Quijote o San Manuel Bueno, mártir, o Veinte poemas de amor y una canción desesperada, por ejemplo).
         3.- Con las cosas físicas (creándolas, por ejemplo plantando un pino o haciendo que exista el motor de explosión, el telescopio o el microscopio).

         Es aquello de “tener un hijo, escribir un libro, plantar un árbol”, como las tres obligaciones de todo mortal, para dejar de serlo del todo.

         Nosotros seremos finitos, limitados en el tiempo y en el espacio, pero la especie continúa. Nosotros, a la especie, le importamos un pimiento.
        
Nosotros moriremos pero nuestros hijos, nuestras ideas, nuestras creaciones, ahí seguirán. Tanto a la vida, como a la cultura, como a la naturaleza, que seamos nosotros o sean otros, les da igual.
        
“Nuestros hijos no son nuestros, es la vida, que se manifiesta a nuestro través, somos instrumentos de la vida” –dice el poeta. (A la vida nosotros no le importamos, a ella “le da igual Juana que su hermana”).
        
Mientras haya una sola persona que lea tus ideas, que reflexione sobre ellas, oponiéndose, asumiéndolas, rectificándolas, ampliándolas, mutilándolas, retocándolas…
        
Mientras haya alguien sentado a la sombra del pino, o recogiendo piñones, o admirándolo, o….
        
Mientras haya alguien que te recuerde como una buena persona, como un antepasado, como un ascendente….
        
Aún no estás muerto del todo, sigues viviendo, en cierta manera en el cuerpo y en alma de otras personas.

         Si, además de esta vida temporal alargada, elástica, en la que ya sin estar todavía estás, si no te conformas con ella, y quieres más, quieres vivir eternamente, no tienes más que creerlo. ¿Qué vas a perder con ello?.
        
No lo hagas si ello va a hacer de ti una persona agria, resentida, fanática, desgraciada. Pero hazlo si con ello eres feliz, pero no a costa de ti y menos aún de los demás.
        
¿Que cómo se conseguiría esa inmortalidad eterna (suponiendo (que ya es mucho suponer) que exista)? De la manera más fácil, siendo, en esta vida, honrado, contigo mismo y con los demás, siendo solidario, siendo honesto, cumpliendo con tu ser persona, siendo persona, siendo feliz (sólo así puedes contagiar a los que te rodean). No le hagas caso a San Agustín, que afirma que “el cielo tiene un aforo limitado y que como no llegues a tiempo…”, ni a los hombres vestidos de negro que han estrechado tanto la puerta de entrada que parece la grieta de una gruta.

          El cielo, si existiera, se te daría por añadidura.
        
         Cuando alguien me habla de una “sociedad del amor”,  del “amor a la humanidad”, de que “todos seamos hermanos” …yo, en el otro lado de las cosas, sencillamente, no estoy de acuerdo. El amor no es obligatorio.

         Cuando, casi a diario, viajo en el autobús, yo no quiero que el conductor me ame, lo que quiero es que cumpla perfectamente su quehacer, que sea honrado, que sea honesto, amable, servicial,… en una palabra “que sea un buen conductor”. El amor que se lo muestre a su pareja, a sus hijos, a sus padres,…

         (Como, casi siempre, me he ido por los Cerros de Úbeda)

         Tanto los científicos (razón y mucha imaginación) como los crédulos (pura imaginación) lo que buscan es algo irreal, algo más allá de esta realidad que los envuelve. Nos hablan de “supercuerdas” o de “antimateria” o, también, de “milagros” y de un “cielo perfecto y eterno”.

¿Realidad?.

         Galileo, el padre de la ciencia moderna, estudiaba la realidad que tenía ante él, la misma que negaban y rechazaban los teólogos, los astrólogos, los magos…

         Esa naturaleza era/es bella, y puede ser estudiada y comprendida sin recurrir a seres sobrenaturales, ni a milagros, ni a piedras filosofales.

         Pero… la ciencia de hoy ¿qué es lo que estudia?: el Big-Bang, la materia oscura, la antimateria, los agujeros negros, las 11 dimensiones, las supercuerdas,… ¿Todo esto es real?.

         La micro-ciencia, la macro-ciencia, la pseudo-ciencia, el caldo de las religiones y religiosidades… ¿qué buscan?, ¿la realidad? ¿O lo que se supone que hay/tiene que haber más allá de esta realidad con las que nos damos en las narices?.

         Los científicos y los crédulos parecen seres huidizos de la realidad, buscan otro mundo en este mundo, otra realidad en esta realidad.

         Yo le cuento a mi vecino que al disparar  electrones, en la doble rendija, cuando quieres observar una de ellas, poniendo un detector, el electrón detecta el detector y se va por la otra… ¡y es que alucina!.

         Y si le cuento lo de que “el gato está vivo y, a la vez, el gato está muerto”… tengo que echar a correr, porque seguro, seguro, que llama a los loqueros.


         “Esto hay que creérselo, ¿no?” – le pregunta, o le responde, mi amigo Ángel al profesor de Historia y Filosofía de la Ciencia.

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