La persona que desea, que ansía, que necesita irse de un
sitio es por aventura, por curiosidad, por no conformarse, o porque no está a
gusto en ese lugar y quiere irse a otro mejor (a no ser que sean masoquistas).
Si alguien no está contento o de acuerdo con la realidad que
tiene ante él, con la que le rodea y en la que vive, porque…. (Por lo que sea)
busca otra, bien investigándola, bien creyéndola.
Ambos métodos de búsqueda son totalmente distintos, pero
ambos apuntan a algo más allá de lo que hay aquí.
Ambos, el que razona y el que cree, buscan lo desconocido.
Uno subiendo, paso a paso por la escalera, corrigiendo la trayectoria,
cambiando de escalera, avanzando poco a poco, errando, corrigiendo,
rectificando,…. pero avanzando. El otro sube de golpe, en ascensor, pulsando el
botón de la fe (muchísimas veces el de la credulidad), pero en un “santiamén”
se encuentra instalado en su “irrealidad”.
En el fondo-en el fondo, el deseo más profundo del hombre
mortal, sea creyente o no lo sea, es no morirse (porque morirse es una putada,
¡oiga¡).
Como decía en otro artículo, recogiendo un viejo adagio, y
con cita de Unamuno y su deseo de eternidad, hay tres maneras de no morir del
todo:
1.- Con los genes (teniendo descendencia).
2.- Con las ideas (escribiendo el Quijote o San Manuel
Bueno, mártir, o Veinte poemas de amor y una canción desesperada, por ejemplo).
3.- Con las cosas físicas (creándolas, por ejemplo plantando
un pino o haciendo que exista el motor de explosión, el telescopio o el
microscopio).
Es aquello de “tener un hijo, escribir un libro, plantar un
árbol”, como las tres obligaciones de todo mortal, para dejar de serlo del
todo.
Nosotros seremos finitos, limitados en el tiempo y en el
espacio, pero la especie continúa. Nosotros, a la especie, le importamos un
pimiento.
Nosotros
moriremos pero nuestros hijos, nuestras ideas, nuestras creaciones, ahí
seguirán. Tanto a la vida, como a la cultura, como a la naturaleza, que seamos
nosotros o sean otros, les da igual.
“Nuestros
hijos no son nuestros, es la vida, que se manifiesta a nuestro través, somos
instrumentos de la vida” –dice el poeta. (A la vida nosotros no le importamos,
a ella “le da igual Juana que su hermana”).
Mientras
haya una sola persona que lea tus ideas, que reflexione sobre ellas,
oponiéndose, asumiéndolas, rectificándolas, ampliándolas, mutilándolas,
retocándolas…
Mientras
haya alguien sentado a la sombra del pino, o recogiendo piñones, o admirándolo,
o….
Mientras
haya alguien que te recuerde como una buena persona, como un antepasado, como
un ascendente….
Aún
no estás muerto del todo, sigues viviendo, en cierta manera en el cuerpo y en
alma de otras personas.
Si, además de esta vida temporal alargada, elástica, en la
que ya sin estar todavía estás, si no te conformas con ella, y quieres más, quieres
vivir eternamente, no tienes más que creerlo. ¿Qué vas a perder con ello?.
No
lo hagas si ello va a hacer de ti una persona agria, resentida, fanática,
desgraciada. Pero hazlo si con ello eres feliz, pero no a costa de ti y menos
aún de los demás.
¿Que
cómo se conseguiría esa inmortalidad eterna (suponiendo (que ya es mucho
suponer) que exista)? De la manera más fácil, siendo, en esta vida, honrado,
contigo mismo y con los demás, siendo solidario, siendo honesto, cumpliendo con
tu ser persona, siendo persona, siendo feliz (sólo así puedes contagiar a los
que te rodean). No le hagas caso a San Agustín, que afirma que “el cielo tiene
un aforo limitado y que como no llegues a tiempo…”, ni a los hombres vestidos
de negro que han estrechado tanto la puerta de entrada que parece la grieta de
una gruta.
El cielo, si
existiera, se te daría por añadidura.
Cuando alguien me habla de una “sociedad del amor”, del “amor a la humanidad”, de que “todos
seamos hermanos” …yo, en el otro lado de las cosas, sencillamente, no estoy de
acuerdo. El amor no es obligatorio.
Cuando, casi a diario, viajo en el autobús, yo no quiero que
el conductor me ame, lo que quiero es que cumpla perfectamente su quehacer, que
sea honrado, que sea honesto, amable, servicial,… en una palabra “que sea un buen
conductor”. El amor que se lo muestre a su pareja, a sus hijos, a sus padres,…
(Como, casi siempre, me he ido por los Cerros de Úbeda)
Tanto los científicos (razón y mucha imaginación) como los
crédulos (pura imaginación) lo que buscan es algo irreal, algo más allá de esta
realidad que los envuelve. Nos hablan de “supercuerdas” o de “antimateria” o,
también, de “milagros” y de un “cielo perfecto y eterno”.
¿Realidad?.
Galileo, el padre de la ciencia moderna, estudiaba la
realidad que tenía ante él, la misma que negaban y rechazaban los teólogos, los
astrólogos, los magos…
Esa naturaleza era/es bella, y puede ser estudiada y
comprendida sin recurrir a seres sobrenaturales, ni a milagros, ni a piedras
filosofales.
Pero… la ciencia de hoy ¿qué es lo que estudia?: el
Big-Bang, la materia oscura, la antimateria, los agujeros negros, las 11
dimensiones, las supercuerdas,… ¿Todo esto es real?.
La micro-ciencia, la macro-ciencia, la pseudo-ciencia, el
caldo de las religiones y religiosidades… ¿qué buscan?, ¿la realidad? ¿O lo que
se supone que hay/tiene que haber más allá de esta realidad con las que nos
damos en las narices?.
Los científicos y los crédulos parecen seres huidizos de la
realidad, buscan otro mundo en este mundo, otra realidad en esta realidad.
Yo le cuento a mi vecino que al disparar electrones, en la doble rendija, cuando
quieres observar una de ellas, poniendo un detector, el electrón detecta el
detector y se va por la otra… ¡y es que alucina!.
Y si le cuento lo de que “el gato está vivo y, a la vez, el
gato está muerto”… tengo que echar a correr, porque seguro, seguro, que llama a
los loqueros.
“Esto hay que creérselo, ¿no?” – le pregunta, o le responde,
mi amigo Ángel al profesor de Historia y Filosofía de la Ciencia.
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