miércoles, 29 de octubre de 2014

LA LLUVIA Y LA FILOSOFÍA

         
         Esta mañana, al incorporarme al trabajo, invité a mis alumnos a que se asomaran a la ventana y dijeran, en voz alta, qué es lo que estaban viendo.
         -Está lloviendo- gritaron casi al unísono.
         -Y yo os voy a decir por qué- les repliqué al momento.
         Se refregaban los ojos, se rascaban la cabeza y metiendo sus barbillas entre las manos, cuando comprendí su disposición a escucharme, comencé:
         "Anoche, antes de acostarme, cogí la estampa de San Judas Tadeo y la puse "entre la espada y la pared". La dejé sobre un libro y ,sobre ella, colgando de una goma, atada al monitor del ordenador, pendía un abrecartas afilado que me había regalado no sé quién y no sé cuando. Me puse serio. Amones­té seriamente al santo, le conté todos los problemas que se ciernen sobre Málaga y la Costa del Sol, le hice ver lo absurdo de unos embalses desem­balsados, lo contradictorio de tener a la izquierda todo el agua del mar y a la derecha toda la sequedad de la tierra, le prometí hacer no sé cuántas cosas si llovía. Y como estáis viendo, está lloviendo".
         Dani, sentado en primera fila, junto a la mesa del profesor, ponía una cara como de absorto, como de no creer lo que estaba viendo y oyendo. Levantó, respetuoso como siempre, la mano para pedir la palabra y me espetó, muy lentamente:
         -¿ Acaso, después de Augusto Comte y su Ley de los Tres Estados, se puede hablar seriamente de la manera como Ud. lo está haciendo?. Estamos en el tercer Estado, el positivo o científico. No hay marcha atrás. A nivel individual, no somos ya niños; a nivel de conocimiento hemos pasado del mito a la filosofía y estamos descansando en la ciencia; a nivel de actitud no estamos en la de creer ni en la de teorizar, convivimos con el conocer experimental mezclado con lo racional; a nivel de sociedad tam­bién, estamos anclados definitivamente en la sociedad científico-técnica.
         Me quedé una tanto así, como callado, como pensando.
         - "¿Es que acaso no queréis creerme?". - solté la pregunta a  toda la clase. ¿Acaso alguna vez os he engañado u os he mentido?. Siempre, a lo largo de la Historia, los hombres han respetado y aceptado la palabra de sus mayores como garantía de verdad. A lo largo de la Historia han sido muchos los que comulgarían con mi postura.
         - "Desde Galileo el argumento de autoridad ha perdido toda credibilidad. Una persona sola puede llevar/tener toda la razón del mundo aunque todo el mundo opine lo contrario. Si una propo­sición es verdadera lo es por ella misma, indepen­dientemente de quién y de cuántos la apoyen". -Fue Ana, esta vez, quien dejó caer parsimo­niosamente esas frases.
         Me encontraba inquieto, a disgusto conmigo mismo. Notaba un distanciamiento. Ataqué de nuevo.
         -"Cuando yo no lo había pedido, no llovía; cuando lo pedí llueve. La causa, pues, de la lluvia es mi petición".
         -"Siempre es conveniente que sus peticiones coincidan en el tiempo con las líneas isóbaras, con las bajas presiones" - Así, como el que quiere y no quiere, lo dejó caer Juan, con su barbi­lla incipiente y su colita recogida con una goma de color verde.
         -"De la yuxtaposición de dos fenómenos, en este caso sus súplicas y la lluvia, no se puede deducir que uno sea causa del otro. El principio de causalidad no rige entre fenómenos, sólo vale entre ideas. Desde Guillermo de Ockham y Hume es un tema superado" - Remachó Cristina.
         ¿Quien lo iba a decir?. Cristina. Tan buenecita ella. Siempre tomando apuntes y preguntando que no entendía el esquema de la pizarra.
         Uno rubio y regordete, Juan José, que se sienta atrás, con cara de no muy buenos amigos, decía, vociferando, que no había derecho a que en el siglo XX uno dijera esas cosas en público.
         Rápidamente le replicó Nacho, pero dirigiéndose a mí:
         "Mire Ud, no estoy de acuerdo con lo que está diciendo, pero me partiría la cara con el rubio por defender el derecho que Ud. tiene a exponer sus ideas y creencias". Y no es mío este pensa­miento. Es de Voltaire, para mí el máximo exponente de la tole­rancia.  
         - ¿Pero no leéis la prensa o veis la Televisión?. ¿No sabéis que en muchos pueblos de Andalucía están sacando a la calle a patronos y vírgenes pidiendo que llueva o que nieve?.
         -Pero eso es religiosidad. Eso no es Religión. El pueblo tiene derecho a comunicarse directamente con la divinidad, sin interme­diarios. Freud lo ha manifestado expresamente: "Las ideas religiosas son "no precipitados de la experiencia o resultados finales del pensamiento" sino ilusiones, realizaciones de los más antiguos, intensos y apremiantes deseos de la humanidad. El secreto de su fuerza radica en la intensidad de tales deseos". Cuando el hombre se siente impotente ante la adversidad, se convierte en niño. Es su desvalimiento de niño, su desproteción, lo que hace que se lance a Dios y se agarre a Él. ¿Es que no es maravillosa esa postura religiosa?. - Me miró fijamente. Y se quedó tan tranquila, precisamente ella, Elisa.
         Me salvó la campana. Eran las 11,30. Era la hora del recreo. Crucé el patio.
         En mi cabeza daban vueltas las nuevas Enseñanzas Medias.
         !Esta juventud!. Cada vez más crítica. Cada vez menos manipulable. Con más recursos en ideas.
         Y gritaba para mis adentros, con toda la rabia contenida,


                            ¡"LA FILOSOFÍA EN LOS INSTITUTOS".! 

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