sábado, 17 de agosto de 2019

EL HOMBRE MEDIEVAL ( 2.2 )



         Existía, cuando yo era monaguillo, allá por los años 50, la “misa cantada”, que era bastante más cara que la “misa rezada” pero más barata que la “misa concelebrada”.

         Recuerdo a D. Isidro y a D. Eduardo (y yo a sus lados) con el “caldero del agua bendita y su hisopo correspondiente”, pasando por las sepulturas de las iglesias (en mi pueblo cada familia se ponía, arrodillada o en un “reclinatorio” detrás de su correspondiente losa; todo el suelo era una alfombra de losas en la que cada familia sabía dónde estaban sus antepasados) y “rezando” o “cantando” responsos, dependiendo del dinero que las mujeres iban depositando en mi mano y que yo le pasaba al cura, el cual, procedía en consecuencia, “rezando” o “cantando” durante más o menos tiempo, de manera proporcional al dinero entregado. Yo ya sabía lo corto o lo largo que iba a ser, porque yo era el que ponía la mano y lo veía).

         ¿Y las Bulas? Todos los años, antes de la cuaresma, yo iba repartiendo y cobrando por las casas. Bulas más baratas o más caras, dependiendo del nivel económico de las familias, que el cura, previamente, ya las había catalogado.
         ¡Pobre de aquella familia que, por ahorrarse un dinero, adquiría una más barata¡ ¿Mira que si no le hacía efecto la dispensa cobrada y pecaba y pecaba….

         Fue ya en el siglo XII y XIII cuando se inventó lo del purgatorio y esto sí que fue una buena fuente de ingresos para la iglesia.
         Esa reducción de penas, esa reducción de estancia obligada en el purgatorio,… podía comprarse con misas, rosarios,…

         Incluso las estampas “ponían”, por detrás, unas jaculatorias u oraciones, que había que rezar tantos días y que, con ello, se ganaban no sé cuántos días o meses o años de indulgencias, que era algo así como ir ingresando en un Banco o Caja de Ahorros espiritual, en vez de dineros, días ganados, de indulgencias, que constarían como haber en el gran libro y que te serían descontados cuando, al morir, tuvieras que pasar por el purgatorio. Incluso ya ni tendrías que pasar porque te sobraba crédito para ese pago.
         Pero lo que te sobrase no se esfumaba, entraba a formar parte de un Banco General, llamado la Comunión de los Santos y que les serían asignados a quienes lo necesitasen.
         ¡Así que cuando el papa o el obispo anunciaba Indulgencias Plenarias¡…..O sea que borrón y cuenta nueva de tus débitos, todos personados, sólo había en tu cuenta el haber de las indulgencias ganadas, que quedaban “apuntadas”.

         ¿Y si yo se las aplicaba a un familiar pero éste ya estaba eternamente condenado en el infierno y de allí ya no había dios que lo sacase? Pues, por la Comunión de los Santos se le asignaban a otro. Nunca iban a saco roto. En el cielo no existía la quiebra bancaria. Siempre sólo había ganancias.
         Uno se imaginaba a un padre purgándolas en el purgatorio, y todo porque sus hijos no hacían nada por excarcelarlo y ascenderlo a los cielos.

         Los ricos eran sepultados en las iglesias, los pobres en el cementerio o camposanto, era la regla general.
         Esas capillas particulares, lujosas, en catedrales e iglesias, con figuras yacentes en mármol o alabastro,…. ¡qué distintas a esa montañita de tierra con forma de ataúd de los cementerios¡
         Pero nadie quería pasar desapercibido, flota en el ambiente ese deseo narcisista de permanecer, de dejar constancia de su paso por la tierra, de no quedar, para siempre, en el anonimato.
         También los pobres, a pesar de haber sido enterrados en un sudario (los ataúdes o “cajas de los muertos” serían posteriores) ponen una cruz de madera con su nombre y la fecha de su muerte.

         Claro que todo ese orden, esa organización litúrgica, se va al traste cuando aparece la “muerte negra”, la peste de 1.348, sin apenas tiempo para confesar sus pecados y morir perdonado, para poder hacer el tránsito con garantías o, al menos, con esperanza.

         La “muerte negra” no sabe de distinciones, iguala a todos, ricos y pobres, aunque una manera de no dejarse pillar por ella es yéndose al campo y aislándose (¿recuerdan el Decamerón, de Bocaccio?

         “Plaga divina” la llamaron algunos. Y si la ha mandado Dios por algo será, alguien tiene que haber pecado mucho y muy duramente para que Dios, en contrapartida, nos envíe esto.
         Y aparecen los pogroms contra los judíos, las cohortes de flagelantes recorriendo los caminos para expiar los pecados del mundo…

         La muerte haciendo de crupier tramposo y jugando a la ajedrez o al juego aquel de las cerillas (ordenadas en 1, 3, 5 y 7 y pierde el que tenga que coger la última, y en el que yo llegué a ser un experto, porque descubrí reglas para ganar siempre al no tan avezado como yo, iniciara él o iniciara yo la partida) con el caballero y con su vida ¿recuerdan “El séptimo sello” de I. Bergman?

         ¡La pesadilla ante la muerte repentina e imparable, que te pillaba a traición y con las graves consecuencias que ello podía acarrearle¡

         Las familias se desmoronan, los huérfanos y las viudas abundan, casi nadie asiste a los funerales no vaya a ser que…., los cadáveres yacen en las calles hasta que son recogidos por la carreta, con el sonido amenazador de sus campanillas.

         ¡El rasero igualador de la peste¡

         Adiós a la muerte teatral, con público incluido interviniente, ya todo es tragedia inmediata.

         La muerte, más que como temor (porque siempre es segura, inevitable, “mors certa”, aunque es “incerta hora”) se concibe como frustración, como un fracaso (“yo no tenía que morir todavía, no me tocaba ahora,…”).

         Sólo los juglares y los artistas parecen ser los únicos que tutean y juegan con la muerte, en sus obras.

         Los santos, las vírgenes y las reliquias hacen su agosto poniéndose por las alturas su cotización.

         Esa inscripción típica, funeraria y lapidaria, que aparece en las tumbas de algunos personajes ilustres, del “como te ves, me vi y como me ves te verás” es de esta época, en este juego de los muertos dobles que aparece en el “Dit des trois morts et trois vivants”. Tres jóvenes de buenas familias que van al campo a cazar y se encuentran con tres muertos que les dicen: “tel que fus comme tu es/et tel que je suis tu seras”.

         Las danzas macabras representan el contacto suave con la muerte, con la finalidad de recordarla y no olvidarla.

         Otra cosa es la “muerte triunfal”, montada en un carro o en un león, triunfante de la vida.

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