jueves, 1 de agosto de 2019

ARISTÓTELES: EL HOMBRE "ANIMAL POLÍTICO" ( y 2 )


La Ciudad, como un todo, tiene prioridad de naturaleza sobre las partes.

“Por ejemplo, cuando el todo que es un cuerpo, se destruye, ya no hay manos ni pies, a no ser en sentido equívoco, como podría hablarse de una mano de piedra, porque a eso queda reducida la mano cuando es amputada.
Las cosas se definen por su actividad y por su potencia y cuando ellas no son, en realidad, las mismas, no se puede decir que sean, en realidad, las mismas, sino, más bien, que tienen el mismo nombre” (es decir que son equívocas).

La Ciudad es un todo, pero no un todo homogéneo, dotado de una unidad substancial, como el individuo; ni tampoco una unidad resultante de relaciones fundadas en la generación, como las familias, sino un compuesto heterogéneo, en el cual permanecen sus partes integrantes distintas, con sus funciones propias y diferentes (no absorbidas por el todo y perdiendo su identidad).

La unidad que propone Aristóteles es tan sólo una unidad de tipo orgánico, de orden, que es la única posible cuando se trata de una multitud integrada por partes heterogéneas, las cuales quedan unificadas extrínsecamente en virtud de su tendencia y de su orientación activa hacia un fin común.

El hombre, pues, es un animal social y es la polis la forma más perfecta de sociedad, porque Aristóteles, a pesar de haber sido tutor (¿) de Alejandro Magno (cosmopolita) no rebasó la estrechez del concepto arcaico de la polis griega tradicional a pesar de que Atenas vive en un momento de crisis tras el largo proceso de disolución que arrancó en las Guerras Médicas, se continuó en la Guerra del Peloponeso y culminó con la fulminante campaña de su discípulo Alejandro, cuyo ideal político nunca compartió y que habría el camino al cosmopolitismo.

La ciudad es una “comunidad política”, es decir, una asociación, una agrupación, una comunidad compuesta de hombres, pero no toda asociación es “ciudad”, porque no basta la simple “convivencia” ni la “comunidad de lugar” (uno podría imaginarse a Megara y Corinto dentro de una misma muralla y seguirían siendo dos ciudades; ni tampoco basta la simple “asociación”, pues los esclavos podrían asociarse, pero no serían “ciudad” porque ésta exige “hombres libres” y los esclavos no lo son.

La ciudad es una entidad social no estática, sino dinámica y que tiende a conseguir un fin determinado: la felicidad, vivir bien y obrar bien, que es lo mismo que ser feliz, tanto para el individuo (“todo lo que el hombre hace, lo hace para ser feliz”) como para la polis (los hombres reunidos).

El hombre tiende a la convivencia y también a la utilidad común (es lo mejor para todos) y no sólo para satisfacer las necesidades primarias y materiales, aunque esto haya sido una de las causas de la asociación.

Vivir, simplemente, es un bien, pero eso es demasiado poco. Es un fin pero no el fin principal.
“No sólo vivir, sino vivir bien”, una vida feliz y buena, que es vivir conforme a la virtud, sobre todo a la justicia.

Definición, pues, de “ciudad”: “comunidad de hombres libres” (género próximo) “orientada a la finalidad de vivir bien” (diferencia específica), es decir, de “vivir conforme a la virtud”.

Y hay condiciones para ella sea posible: un número suficiente de ciudadanos (ni demasiado grande ni demasiado pequeño), con recursos suficientes para bastarse a sí misma, debe estar bien orientada y bien emplazada (proximidad al mar), debe tener fácil salida para los ciudadanos y difícil acceso para los enemigos, debe tener murallas y fuerza naval suficiente para su defensa y para garantizar su comercio, debe estar bien provista de aguas…

O esta otra definición de “ciudad”: “comunidad de familias y de aldeas, en una vida perfecta y suficiente, que es la vida feliz y buena”.

El fin, pues, de la “comunidad política” es el BIEN COMÚN.

No ha lugar a un destino trascendente del hombre, todo queda recluido en los límites de la presente vida, en este mundo.

Todos los regímenes que se proponen la Utilidad Común son rectos desde el punto de vista de la justicia, pero los que sólo tienen en cuenta el bien de sus gobernantes son defectuosos, desviaciones de los regímenes rectos, pues son despóticos y la ciudad es una comunidad de hombres libres.

¿La justicia?

“La justicia consiste en la igualdad, y a sí es, pero no para todos, sino para los iguales, y la desigualdad parece justa, y lo es en efecto, pero no para todos, sino para los desiguales”.

Dar y tratar igual a los iguales y dar y tratar desigualmente a los desiguales.
Eso es “dar a cata uno lo suyo, lo “iustum”, que no es lo igual para todos, seria una injusticia darle al que no lo merece o no darle al que lo merece o darle lo mismo a todos.

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