martes, 9 de julio de 2019

SÓCRATES: BIOGRAFÍA ( 8 ). RECREACIÓN DEL PROCESO Y CONDENA Según Di Crescenzo) ( C )


Un "oh" de turbación se eleva de entre el pueblo apiñado detrás de las barandillas. Critón oculta el rostro entre las manos. El canciller, después de una breve pausa, retoma la palabra:-Y ahora, según la ley de Atenas, pedimos al condenado que proponga él mismo una pena alternativa.

Sócrates vuelve a ponerse de pie, mira alrededor y abre los brazos en señal de desconsuelo.

-¿Una pena alternativa? ¿Y qué he hecho para merecer una pena? Durante toda la vida he descuidado mis intereses personales, mi familia y mi casa. Nunca he aspirado a mandos militares ni a honores públicos. No he participado en conjuras ni en otras formas de sedición. ¿Qué penas corresponden a quien ha hecho esto? No quisiera equivocarme, pero creo tener derecho sólo a un premio, el de ser alojado y mantenido en el  Pritaneo (uno de los edificios que albergaba a miembros de la Asamblea. Esto era un honor reservado a atletas y otros ciudadanos importantes) a expensas del Estado.

Un coro de protestas cubre estas últimas palabras. La absurda solicitud del filósofo, para muchos jueces, suena como una tomadura de pelo o una verdadera provocación. Sócrates mismo se da cuenta de que ha exagerado. Vuelve a tomar la palabra y procura apaciguar al auditorio:

-De acuerdo, de acuerdo, mis queridos conciudadanos: me hago cargo de que me habéis entendido mal. Algunos han tomado mi sentido de la justicia por un acto de arrogancia. Pero decidme con franqueza: ¿qué podría haber propuesto como pena? ¿La cárcel? ¿El exilio? ¿Una multa en dinero? ¿Y qué multa podría pagar yo, que nunca he enseñado por dinero? Como mucho, estaría en condiciones de ofrecer una mina de plata.

La protesta se hace más rabiosa. Una mina de plata es poco más que nada como alternativa a una sentencia de muerte. Parece como si Sócrates estuviera haciendo lo imposible para ser condenado.

-Está bien -suspira Sócrates, señalando a Critón y a sus otros discípulos-. Aquí están mis amigos que insisten para que me multe a mi mismo por treinta minas. Ellos mismos, según parece, se ofrecen como garantes.

Comienza así la segunda votación: condena a muerte o multa por treinta minas. Lamentablemente, la primera "pena" propuesta por el filósofo (la de ser alojado y mantenido en el Pritaneo a expensas del estado) ha irritado de tal modo a los jueces, que muchos de los que en un primer momento se habían puesto de su parte, ahora se le ponen en contra. Esta vez los guijarros de la urna negra son mucho más numerosos: 360 contra 140.

-Ciudadanos atenienses -concluye ya Sócrates-, temo que hayáis asumido una gran responsabilidad ante la Polis. Era viejo: bastaba con esperar y la muerte habría llegado por sí misma, de modo natural. Actuando así no tenéis ni siquiera la seguridad de haberme castigado. ¿Sabéis por ventura qué es morir? Con seguridad, una de estas dos cosas: o un caer en la nada, o transmigrar a otra parte.
En la primera hipótesis, creedme, la muerte podría ser una gran ventaja: no más dolores, no más sufrimientos; en el segundo caso, en cambio, tendría la suerte de encontrarme con muchísimos personajes excepcionales. ¿Cuánto pagaría cada uno de vosotros por hablar cara a cara con Orfeo, con Museo, con Homero o con Hesíodo? ¿O con Palamedes y con Ayax de Telamón que murieron ambos por haber sido tratados de manera injusta? Pero ha llegado la hora de partir: yo a morir y vosotros a vivir. Quien de nosotros ha tenido mejor destino es oscuro para todos, fuera de los dioses.

¿Por qué fue condenado a muerte Sócrates?

A 2.400 años de distancia todavía hay quien se hace esta pregunta. Los hombres, para vivir, tienen necesidad de certezas, y cuando éstas no existen, hay siempre alguien que se las inventa por el bien común. Ideólogos, profetas, astrólogos, unos de buena fe, otros sólo por interés, sacan a la luz continuamente verdades con que aliviar las angustias de la sociedad. Si entonces llega un hombre a sostener que no hay nadie que verdaderamente sepa algo, entonces ese hombre se convierte súbitamente en el enemigo público número uno de los políticos y de los sacerdotes. ¡Ese hombre debe morir!

Platón ha dedicado al proceso y muerte de Sócrates cuatro diálogos: 1.- El Eutifrón, donde vemos al filósofo, aún en libertad, dirigirse al tribunal para conocer las acusaciones de que lo ha hecho objeto Meleto; 2.- la Apología, con la descripción del proceso; 3.-  el Critón, con la visita en la cárcel de su amigo más querido; 4 .- el Fedón, con los últimos instantes de su vida y su discurso sobre la inmortalidad del alma.
Son obras que los editores publican una y otra vez sin cesar, incluso reuniéndolas en un solo volumen, y nosotros aconsejamos su lectura a todos los que quieran conocer más a fondo el carácter y las ideas del gran filósofo.
Sócrates no fue ajusticiado inmediatamente después del proceso.
Justamente en esos días había partido la embajada a  Delos y la tradición quería que durante el viaje de la Nave Sagrada se prohibieran las ejecuciones capitales. Después de unos veinte días lo encontramos aun en la cárcel con su paisano y coetáneo, Critón.
Es el alba: Sócrates duerme aún y Critón se sienta a su lado en silencio.
En un momento dado el filósofo se despierta de golpe; ve a su amigo y le pregunta:
-¿Qué haces aquí, Critón, a esta hora? ¿No es demasiado pronto para las visitas?
-Sí, es temprano: es apenas el alba.
-¿Y cómo has hecho para entrar?
-He dado una propina al servidor de los Once.
-¿Y estás aquí hace mucho?
-Así es.
-¿Y por qué no me has despertado en seguida?
-Porque dormías tan tranquilo, que me daba lástima despertarte -responde Critón-· ¡Me pregunto cómo puedes encontrar tanta serenidad en medio de semejante desventura!
-Extraño sería lo contrario, Critón -responde Sócrates sonriendo-· Piensa qué ridículo sería si, a mi edad, sintiese amargura por tener que morir.

Critón, en el diálogo que lleva su nombre, la conversación es normal: el maestro habla y él lo interrumpe sólo para decir "dices la verdad, Sócrates", o "Eso es, Sócrates".
Sócrates habla y habla y advertimos que el diálogo no es sino un monólogo de Sócrates.


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