miércoles, 3 de julio de 2019

EL ENIGMA "SÓCRATES"


¿Cómo es posible no enamorarse de Sócrates?

Era bueno, de espíritu bueno, más que bueno, era tenaz, inteligente, irónico, tolerante y, al mismo tiempo, era inflexible.

De cuando en cuando nacen en la Tierra hombres de tal envergadura, hombres sin los cuales todos nosotros seríamos un poco diferentes (pienso en Jesús, en Gandhi, en Buda, en Lao Tse, en San Francisco…)

Hay una cosa, sin embargo, que distingue a Sócrates de todos los otros: su normalidad como hombre.

En efecto.

Mientras en el caso de los grandes que acabo de nombrar existe siempre la sospecha de que una pizca de exaltación contribuyó a configurar un carácter tan excepcional, en lo referente a Sócrates no hay dudas: el filósofo ateniense era una persona extremadamente sencilla, un hombre que no lanzaba programas de redención y que no pretendía arrastrar tras sí turbas de seguidores.

Su obsesión era Atenas, su polis, a la que veía deslizarse hacia el abismo y perdiendo su identidad.

Por sólo decir, decir una cosa normal: hasta tenía la costumbre, del todo insólita en el círculo de los profetas: le gustaba y disfrutaba asistir a los banquetes, le gustaba comer y beber, y si se presentaba la ocasión, hacer el amor con una hetera.

Al no haber escrito nunca nada (algo que también le ocurrió a Jesús de Nazaret (en otros posts ya hemos visto las semejanzas (y las diferencias) entre ambos), Sócrates ha sido siempre un problema, una incógnita imposible de despejar para los historiadores de la filosofía, porque, realmente, no sabemos quién era.

EL ENIGMA “SÓCRATES”

¿Quién era, cómo era, en verdad, Sócrates?
¿Cuáles eran sus ideas?

Y es que  las únicas fuentes directas que poseemos son los testimonios de otros, que sí que lo conocieron, de ARISTÓFANES, de JENOFONTE, de PLATÓN, y algunos comentarios, "por haberlo oído decir" (es decir que no lo conoció en persona) de ARISTÓTELES.

Y el caso es que el retrato que nos ha dejado cada uno de ellos del filósofo,en nada se parecen, por lo que tenemos CUATRO  retratos de la misma persona.

ARISTÓFANES era un escritor de comedias y este género literario exige la distorsión del personaje y de las situaciones, su objetivo era que el público se divirtiera. Pero a pesar de la distorsión, y sin nombrar a Sócrates, la gente sabía que se refería a Sócrates.

Los retratos que de Sócrates hacen JENOFONTE Y PLATÓN, a pesar de que ambos sí que lo conocieron y lo trataron personalmente en nada se parecen, a no ser en los tintes apologéticos de ambos.

El Sócrates de JENOFONTE es un “ciudadano ejemplar”, pero de personalidad mediocre, medianito, escasamente atractivo y carente de genio filosófico.
Este retrato de Jenofonte cuenta en su favor con la honestidad intelectual, cuenta lo que ve, pero en su contra también está su escaso talento filosófico y, aunque se supone que no pondría en su boca (de Sócrates) doctrinas filosóficas no sustentadas por éste, pero la desventaja de que alguien no filósofo juzgue a un filósofo y a sus doctrinas filosóficas genera muchas dudas (como si yo, no poeta, juzgara una poesía o a un poeta o a un movimiento literario, por lo que la credibilidad de lo que yo dijera sería casi nula)

Apostar, pues, por JENOFONTE es apostar a la baja.

El retrato que de Sócrates hace PLATÓN, es fácil de imaginar.
Un discípulo que adoraba a su maestro y todos son piropos, a su persona, a su método filosófico y a sus doctrinas.
Apostar, pues, por PLATÓN, es apostar a la alta, a lo demasiado alto.

Y cuando hay coincidencia entre ambas versiones se debe a que uno ha copiado del otro.

ARISTÓTELES es honesto, y fiable, al retratar a Sócrates pero tiene en su contra que no lo conoció directamente, no lo trató y, además, no sabemos de qué fuente se nutre.

¿Transmite, pues, o interpreta lo trasmitido?

Su testimonio no es de primera mano, de ahí el inconveniente.

Y éstas son las cuatro mimbres con las que hay que hacer el cesto llamado Sócrates.

Y a esto es a lo que se denomina “el ENIGMA SOCRÁTICO”, tanto su personalidad, como su vida, como su doctrina.
Porque tenemos que fiarnos de lo que otros han dicho, ya que él nada dejó escrito.

No son, pues, testimonios de historiadores desapasionados y objetivos sino “reconstrucciones emotivas” de discípulos o de adversarios.

En este estado de cosas, lo único que podemos hacer es contar todo lo que de él sabemos y dejemos a que el lector (tú, amigo que esto lees) te formes tu “propia opinión”, saques tu “propio retrato”.

Sí sabemos que, físicamente, no era muy agraciado (era, más bien, feo), con un cuerpo gordinflón, unos labios carnosos y grandes, desgarbado, y una manera de andar poco elegante.

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