domingo, 1 de septiembre de 2013

LA ILUSTRACIÓN EN ESPAÑA (1).


 
¿Pero es que hubo, realmente, Ilustración es España?

Mis lectores saben que es uno de mis tres períodos culturales y filosóficos por excelencia, LA ILUSTRACIÓN.

         1.- La Ilustración griega, con el cambio de paradigma desde la mentalidad mítica y los primeros escarceos racionales sobra la “naturaleza” al paradigma antropológico y racional ya, históricamente, definitivo.

         2.- El Renacimiento, con el cambio de paradigma cosmológico geocéntrico y vitalmente teocéntrico al heliocéntrico, científico y antropocéntrico, además del abandono del monopolio religioso de Roma.

         3.- La Ilustración europea con el cambio de mentalidad aristocrática, eclesiástica y absolutista al ascenso de la burguesía, la mentalidad laica y, en política, el nacimiento de la democracia.

He escrito bastante, este julio pasado, sobre Ilustración. Pero ahora quiero centrarme en España.

Si hubo o no hubo Ilustración en España, lo cierto y verdad es que se dio con una falta de sincronismo con los países europeos.

Cuando uno recorre la nómina de “vacas sagradas” ilustradas francesas, inglesas y alemanas y las compara con las apenas “ternerillas” españolas que, pese a tantos obstáculos, llegó, sin embargo, como en un acto mimético de influencias procedentes de la Revolución Francesa, a la Pepa de 1.812 que siendo, teóricamente progresista, España pronto daría muestras de moverse mejor en el casticismo y en el “vivan las caenas” tanto de la Monarquía como de la omnipotente (¿) Jerarquía Eclesiástica, condenando todo lo que sonase a “modernidad”.

Esa sociedad abierta, laica, tolerante en religión y democrática en política que se instala en Europa ¿estaba el terreno abonado y germinó en la España del XVIII?

La verdad es que España estaba sumida en una crisis de metástasis: económica-, política-, militar- y culturalmente.

Aunque la Ilustración no fuera “toda luz” sí que hubo muchas luces y la luminosidad fue asentándose en Europa.

El lema “Liberté, aequalité y fraternité”, en nombre y por respeto al hombre, dista mucho de la “obediencia” a toda autoridad, civil y eclesiástica, “que proviene de Dios”, del dominio de las clases altas, “querido por Dios” y no de la “igualdad de todos los hombres”, y de la caridad cristiana, propia de los principios morales cristianos, como remiendo, sustituto o sucedáneo de la injusticia establecida.

El altruismo, en nombre de Dios y como billete seguro para conseguir la vida eterna, al ser todos “hijos de Dios”, está muy distante de la “solidaridad” humana entre todos los hombres, por el mero y simple hecho de ser hombres, libres e iguales desde el mismo momento de nacer.

La “austeridad” como virtud, exigida al pueblo llano para su salvación, es la gran ausente en la Jerarquía Eclesiástica y su eterno, aunque callado, consejo de “haced lo que nosotros decimos, no hagáis lo que nosotros hacemos”, “atended a nuestras palabras, no os fijéis en nuestra conducta”.

España era diferente.

El espíritu de Trento estaba bien plantado, con profundas raíces y muy frondoso.

Las Universidades mostraban una actitud cerrada y hostil a las novedades, tanto en Filosofía como en Ciencias.

La Doctrina Social de la Iglesia no daría muestras de vida, ante la injusticia reinante, hasta 1.892, con la “De rerum novarum” de León XIII y, posteriormente, habría que esperar a los años 30 del siglo XX para que viera la luz la “Quadragessimo anno”, mientras la sociedad civil, ajena a la Iglesia, por su cuenta y riesgo, había emprendido la batalla para conseguir una vida digna y la mejora de las condiciones laborales, desoyendo el consejo religioso de las “buenaventuranzas” de que cuanto peor aquí abajo y ahora, mejor allí arriba y tras la muerte, en esa hipotética vida terna feliz, primero creada y luego creída y soñada.

La legitimación teocrática de las tres jerarquías sociales (Monarquía, Aristocracia y Clero), así como la transmisión autoritaria y unidireccional y monopolística del saber (las “universidades eclesiásticas”) fueron siendo desmontadas progresivamente con la oposición frontal de la Iglesia Oficial, que se identificó y se alió preferentemente con quienes se aferraban al Antiguo Régimen en un concierto real de “do ut des”.

El abandono de los pilares y cimientos morales y religiosos y las nuevas infraestructuras que van a ir sustituyéndolos no pueden ser los responsables y culpables de las futuras guerras mundiales del siglo XX, como ha sido interpretado por algunos nostálgicos.

(¡Como si no hubiera habido cruzadas, guerras de religión, persecuciones, Santas Inquisiciones, hogueras,…. y demás, con el sello de la Religión Cristiana y el Papado como oficiante principal de las mismas, durante tantos siglos¡).

¿Por qué “la luz de la razón humana” iba a iluminar menos y peor que “la luz de la revelación divina” cuando la razón era una y la misma para todos los hombres, universal, mientras que la revelación nunca era universal sino que iba de la mano, asociada, a los distintos dioses “reveladores”, de las, al menos tres, Religiones del Libro?.

“Saber” no es “creer”.

Se cree en algo ante la ausencia  de un saber presente sobre eso algo o ante la imposibilidad de saberlo, por su carácter metafísico, y para calmar la incómoda inseguridad psicológica  y poder “agarrarse, aferrarse a algo, como tabla de salvación”.

Son muchas las gentes que no se conforman con vivir en la inseguridad cognoscitiva, vivir a la intemperie en el conocimiento, necesitan paraguas. Y ahí está la fe.

No puede negarse que el “saber” siempre es bueno, ajeno al posterior uso que de él se haga.

Por ejemplo, la desintegración del átomo y tanto la energía atómica como la bomba atómica, como efectos.

La Ilustración, empero, no fue un “bloque compacto” de “todo o nada”, no fue un movimiento homogéneo, ni en extensión ni en profundidad.

En Austria, Rusia y Suecia, incluso en Italia, no fue la misma que en Inglaterra, Francia, Holanda y Alemania.

Incluso el modelo constitucional de Inglaterra y el de EEUU fue diferente al que, más tarde, exportó el imperialismo de la Revolución Francesa y/o Napoleón Bonaparte.

Las naciones católicas y las de la Reforma Protestante partieron de presupuestos sociales muy diferentes y llegaron al siglo XIX con estructuras sociales muy distintas.

La revolución industrial, el protagonismo de la burguesía o la creación de logias masónicas no se instalaron de igual modo en todas las naciones.

Lo común a todas las naciones fue de carácter cultural y de emancipación, tanto individual como colectiva, frente a las instituciones monopolizadoras de poder ideológico, político, religioso,…pero los ritmos y la intensidad no fueron uniformes.

El triunfo, el fracaso o la ralentización de la ilustración no fue igual en todas las naciones.

Mientras en unas triunfó de inmediato, en otras, apenas surgida y puesta en marcha, fue abortada por movimientos antiilustrados, aunque quedara un rescoldo.

Los cambios sociales y políticos suponen, previamente, una producción cultural que los hace comprensibles, pero en España, por los diversos obstáculos no era así.

 

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