lunes, 26 de agosto de 2013

LA MUJER Y LA CERÁMICA.


Estuve cinco años en La Rambla (Córdoba), pueblo alfarero por excelencia y que lleva la cerámica en sus venas, en el que abundan muchos industriales, no son pocos los artesanos y en el que, también, hay artistas.
Allí aprendí el secreto de tener, siempre, el agua fresquita en el botijo sudoroso de barro blanco y donde, también, aprendí a levantar el codo como Dios manda, sin gota que cayera al suelo.
No son pocos los recuerdos que guardo, con cariño, en forma de platos, de ánforas, de canastillas, de botijos decorativos,… siempre pintados a mano, como gratificaciones por participar en actos culturales.
Y sin contar la insignia de plata, concedida por la Corporación Municipal, el día que pronuncié el pregón de las fiestas de San Lorenzo.
De los mejores años de mi vida profesional en el Instituto Profesor Tierno Galván y cuando mis hijas comenzaron a tener hambre de aprender (máxima aspiración de un padre profesor), donde cultivaron la amistad de amigas siempre cercanas y donde, en cualquier momento en que, paseando, el guardia civil de turno se me cuadraba, en la calle, y me decía: “Don Tomás, sus hijas se encuentran jugando a la comba en la plaza del torreón”.
 
La cerámica.
 
He escrito mucho sobre el papel fundamental de la mujer en épocas prehistóricas, sobre todo en el Neolítico, cuando el hombre deja de ser errante, nómada, siempre detrás de y buscando comida el forma de caza, de pesca o de frutos de las tierra.
Se ha establecido, ha fijado su residencia. Ha aprendido a tener a mano la carne (con la domesticación de animales) y los productos de la tierra (con la inauguración de la agricultura que, en un  primer momento, parece una locura “enterrar” parte de la comida, por la experiencia de que la tierra se la devolverá con creces.
Pero para no perder la dentadura y poder comer tuvo, también, que inventar la cerámica para cocer y ablandar los alimentos, en ese fuego que no se dejaba apagar pero que, si se apagaba, ya sabía cómo producirlo de nuevo.
 
Y allí estaría la mujer, en primer plano, cuando ya no era fundamental la fuerza física y sí la habilidad manual.
 
Igual que de su vientre salía, a los pocos meses, una nueva vida, sin saber su misterio, también haría que las hembras trajeran al mundo nuevas vidas, para su alimento de carne, alimentadas con los productos de la tierra por ella cultivados.
También la tierra paría, de su vientre, alimentos.
La maldición divina del dolor fue mucho más allá del dolor del parir, tuvo que ser el sacrificio del criar (amamantar, alimentar, defender, educar, enseñar, moldear,…)
Es de mentalidad histórica machista echarle la culpa a la mujer del primer pecado, no sólo original sino hereditario, y todo por querer saber sin tener que preguntar.
Si probó del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal y, gracias a ello, se nos quedó el regusto de poder saber por nosotros mismos, es una lástima que no probara del otro Árbol que, también, se encontraba en el centro del Jardín, el Árbol de la Vida.
Igual que somos, cada vez más, conocedores de verdades teóricas y prácticas, también hoy seríamos más inmortales, como Dios.
Eso debió ser lo que no soportó Dios y lo sacó de sus casillas, echándolos de casa, no siendo que, de nuevo, a la mujer le diera por probar de ese otro Árbol.
 
Si el Paleolítico fue, sobre todo varonil (era necesaria la fuerza física), el Neolítico es fundamentalmente femenino, donde la maña, la astucia y el cuidado sustituyen a la fuerza como estrategia alimenticia.
 
La mujer, dadora de vida (dentro de su vientre), cooperadora de vidas (en el vientre de las hembras domesticadas), productora de frutos alimenticios conservadores de vida (en el vientre de la tierra).
 
La mujer y la vida.
La mujer como artesana, moldeando el barro, como Dios. Pero con una diferencia.
 
(Copio y pego del Boletín Informativo Municipal de La Rambla de Agosto del 2.013, en un artículo de Miguel Ángel Torres)
 
Oficio noble y bizarro
De entre todos el primero
Pues, siendo el hombre de barro.
Dios fue el primer alfarero.
Y el hombre el primer cacharro.
 
(Anónimo)
 
El varón, no la mujer, fue el primer cacharro, que salió defectuoso, que le salió “rana” a Dios. Por eso no repitió, según una de las dos versiones del Génesis, la preferida por la tradición eclesial y, fundamentalmente, la más y mejor enseñada.
La mujer como complemento (no como substancia) del varón, sacada (no creada) de una de sus costillas y, por débil, culpable del primer pecado y de haber incitado a pecar al “pobre e inocente” varón.
 
Me imagino a esa mujer neolítica, con el crío agarrado a su teta caída, alimentándolo, moldeando el barro, labrando la tierra y cuidando los animales, como lo vemos en las tribus humanas aún no subidas al carro de la tecnología.
 
La primera alfarera humana seria (tras el primer alfarero del “anónimo” anterior), no sólo dadora, también conservadora de vida.
 
 

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