sábado, 14 de enero de 2012
FILOSOFÍA (7)
La Nostalgia y la Esperanza. Los dos grandes males, los dos frenos que nos paralizan, haciéndonos prisioneros, e impidiéndonos vivir intensamente, porque ellas son las causantes de que perdamos el Presente.
La Nostalgia de los paraísos perdidos, reales o imaginados, la infancia gozada o sufrida, el apego al Pasado, nos frena vivir el Presente.
La Esperanza, la preocupación por el Futuro, hace olvidarnos y no vivir el Presente.
Vivir en las dos dimensiones del tiempo que “no son”, el Pasado (que “ya no es” y que fue) y el Futuro (que “todavía no es”, y no sabremos si será) son símbolos de la nada, son dos formas del “sin vivir” que nos tiene prisioneros con las cadenas del recuerdo y de la expectación y de las que debemos desembarazarnos si queremos vivir el Presente, que es la dimensión temporal que “es”.
Vivir plenamente el Presente siendo piadoso con “uno mismo” y siendo justo con “los otros” y con “lo otro”.
El Pasado “ya no” nos concierne, ni lo malo ya sufrido ni lo bueno ya gozado.
El Futuro “todavía no” nos concierne, ni el futuro temido ni el futuro esperado.
El Presente “es” el que realmente debe preocuparnos, pero para poder vivirlo debemos soltar los frenos.
No debemos darle valor a lo que “no es” y ni el Pasado es, ni el Futuro es. Valorar la Nostalgia es perder el tiempo, conceder valor a la Esperanza, (que habita en el orden de la carencia) es una de las causas de las mayores infelicidades.
Ambas crean insatisfacción en el vivir, por lo ya vivido y por lo sin vivir aún.
La Esperanza es el espejismo de una felicidad aplazada. Siempre pensando y actuando en la dimensión del proyecto, siempre inflado, y que, cuando se haga realidad (si se hace) nos decepcionará, porque nunca cumple todas las expectativas, y nos sentiremos fracasados.
La única “realidad real” es la del aquí y del ahora, las otras no son reales, sino recordadas o soñadas. Vivir del recuerdo y vivir del sueño son dos formas del no vivir real.
Jugarlo todo, apostarlo todo, al futuro es una irresponsabilidad. Séneca lo expresa claramente: “mientras se espera vivir, la vida pasa”.
Tanto la “felicidad perdida” como la “felicidad venidera (si viene)” entorpecen el Presente huidizo, el único tiempo real. Huidizo, pero real.
Estar libre de temores y de esperanzas hace que seamos capaces de reconciliarnos con la vida, con lo que es y, así, no tener que ir a buscarla donde no está o buscarla donde no está.
Debemos aceptar la Razón Universal el Logos.
No debemos ni siquiera intentarlo, que suceda o no suceda lo que no está en nuestras manos, nos guste o no nos guste, querámoslo o no. Esto es una locura.
“Cambiar nuestros deseos en vez de querer cambiar el orden del mundo”. Porque el mundo está bien hecho, tal como está, y no va a cambiar porque nosotros deseemos que cambie.
Si alguien se pone gafas no es para cambiar la realidad sino para verla mejor y, así, poder admirarla.
No apegarse, jamás, a lo que pasa, entendamos lo que hay, pero no nos entusiasmemos con ello, cojámoslo, rehuyámoslo, pero no nos apeguemos a lo que es pasajero y perecedero. Nos haría sufrir su pérdida, su ausencia.
El principio estoico es “reconciliarse con lo que es”, sabiendo que es mortal, perecedero, por lo que no debemos apegarnos a ello.
Ni Añoranza ni Esperanza (dimensiones irreales del tiempo) sino contentarse con el Presente.
Y, puesto que todo es perecedero y nosotros somos mortales, vivamos a tope nuestro presente, porque cada momento puede ser el último, vivir como si no hubiera futuro.
“Actuar como si fuera la última vez”.
“Vencer los miedos ligados a la finitud”.
La “eternidad” no es un tiempo infinito, sin principio ni fin sino “un presente continuo”, que no pasa y que no espera.
El hombre debe amar su presente como si “fuera eterno”. Vivirlo intensamente, un continuo presente, un “presente denso, sin fisuras”, sin pensar en que pase y sin nada que esperar.
Sólo así, viviendo el presente, estaré preparado para cuando llegue la “catástrofe” (la muerte, la enfermedad, el abandono, la desgracia,…)
“Ya sabía que, como soy mortal, pasaría lo que está pasando, por lo tanto, no me pilla de improviso, va inscrito en mi naturaleza como hombre”.
Podemos preguntarnos por qué, con esta filosofía estoica de vivir el presente, sin temores, fue desplazado por el Cristianismo, pasando de una visión del mundo y del hombre a otra visión totalmente distinta, porque hipotecar el presente en vistas al futuro eterno es lo más opuesto a vivir el presente, gastándolo, agotándolo, sin temor al futuro..
Y es que el Estoicismo adolece de una Debilidad en su Doctrina o Teoría de la Salvación. Es que ésta es Anónima y es Impersonal.
Afirmar que la gota de agua no muere cuando se diluye en el mar es negar la personalidad y la individualidad de la gota, como esa, y no otra, gota.
A la especie le da igual que sea Juana o que sea su hermana, pero que, al menos una sea, para ella seguir.
A la naturaleza, ni siquiera eso, como si dejan las dos de existir, ella seguirá.
Es a ellas (a nosotros), a quienes nos interesa que ella sea capaz no sólo de acoger vida, sino calidad de vida.
Nosotros debemos mirar por ella y cuidarla, a ella nosotros le importamos un pimiento.
El Estoicismo me promete la Eternidad PERO desde el anonimato, en cuanto fragmento o partícula del cosmos, diluido en él.
Desde un estado personal y consciente (yo) a la fusión con el cosmos, perdiendo la individualidad.
¿Mi yo concreto y personal, cuando se diluye en el todo, sigo siendo “yo” o me “fundo y me confundo” con todos los demás en el anonimato y en la impersonalidad?.
Pero, interpretemos el Antiguo Testamento cuando dice que “venimos del polvo, somos polvo (“pulvis eris”) y volveremos al polvo (“et in pulverem reverteris”).
Pero es que yo, ahora, soy un “polvo vivo”, y cuando muera y vuelva al polvo, seré “polvo inerte”, ya no seré “yo”.
¿No es esto un estoicismo?
El Nuevo Testamento corrige este estoicismo (¿). “Resucitaremos”. ¿Cómo?. “Con el mismo cuerpo y alma que tuvimos”, O sea, que volveremos a ser, de nuevo, nosotros igual que lo fuimos antes
Es lo que va a prometer el Cristianismo, que “resucitaremos, en el cielo, con el mismo cuerpo y alma que tuvimos en la tierra”.
Y esto sí que es un Premio Gordo, una auténtica Salvación, donde “yo” seguiré siendo “yo”, porque “vita mutatur, non tollitur”.
Claro que, -dice San Pablo- con el “cuerpo glorioso”, y me descoloca, porque este cuerpo que tengo/soy es terreno, material, cambiante, defectuoso,…
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Gracias, ¡impresionante¡
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