miércoles, 8 de enero de 2020

FLORILEGIO FILOSÓFICO: DE ESTO Y DE LO OTRO ( 6 - 2 ) EL ÁGUILA Y LAS GALLINAS



EL ÁGUILA Y LAS GALLINAS.

UNA METÁFORA DE LA CONDICIÓN HUMANA.

El Águila y la Gallina simbolizan las dos dimensiones fundamentales de la existencia humana: 1.- La dimensión de la apertura, del deseo de lo poético y de lo ilimitado, y 2.- La dimensión del enraizamiento, de lo cotidiano, de lo limitado, de lo prosaico.

¿Cómo equilibrar estos dos polos?
¿Cómo lograr que la cultura de la homogeneización y de la mediocridad, de lo vulgar y a mano no ahogue al águila que todos llevamos dentro y somos pero no nos impulsa a volar?

Éste es el contexto para poder comprenderlo.

La globalización representa una nueva etapa en el proceso de cosmogénesis y de antropogénesis.
Tenemos que entrar en ella, pero no tiene que ser de la manera que las potencias controladas del mercado mundial quieren -mercado competitivo y nada cooperativo-, solamente interesadas en nuestras riquezas materiales, reduciéndonos a meros consumidores.

Nosotros queremos entrar soberanos y conscientes de nuestra posible contribución ecológica, multicultural y espiritual.

Se ha percibido un desmesurado entusiasmo de todos los gobiernos que hemos padecido o disfrutado, por la globalización.
Todos nuestros presidentes han hablado de ella sin los matices que situarían con la debida luz nuestra singularidad.
Poseemos capacidad para ser una voz propia y no eco de la voz de los otros.

En este contexto y basándose en esta leyenda las reflexiones del teólogo Leonardo Boff nos apuntan caminos accesibles de respuesta a estas dos preguntas.

Genésio Darci Boff, más conocido como Leonardo Boff, es un teólogo, ex-sacerdote franciscano, secularizado, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño
Nació un14 de diciembre de 1938, brasileño.
Profesor de Ética.
Es uno de los creadores de la Teología de la liberación.

Ésta es la leyenda:

Cuenta,  una historia, un  cuento, una leyenda, que viene de un pequeño país de África occidental, Gana, narrada por un educador popular, James Aggrey, a principios del siglo pasado, cuando se daban los embates por la descolonización.

Érase una vez un campesino que fue al bosque cercano a atrapar algún pájaro pero sólo encontró un huevo, de águila (cosa que él no sabía), en un nido.
Cogió el huevo y lo colocó en el gallinero, bajo una gallina clueca que estaba empollando sus huevos.

Pasados unos días nacieron los polluelos y el pequeño águila creció junto a sus hermanos polluelos, comportándose como uno más.
Vivía y crecía como una gallina más.

Después de cinco años, el hombre recibió en su casa la visita de un naturalista.
Al pasar por el jardín, le dijo el naturalista: “Ese pájaro que está ahí, no es una gallina. Es un águila.”

“De hecho” -dijo el campesino-  “es un águila pero yo lo he criado como gallina y ya no es un águila, es una gallina más, como las otras.

“No” - respondió el naturalista, él es y será siempre un águila, pues tiene el corazón de un águila y su corazón le hará un día volar a las alturas”.

“No” -insistió el campesino-, ya se volvió gallina y jamás volará como un águila”.

Entonces, decidieron, hacer una prueba.
El naturalista tomó al águila, la elevó muy alto y, desafiándola, dijo: “Ya que, de hecho, eres un águila, ya que tú perteneces al cielo y no a la tierra, entonces, abre tus alas y vuela!”

Pero el águila se quedó, fija, sobre el brazo extendido del naturalista, mirando distraídamente a su alrededor.
Vio a las gallinas allá abajo, comiendo granos.
Y saltó junto a ellas.

El campesino comentó: “Ya se lo dije, ella se ha transformado en una simple gallina”.

“No” -insistió de nuevo el naturalista-, “es un águila y un águila, siempre será un águila. Vamos a experimentar nuevamente mañana”.

Al día siguiente, el naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró: “Águila, ya que tú eres un águila, abre tus alas y vuela”.

Pero cuando el águila vio, de nuevo, allí abajo a las gallinas picoteando el suelo, saltó y fue a posarse junto a ellas.

El campesino sonrió y volvió a la carga: “Ya le había dicho, se volvió gallina”.

“No” -respondió firmemente el naturalista- “Es águila y poseerá siempre un corazón de águila. Vamos a experimentar por última vez. Mañana la haré volar”.

Al día siguiente, el naturalista y el campesino se levantaron muy temprano.
Tomaron el águila, la llevaron hasta lo alto de una montaña.
El sol estaba saliendo y doraba los picos de las montañas.
El naturalista levantó el águila hacia lo alto y le ordenó: “Águila, ya que tú eres un águila, ya que tu perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela”.

El águila miró alrededor.
Temblaba, como si experimentara su nueva vida, pero no voló.
Entonces, el naturalista la agarró firmemente en dirección al sol, de suerte que sus ojos se pudiesen llenar de claridad y conseguir las dimensiones del vasto horizonte.

Fue cuando ella abrió sus potentes alas.
Se irguió soberana sobre sí misma y comenzó a volar, a volar hacia lo alto y a volar cada vez más a las alturas.
Voló.
Y nunca más volvió.

¡Pueblos de África (y de Brasil)!

Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Pero hubo personas que nos hicieron pensar como gallinas.
Y aun pensamos que efectivamente somos gallinas.
Pero somos águilas.

Por eso, hermanos y hermanas, abran las alas y vuelen.
Vuelen como las águilas.
Jamás se contenten con los granos que les arrojen a los pies los jefes para picotearlos.

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