domingo, 12 de enero de 2020

FLORILEGIO FILOSÓFICO: DE ESTO Y DE LO OTRO ( 6 y 6): EL AMOR.



EL AMOR.

Los lenguajes del amor han experimentado cambios enormes en los últimos tiempos y ya no existe un código para decir el amor en la modernidad.
Nuestra sociedad ya no tiene un código amoroso.

El amor, hoy, no es un producto sino un laboratorio de múltiples experimentos.
Del amor sólo se puede hablar después, cuando el ímpetu ha decaído, cuando el fuego se ha hecho brasa o incluso ceniza.

Vivimos en una sociedad postradicional y ya no disponemos de los antiguos códigos para decir el amor como todavía podían hacerlo nuestros abuelos.
La moral tradicional fue durante siglos su cauce, aunque fuera un cauce represivo por lo que, al prohibir ciertas prácticas y al permitirle otras se le estaba cortando el traje a la sexualidad.

El despertar del amor debilita la voluntad y parece retraerla de los objetos cotidianos concentrándose en un empeño por conseguir lo que se ama.

Querer al otro es intentar despertar en él, destacándolo de todas las demás, un sentimiento de correspondencia, una emoción igual.

El que ama quiere ser, a la vez, amado.

El propósito de la seducción es llamar la atención, atraer hacia sí la mirada de la otra persona.

Nuestro deseo se calmaría si despertáramos el deseo en la otra persona, en esa que deseamos.
No es, por lo tanto, una carencia lo que buscamos cubrir, una laguna de aprecio que debería ser llenada por esa persona a quien nos aprestamos a amar.

Queremos nuestro deseo y el deseo del otro.
Queremos la fusión utópica de deseos y voluntades diferentes.

Adueñarse del otro no es suficiente, hay que suscitar el deseo correspondiente, cautivarlo, que nos rinda su querer y su voluntad.
Conseguir que el otro nos desee es el objetivo del juego de la seducción.

La sociedad moderna, predominantemente impersonal, nos ofrece un mayor número de posibilidades de relaciones impersonales pero, a la vez, una intensificación de las relaciones personales.

En las relaciones sociales el impulso personal no puede extenderse a todas las personas, sino que ha de intensificarse en algunas.

Las sociedades modernas nada tienen que ver con las sociedades tradicionales.

Caminas entre multitudes sin contacto personal con nadie, o con casi nadie, hasta que aparece esa persona que sobresale y te interesa.

El mundo de todos los demás y el mundo privado de cada uno que, al enamorarse, busca y pretende un mundo común.

El que ama es el que actúa mientras el amado es el que responde a la actuación del amante.

Como lo hace el conductor de un coche, conduciendo, y la respuestas del acompañante, vivenciándolo, pero sin actuar.

El amor romántico, ideal, no es el amor apasionado, en el que ya entra la sexualidad, pecaminosa socialmente si se practica fuera del espacio íntimo.

Puede decirse el amor como “autosumisión conquistadora”, “ceguera que ve”, “enfermedad deseada”, “prisión voluntaria”, “dulce martirio”,….

Un error del que ama es creer que tiene derecho a exigir amor por parte del otro.

El amor no tiene límites, no hay un “hasta ahí”, pero lo que no es posible es expresarlo en palabras, el lenguaje es un medio inadecuado.

La razón se queja de que el amor es irracional, pero la razón del amor es hacer iguales a los amantes.

El límite que debe respetar el amor es la persona del otro y la razón sólo puede prohibir aquello que puede perjudicar al otro.

Se puede, pues, “morir de amor” (si éste no es correspondido) pero no “matar por amor” por no haber sido correspondido.

Otra característica del amor es la “exclusividad”.
Sólo se puede amar, de verdad, a una persona en un momento dado.

Las palabras, las miradas, el cuerpo,…los sentidos en marcha, oyendo, viendo, oliendo, tocando, manoseando,…ése es su lenguaje.

La intimidad tiene que ser vivenciada, de lo contrario sería un monólogo (o dos) ejercicios mecánicos.

La intimidad es una democratización del mutuo dominio interpersonal, homologable a la democracia en la esfera pública.

La sexualidad se ha desvinculado del amor, lo que ha supuesto una revolución sexual, antes en exclusividad bajo la amenaza social y moral y hoy como un deseo cumplido entre dos o más personas, con la liberación de la mujer y la incorporación de la homosexualidad, antes severamente castigada, incluso legalmente, y no sólo moral y socialmente.

La reproducción ha dejado de ser el “fin y objetivo” de la práctica sexual, siéndolo sólo el placer.

Compartir la intimidad es crear una biografía común en la que puede estar presente (y generalmente está) el sexo, pero éste, hoy, puede estar desligado de la intimidad y mutuo conocimiento.
Y no sólo la heterosexualidad, sino que cada vez está más presente, y boyante, la homosexualidad, que es otra forma, ni mejor ni peor, de la sexualidad.
Son, todas, historias compartidas, puntuales, más o menos esporádicas o permanentes.

¿Es la amistad, hoy, y cada vez más, el ideal de la relación amorosa, a pesar de su fragilidad, por basarse sólo en el consentimiento mutuo y sin formalización alguna social?
¿Es una biografía común o sólo dos biografías adosadas?

Se ha afirmado que amar es una ilusión sin base real alguna, incluso algo propio de débiles mentales, o lo típico de jóvenes inmaduros ilusos, de románticos; incluso se han preguntado los especialistas si es posible amar sin perder la razón.

El amor tiene muchos lenguajes, como la ciudad tiene muchos barrios, sin desmerecer ninguno, porque allí habitan personas a las que les gusta.

Otros se preguntan si no será el amor una droga que produce adicción, que engancha, que narcotiza al amante trasladándolo a otro mundo paralelo al rutinario del vivir diario.

La búsqueda, y el logro, de conquistas sexuales, más propias (aunque no sólo) de varones que de mujeres, no suele ser sino la manifestación de la incapacidad de amar y de la intimidad.

El verdadero amor se mueve en el círculo de las relaciones íntimas, pero también de las relaciones sociales.

La sexualidad esporádica suele ser un camino para evitar la intimidad, pero, a la vez, puede ser un medio para descubrirla, y elaborarla, porque la exclusividad sexual sólo es una forma de proteger el compromiso con el otro.
Aunque la exclusividad no es garantía de confianza, pero sí un estímulo importante: tú y yo, nosotros.

La confianza sin responsabilidad es un terreno resbaladizo que puede llevar a la dependencia.
La responsabilidad sin confianza es imposible porque sería un escrutinio continuo y permanente de los motivos y de las acciones del otro y, de aquí a los celos y al maltrato sólo hay una línea muy fina.

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