martes, 25 de junio de 2019

SÓCRATES ( 2 )



Nadando en esa duda lo que el filósofo intenta (lo consiga o no) es crear un marco en el que ir pudiendo ubicar todas las dudas con las que va encontrándose.

Vivimos en un momento en que hay tanta “información” al alcance que, al no poder digerirla toda, porque no hay tiempo para ello y hay que poner filtros que. al ponerlos y por ponerlos, ya acota información, alejando posibles islas de verdad.

Esa a diario creciente “información”, de la que no sabemos si es verdadera o falsa, si es relevante o irrelevante, si tiene fundamento o no lo tiene, …perturba la mente y frena la posibilidad de que haya “conocimiento” y, como consecuencia, haciendo imposible la “sabiduría”.

Si, en otro tiempo, la norma era la falta de información y de fuentes informativas, más o menos fiables, hoy es tanta la información que nos exponemos a morir asfixiados por ella si no somos capaces de aplicar un “criterio correcto”, el “tamiz adecuado”, la “criba”, el “cedazo que sea capaz de separar y dejar pasar por sus agujeros sólo  la dudosa o falaz paja, recogiendo sólo el “grano verdadero”.

Pero ¿quién es el “guapo” que se atreve a afirmar que él sí lo practica objetiva y verazmente?

Aristóteles afirmaba que la causa del filosofar era la “curiosidad”, el ansia de saber.

Pero ese querer saber, e intentar saberlo, es cuando en nuestro camino de la vida se nos cruza (o nos cruzamos con) un fracaso personal, como puede ser la muerte de una persona querida o la frustración por no haber conseguido ese objetivo al que le habíamos dedicado tanto tiempo y al que nos habíamos entregado en cuerpo y alma.

Al que, de repente, acostumbrado a que todo le haya ido y le vaya bien en la vida, se le tuerza y en vez de ir todo sobre ruedas, se le rompa una rueda y el carro se pare, se desvíe o se deslice, está en las mejores condiciones para filosofar, para preguntase “por qué” ha pasado lo que ha pasado y lo que lo incita a buscar respuestas a ese “porqué”.

SÓCRATES lo practicaba a diario, en la calle, con quienes, sin rehuirle, se paraban a hablar con él, a base de “preguntas y respuestas” hasta llevar al interlocutor a una contradicción, cayendo éste en la cuenta de que “no sabía lo que él creía que sabía”.

Sólo siendo conscientes de ser ignorantes pueden los interlocutores querer e intentar salir de esa ignorancia.

Yo les preguntaba todos los años a mis alumnos cuál era la condición imprescindible para encender una vela.
Unos me respondían que hubiera una vela, otros que hubiera una cerilla, otros que estuviera en la oscuridad,…
Tras las varias y variadas respuestas les preguntaba si no sería que esa persona “fuera consciente, viera, que la vela estaba apagada”
Sólo así, viéndola y siendo consciente de que estaba apagada,  querría o intentaría encenderla, si la viera apagada y fuera  consciente de ello.

Era la técnica socrática de filosofar y de que su interlocutor filosofara: “sólo haciéndole ver al otro que la vela estaba apagada, que no lo sabía, que era ignorante. Sólo entonces estaría en condiciones de querer e intentar saberlo”.

Cuando uno cree que sabe algo no va a ser tan tonto como para querer saber lo que ya sabe.

Claro que, luego, Sócrates no lo abandona ahí abajo, frustrado, con la picha hecha un lío, sino que, a continuación, ponía en práctica la segunda parte de su método.

Si la primera parte era la “dialéctica”, una pelea o lucha de palabras o enunciados para ver quien vencía, y cuando el interlocutor caía en la contradicción de decir ahora lo contrario de lo que antes había dicho (y nunca pueden ser verdadero A y –A, al mismo tiempo y bajo el mismo respecto) ponía en práctica la segunda parte, la “mayéutica” (el arte de dar a luz, “heredado del oficio de su madre”, partera o comadrona, la que ayuda a parir a la parturienta).

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