miércoles, 28 de marzo de 2018

HISTORIA SAGRADA (11)




Durante la menstruación, nada de pintarse las pestañas, ni ponerse carmín en los labios, ni adornarse con vestidos de color lo que significaba un peligro ya que la fealdad visible podría contribuir a separar demasiado al marido.

Y como debían pasar siete días tras la menstruación, para saber si ya había terminado del todo, usaban tampones de lana pura o tiras blancas para que el menor signo de sangre fuera visible para terminar su estado de impureza.
Igualmente los días previos a la menstruación no siendo que, durante el acto sexual, el pene del marido o del señor se manchase de sangre impura.
O meter un tubo de plomo, con los bordes doblados hacia adentro para evitar daños en la vagina y una vez dentro introducir un palito en cuyo extremo llevaba enrollado un tampón, para comprobar si sí o si no.

La relación entre menstruación y pecado no existía en los demás pueblos, sólo existía en el mundo hebreo, de ahí el rito de expiación.
Pero nada tenía que ver la menstruación con el pecado original, la impureza era la consecuencia de un pecado.

La falta de higiene íntima, tan normal entonces, hacía que fuera considerada una impureza, pues se corrompía con los días dando lugar a malos olores.
Aunque también influía la ignorancia del porqué de ese sangrado mensual sin causa justificada, lo que se les presentaba como un misterio.
Pero lo más probable es que nunca, a lo largo de los tres primeros milenios de la historia, se descubriera la relación entre menstruación y fecundidad.

Hipócrates, siglo V a.C. el mayor y mejor médico de la antigüedad, sí observó el hecho de la menstruación en dos obras: “La naturaleza de las mujeres” y “Enfermedades de las mujeres”, en las que observaba la sangre del menstruo, su coagulación, su color, su cantidad, su duración,…

“El roce del pene, los movimientos de la matriz, y el placer que experimenta hacen que, durante el coito, segrega un humor que a veces permanece en el útero, humedeciéndolo y otras veces se derrama fuera, pues el útero está más abierto de lo necesario.
La mujer siente placer desde el inicio del acto y durante todo el tiempo que dura, hasta que el semen ha salido del hombre.
Si los deseos de la mujer son ardientes segrega su humor antes que el hombre, por lo que, después, su placer ya no es el mismo, pero si sus deseos no son tan ardientes, su placer acaba con el del hombre.
Sucede como cuando se echa agua fría en agua hirviendo, inmediatamente cesa de hervir.
El placer y el calor finalizan con la efusión del semen en la matriz…”

También Aristóteles en su “Tratado de la generación de los animales” da una explicación de la causa de las reglas en la mujer parecida a la de Hipócrates y establece un nexo de unión entre la menstruación y la influencia de la luna.

La nocividad de la sangre menstrual ha estado siempre presente a lo largo de la historia, desde los tiempos antiguos hasta ayer mismo, y es un antiguo, Plinio el Viejo, célebre naturalista romano, en el siglo I, autor de una “Historia Natural”, en 37 libros, y que puede ser considerada como la enciclopedia de la ciencia de la antigüedad:

“Nada hay más monstruoso que la sangre menstrual, puesto que a causa de su vapor o de su mero contacto, los vinos nuevos se agrían, las simientes se vuelven estériles, los injertos de los árboles mueren y los frutos caen completamente secos, las plantas tiernas se abrasan, el vidrio de los espejos se empañan con su sola presencia, la punta de hierro se hace roma, la belleza del marfil se eclipsa, las abejas mueren, el cobre y el hierro al momento se enmohecen, el aire se infecta, los perros que la prueban se vuelven rabiosos, la lana ennegrece y puede ser causa de que la yegua aborte”

Y la lista puede ser más larga.

Pero todo esto funciona como una superstición y que será uno de los factores que influyan en la consideración de la inferioridad de la mujer.
Lo incomprensible, lo inexplicable, lo misterioso,… puede causar un sentimiento de hostilidad hacia dicho fenómeno y hacia la persona que lo tiene.
Echarle en cara a la mujer “debes estar con la regla” es la desaprobación de una conducta.

Sabemos que es falsa esa pretendida y anunciada nocividad y la pregunta o el problema es cómo tales supersticiones están vinculadas a mandamientos divinos, que se suponen revelados por Dios como verdades incontrovertibles y que hoy sabemos que son auténticas falsedades.

O ¿cómo pueden ser comprensibles los mandatos divinos para acabar con pueblos enteros pasados a espada?

Las impurezas sexuales del hombre y los mandatos divinos son los mismos que antes hemos visto en las mujeres.

Además, “cuando un hombre haya tenido efusión de semen bañará en agua todo su cuerpo y será impuro hasta la tarde, Y toda la ropa, la piel,…una mujer en la que un hombre derrame efusión de semen se bañará, como él, en agua, y serán impuros hasta la tarde.

La gonorrea o sífilis estaba muy extendida en la antigüedad, en el Próximo Oriente.

En la cuarta parte del Levítico, al tratar de la Ley de Santidad: “Yo soy Yahvé, vuestro Dios. Guardaréis pues mis preceptos y mis sentencias. No haréis como se hace en la tierra de Egipto, donde morasteis, ni en la tierra de Canán, donde os llevo. No caminaréis según sus costumbres,…
“Nadie de vosotros se acercará a su parienta carnal para descubrir su desnudez. Yo soy Yahvé. No descubrirás la desnudez de tu padre, ni la desnudez de tu madre…ni la de tu hermana….ni la de tu hija…ni la de tu nieta…ni las de tus tías, maternas y paternas…ni la de tus tíos, paternos y maternos…ni la de tus cuñadas… No te acercarás a una mujer durante su impureza menstrual para descubrir su desnudez. Y no darás la efusión de tu semen a la mujer de tu prójimo…”

“No te acostarás con varón como con mujer; es una abominación. No te juntarás con bestia alguna para contaminarte con ella. La mujer no se pondrá delante de una bestia para copularse con ella, es una infamia….pues con todas ellas se han contaminado los pueblos a los que voy a arrojar de delante de vosotros….guardad mis preceptos no haciendo ninguna de las prácticas abominables que se hacían antes de vosotros, y no os contaminéis con ellas. Yo soy Yahvé, vuestro Dios”.

Aparecen las costumbres y hábitos sexuales de los amonitas (a cuya divinidad, Moloc (“Rey”) como sacrificio, durante los servicios eran quemados niños vivos), de los moabitas, de los filisteos, de los fenicios, de los madianitas, de las tribus árabes, de los egipcios, de los babilonios y de los asirios, normales en las clases altas pero que para las clases bajas era el placer sexual el único placer gratuito.
En todos ellos el concepto “amor” es un concepto desconocido, y cuyas divinidades de la fecundidad traspasaban toda su vida social.

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