miércoles, 30 de octubre de 2013

EL MITO DE JESÚS (11)


PABLO, NERÓN Y CONSTANTINO.

Es curioso. Las Epístolas de Pablo, auténticas o no, son anteriores, en el tiempo, a los cuatro Evangelios pero no acudamos a ellas a buscar información sobre Jesús, porque nada dice de Él y de su verdadera vida, habiendo estado, en el tiempo, más cercano y haber sido perseguidor de cristianos, que algo debería haber oído de ellos.

Es verdad que Saulo nunca había visto a Jesús, pero tampoco lo habían visto dos de los evangelistas y Juan, el “discípulo amado” poco dice del Jesús real, porque su evangelio es simbolismo puro y de corte gnóstico. Y lo que Marcos cuenta es lo que le dice Pedro que, como todo buen discípulo, exagerará las virtudes de su maestro (yo no me creo que el Sócrates real sea el descrito por Platón).

Saulo/Pablo tiene de Jesús una imagen teológica, lo ve como Cristo, como Mesías, no como una persona de carne que viviera en Palestina.

Leyendo sus Epístolas no hay manera de saber, algo al menos, acerca del hijo de un carpintero de Galilea.

“El cual es la imagen del Dios invisible, la primera de todas las criaturas, pues por Él fueron creadas todas las cosas, las que están en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, ya sean tronos, imperios, principados o naciones: todas las cosas fueron creadas por Él  y para Él”.

Lo dicho pura teología.

En mis tiempos jóvenes había una discusión sobre la posible relación epistolar entre Pablo y Séneca.

La verdad es que, cogiendo fragmentos de ambos, era casi imposible atribuir certeramente cada una a cada uno.

En el Nuevo Testamento aparecen 14 Epístolas atribuidas a Pablo. Hoy se afirma que sólo 3 pueden considerarse totalmente auténticas (a los Gálatas, a los Romanos y algunas partes de la 1ª a los Corintios). En las demás se sospecha que, en todas ellas, se introdujeron interpolaciones posteriores y que algunas no pudieron ser escritas por él.

Hoy nadie discute que el texto de Flavio Josefo, en sus “Antigüedades Judaicas”, donde se habla de Jesús es un añadido posterior, una interpolación interesada.

El otro historiador de la época, del que se dice que era compatriota de Jesús, es Justo de Tiberias, escribió “Las Guerras de los Judíos” y “Crónica de los Reyes Judíos desde Moisés hasta Agripa II”. Ambas obras se han perdido, pero fueron leídas en el siglo IX por Focio, Patriarca de Constantinopla, quien experimentó una gran sorpresa al advertir que en ninguna de ellas se hacía mención de Jesús, como igualmente ocurría en el Flavio Josefo original.

Tácito, en los Anales, se refiere a “los cristianos”, pero nada dice de Jesús.

¿Es verdadero o falsificado lo que refiere o se le hace referir a Tácito, acerca de la relación de Nerón con los cristianos?

Es difícil concebir que, en tiempos tan lejanos como en los de Nerón los seguidores de Jesús, en Roma, pudiesen haber formado una congregación lo suficientemente numerosa que, además se ocultaban para no llamar la atención pública y despertar, de ese modo, el odio del pueblo hasta llegar a verse bajo el peso de una acusación como la de haber incendiado Roma.

Y tengo muchas dudas.

¿Incendió Roma Nerón por las tonterías que se han publicado?

¿Existía, en tiempos de Nerón, el suplicio del fuego, “las antorchas vivientes”, como lo magnificaría, siglos después, la propaganda cristiana para autoalabarse?

Además, ¿iban a quemar a los criminales en los jardines donde estaban refugiados los que se habían quedado sin hogar y en tiendas de campaña?

¿Por qué ningún escritor pagano se refiere a esos horrores y la única fuente, tan poco fiable, será la Iglesia triunfante tras Constantino y las ventajas de todo tipo conseguidas?

¿Una pequeña secta judía, porque el pueblo romano no hacía distinción entre cristiano y judío, pues ambos observaban la Ley de Moisés, iba a ser una amenaza para el Imperio?

Constantino, en el 313, a través del Edicto de Milán, concede libertad a los cristianos para reunirse y practicar su culto sin miedo a sufrir persecuciones.

Hasta el año 325, Primer Concilio de Nicea (Asia Menor, hoy Turquía) nos son aprobados como canónicos los 4 evangelios que conocemos (3 sinópticos, es decir, que pueden ser leídos en paralelo y el de Juan, gnóstico, simbólico, teológico.

Pero hasta esa fecha, entre las comunidades cristianas, circulaban muchos evangelios, se dice que 270.

La manera de decidir cuáles serían los revelados por Dios, es rocambolesca.

Pusieron los 270 evangelios encima de una mesa, salieron todos y cerraron la puerta. Los obispos asistentes al Concilio tenían la orden de estar rezando durante la noche para que Dios seleccionase los inspirados por Él. Y a la mañana siguiente, cuando entraron, sólo 4 quedaban sobre la mesa, los que serían incluidos en el Canon de la Iglesia, los “canónicos”. Los 266 restantes habían caído al suelo y fueron desechados como no inspirados o revelados, los “apócrifos” cuyo uso y lectura, tras el concilio sería considerado “delito capital”, por lo que debieron ser muchos los que morirían, pues eran los que se usaban en sus comunidades.

Recordemos que el Concilio de Nicea fue convocado por el Primer Emperador Cristiano, Constantino, que trasladó la corte desde Roma a Constantinopla.

Además de las condenas a las herejías y la aprobación de los Evangelios Canónicos, también se instituyó el Credo que todavía hoy se reza en las iglesias.

Como su objetivo era la unificación religiosa, como base de la unificación política, y como en el Imperio Romano estaban vivas ciertas herejías, como el arrianismo, a instancias de Osio, obispo de Córdoba, convocó el Concilio (por intereses políticos y usando el problema religioso como método para conseguir la ansiada unidad política)

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